Opinión
Ver día anteriorDomingo 4 de abril de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Te saludo, Martín Ramírez
P

or qué será que Martín Ramírez insiste en llamarme. He intentado escribir sobre él en muchas ocasiones y siempre fallo. Creo que la primera vez que vi su obra, que fue en 1989, en la ciudad de México, en el Centro Cultural Arte Contemporáneo, que ya no existe, y que fue a casi tres décadas de su muerte, y en la primera exposición formal que se hacía de su trabajo en su país natal, yo no conocía ni los detalles de su vida ni el juicio sobre su arte, y si ciertamente fue así y mi impresión de veras fue natural, hoy tendría pruebas para afirmar que no soy morbosa y que, aunque tampoco soy ninguna conocedora, de forma natural soy sensible y tengo buen gusto, datos de los que podría incluso enorgullecerme, ahora que sé que Ramírez está considerado un gran pintor, y que su historia es tan interesante que en sí misma justificaría aun la atracción más llana, la menos intrincada.

Lo cierto es que su pintura me atrajo fuertemente, pasó el tiempo y la seguí teniendo grabada, la tenacidad, la combinación de ocre y negro, la capacidad de absorber al espectador y no soltarlo, convertirlo en el tren que adentra sus túneles de manera magnética, inexorable. Cada vez que me topo con notas de prensa sobre este pintor las recorto, y de tanto en tanto releo la presentación que le hizo Octavio Paz en el catálogo de la exposición Arte hispano, que organizó el Museo de Bellas Artes de Houston, en 1987. He querido dar con los diarios que Martín Ramírez supuestamente escribió, ya no sé ni dónde leí esta referencia, o una biografía confiable, con buenas impresiones de su pintura que pudiera ver y ver. Por Internet, hoy releí lo que Víctor M. Espinosa escribió sobre este pintor y que publicó en Letras Libres en febrero de 2008, hace dos años. De cuanta información he leído acerca de Martín Ramírez, ésta me ha parecido la más completa y confiable, quizá porque Espinosa se ha dedicado más que otros a estudiarlo. Fue quien llevó su obra a Nueva York, pero no he dado con mayores datos de su identidad, se ve que es escritor, pero no sé si es sicólogo o crítico de arte o biógrafo o narrador o poeta o historiador o si se puede ser todo esto simultáneamente o qué, ni cuántos años tiene, ni dónde vive, ni cuáles son sus aspiraciones, ni sus penas, ni sus otros logros.

Espinosa puede ser de origen mexicano de nacionalidad estadunidense, y por eso se habrá identificado con Martín Ramírez, quien nació en Los Altos de Jalisco, México, en 1885, y que, en 1960, murió en California, Estados Unidos, donde pasó los últimos 30 y tantos años de su vida, la mayor parte de ellos recluido en un sanatorio siquiátrico, en el cual se convirtió en pintor y en el que realizó por lo menos 300 obras, que son las que se han conservado, una de ellas conocida como la Alamentosa y considerada como una de las obras maestras de Ramírez, en la colección de Jacques y Natasha Gelman, que estuvo en Cuernavaca, pero que hoy está, por problemas de herencia y por desgracia, aunque esperemos que provisional, para México, en una bóveda secreta y de ubicación desconocida.

Su padre fue jornalero; él se casó y tuvo cuatro hijos. Para alimentar y vestir a su familia, y para pagar la tierra, con una pequeña huerta y una casa de adobe, piedra y teja que compró a crédito, con tres amigos cruzó la frontera norte por tren y entró a Estados Unidos por El Paso, a principios de 1925. Trabajó en los ferrocarriles y en las minas del norte de California, y mandó dinero a su casa hasta que estalló la Guerra Cristera, por la parte mexicana, y, por la estadunidense, la Gran Depresión, con lo cual se quedó sin empleo, además de que su propiedad en México quedó destruida, sus animales se murieron y su familia se dispersó.

Me pregunto si de veras perdió la razón o si aprovechó las circunstancias para dejarse confinar, para guardar silencio en español y en inglés, y dedicarse a pintar, aunque sé que, contrario al del escritor, en el caso del pintor la verdadera locura no le impide cultivar su arte mientras viva. Ramírez se las arregló con la técnica y los materiales que buenamente estuvieron a su alcance, incluyendo su propia saliva. Lo protegió Tarmo Pasto, autor y profesor de arte y sicología, que salvó de la basura y el fuego al que la destinaba el personal del Hospital De Witt, en Auburn, cerca de Sacramento, la pintura de Ramírez.