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Pedro Friedeberg: extraño a los excéntricos
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Pedro Friedeberg en la galería Pecanins, en una entrevista realizada en febrero de 2004Foto Yazmín Ortega Cortés
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uchos jóvenes que se detenían durante un buen rato a examinar los cuadros y luego regresaban al día siguiente a estudiarlos visitaron la exposición de Pedro Friedeberg en Bellas Artes. Permaneció tres meses. Aunque en Bellas Artes los organizadores no ponen un libro para que los visitantes apunten sus opiniones, los comentarios fueron muy elogiosos. “No se me ocurrió a mí poner una libreta, y si no la ponen los de Bellas Artes, pues yo no la voy a poner. Luego también te escriben insultos.

Antes exponía mucho en San Miguel, donde hay una galería de arte de una señora española muy divertida, Carmen Massip, quien desafortunadamente murió, y allí muchos me elogiaban, pero muchos otros ponían groserías, aunque a mí me divertían más que las alabanzas. Además, creo que tus enemigos tienen razón, porque todos tenemos un lado blanco y uno negro.

(Muchas torres de Pisa) San Pascual Bailón, El Niño de Atocha, la Mano milagrosa, retratos de Friedeberg hechos por José Luis Cuevas, pero unos se parecen y otros no.

–¿No quieres un agua de jamaica, un café, un tequila?

–No, estoy bien. Perdóname, yo creía que estaban tirando tu casa.

–No, se cayó toda una vez, hace un año, todo el techo; me fui de viaje y entre tanto las termitas se comieron las vigas de madera, porque esta casa tiene 85 años, y cuando regresé estaba toda la casa en el piso.

–Es una casa maravillosa.

–Vivo aquí desde hace 10 años, porque antes vivía en San Miguel Allende, donde me quedé 17 años. Antes viví en Paseo de la Reforma en el edificio maravilloso de Valente Souza. Todas mis casas me han gustado, pero ésta la encuentro particularmente encantadora, porque es la de mi tercera edad. Tengo 114 años pero me siento de 18. Ya los números no cuentan, ¿qué importan los números? Esta casa es mi tercera colección, porque cada vez que me divorcio le regalo una colección a mi esposa. Me he casado tres veces, primero con Nancy, quien era de Honolulú; luego con Wanda Sevilla, y luego con una maravillosa persona que se llama Carmen Gutiérrez, que vive en San Miguel Allende y con quien tuve dos hijos espléndidos. Ahora estoy solo y me encanta estarlo, aunque vivir así es difícil, pero vivir a deux es aún más difícil. No es infernal, pero es un poco latoso.

–¿Cómo fue el grupo de los hartos?

–Era una época anti muy difícil, todo tenía que ser mexicano; la globalización le hizo mucho bien a México en ese aspecto, porque se abrieron mucho a un mundo europeo, por lo menos. A los gringos los trataban los mexicanos con mucha renuencia, aunque los imitaran en todo, porque México es un país muy contradictorio. Piensa en lo que significa que el país más rico del mundo viva en el país más pobre de Latinoamérica, nosotros somos el país más pobre en población, tenemos más pobres que Nicaragua, Guatemala, Honduras, Perú Argentina, Venezuela o Ecuador; eso me parece terrible, o por decirlo de otro modo, surrealista. Y además me parece tremendo que los mexicanos estemos muy orgullosos de que aquí viva el hombre más rico del mundo, nos parece glamoroso.

“Iniciamos ‘los hartos’ Chucho Reyes, José Luis Cuevas, Mathias Goeritz, Antonio Souza; Alice Rahon estaba muy enojada porque no la invitamos, agredió a la gallina Inocencia, que también estaba harta: una gallina roja que puso un huevo para la exposición… Mathias quería que todos fueran creadores, pero anónimos, como en la Edad Media, como los constructores de las catedrales góticas, de quienes nadie sabe sus nombres o los tienen grabados en el interior de las piedras para que no se vean.”

–Pero tú no te consideras a ti mismo un artesano, ¿o sí?

–Sí, ¿por qué no? Claro que sí. Si yo viviera en el año 1200 estaría en un monasterio dibujando estas iniciales maravillosas que no están firmadas, estos libros hechos a mano que no están firmados y sus iluminaciones fantásticas.

–Pero, ¿de qué vivirías?

–¿Pues de qué vivían esos monjes? De la caridad pública. Óyeme, tu grabadora es antediluviana…

–¿Atacaron a los hartos?

–No, no los tomaban en serio; éramos como chiste, pues es un chiste, era como un movimiento neodadaista.

–¿Cuál es la función del esnobismo? ¿Qué significa?

–Antonio, por ejemplo, decía una frase de Valéry: “La noblesse est la condition mistique de la liqueur seminale”. También decía otra frase de Maeternick o de alguien así que dice: “L’homme ne commence qu’au baron”, porque tiene el título de barón. Bajo eso ya no hay nada. Yo estoy totalmente de acuerdo con el esnobismo, creo en la aristocracia, no sólo la de los reyes, sino la aristocracia de aquí… y la de la poesía y de la música y del arte, sólo que veo que 90 por ciento de la humanidad no tiene ningún feeling.

–¿Sientes que en México hay un feeling para tu obra, hay una respuesta?

–Ahorita sí; a mi exposición en Bellas Artes asistieron 200 mil personas y muchos jóvenes que se detenían ante cada cuadro porque hay mucho que leer y que estudiar y les gustaba, no sé si les gustaba pero les interesaba mucho por lo menos. Siempre, desde hace muchos años, tuve un poco de reconocimiento entre cierta gente. En México no, pero en Nueva York, de mucha gente.

–Es que a las Amor, después de la cena las hacían leer y recitar… ¿Quienes fueron tus amigos pintores?

Pancho Corzas, quien murió de pulmonía, pero bebía muchísimo, cuando no podía abrir las botellas les rompía el cuello de la impaciencia, y aunque le cayera vidrio al vino se lo tomaba; generalmente bebía vino. Fui con él a Buenos Aires y se compró muchas cajas de vino y luego se le olvidaron en el hotel, gastó como 500 dólares en vino, todavía estaba muy bien de la cabeza. De Gironella no fui amigo, una o dos veces vino a la casa y bebió mucho y nos divertimos mucho y él tenía una novia que era muy amiga de Wanda, que se llamaba Magdalena Classing, quien era una chica muy guapa; él a veces era muy simpático, pero cuando empezó a meter sus latas de sardinas en sus cuadros se volvió muy sangrón.

“Admiro a Magritte, es genial, es de los más grandes del siglo XX. Steimberg es mi favorito, para mí es mejor que Picasso, son más chistosos sus libros con todas sus caricaturas, cómo caricaturizó a los italianos, a los franceses, a los gringos, incluso a los mexicanos, con una línea nada más. Sus dibujos, que salían en el New Yorker, son increíbles. En México tenemos pintores maravillosos, como Nahum B. Zenil; se me hace como una especie de Frida Kahlo en gay. También Castañeda, que vive en Madrid y quien hace una pintura sicológica, y Cauduro, quien pintó unos murales en el Palacio de Justicia, es muy bueno, muy bueno.

“Creo que tenemos mejores pintores que en Estados Unidos, como que hay una tradición muy arraigada, aunque estemos atrasados como un cuarto de siglo y eso es muy bueno para el arte, porque se conservan las tradiciones y las artesanías, y no hay esa eterna carrera de estar a la vanguardia, que creo que hace mucho daño.

“A Helen Escobedo la admiro mucho y entiendo lo que quiere decir y todo, pero ella misma dice que quiere ser efímera y a mí me gusta más lo antiefímero, lo que dura, como la Capilla Sixtina o la Catedral de Chartres o la iglesia de Tonantzintla, que me parece el lugar más mágico de México como iglesia churrigueresca, son primas hermanas lo churrigueresco y lo barroco y lo rococó, ¿verdad?

“Leonora siempre hizo grupo con los ingleses, no con otros. Los que llegaban a México de Inglaterra inmediatamente la buscaban, como Aldous Huxley; también María Félix iba a posar a su casa, para que la pintara; se quitaba todo, con los senos de fuera, unos senos muy bonitos… El British Council…

–Y a ti Pedro, ¿eso te llama mucho la atención?

–¿La impuntualidad?

–No, el mundo de los duques…

–Antes era yo muy proustiano y me lo sabía yo de memoria, pero ahora ya me aburrió un poco. Ahora el que me gusta mucho más, que me parece mucho mejor que Proust es un inglés que se llama Ausbert Sitwell, quien escribió su autobiografía en cinco tomos, que son maravillosos, porque me fascinó esa vida de la superaristocracia inglesa. Vivía en Londres pero viajaba mucho al sur de Italia y tenía un papá absolutamente extravagante que tenía un castillo medieval maravilloso lleno de lechuzas, cerca de Florencia, en Monte Guffoni, en 1923, y toda la familia que la pintó. Sargent veraneaba allí; la mamá se llamaba, Lady Londonnery, y el papá era sir George Sitwell. El padre de ellos hizo muchísimo dinero con los trenes y con todas las invenciones del siglo XIX, pero resultó una familia totalmente disfuncional, porque la madre sólo quería jugar bridge y sólo quería andar en los coches inmensos de la época, y el padre escribía tratados sobre quién había inventado qué en el siglo XIV.

“La madre, que era muy amiga de la queen Mary (cleptómana), inventó en la Segunda Guerra Mundial enviarles huevos hervidos a los soldados en unos recipientes cúbicos, un portentoso invento, pero nadie le hizo caso. Si te gusta Proust, te va a gustar mucho Sitwell.

“Wanda leía puras porquerías y Lala también era bastante frívola, pero muy ingeniosa al mismo tiempo. No sé de dónde sacaban tanto ingenio, le ponían apodos a todo mundo y siempre daban en el clavo. Eran dos mujeres muy perceptivas, muy inteligentes, pero yo no extraño esos tiempos, ya estoy como cansado, quiero trabajar más en mis cosas y ellas no me dejaban de tantos cocteles. Entre más viejo me vuelvo, más temprano me levanto y ahora trabajo desde las siete y media de la mañana y termino a la una. En los tiempos de Wanda Sevilla yo me levantaba a las 11.

“Pinto cinco horas en la mañana y trabajo a pesar de las interrupciones, siempre las hay. Ya en la tarde me pongo a escribir cartas, porque como no tengo computadora tengo que hacerlo a mano, y debería yo tener secretaria. Los papeles son mortales. Escribo en inglés y todo eso es time consuming. En Nueva York, quien vende mis cuadros es Reina Henaine, quien es mexicano-libanesa y vive entre Nueva York y México. Hice dos exposiciones con Inés Amor. La galería que más éxito tiene en San Miguel Chapultepec ahora se llama Kurimanzutto y expone a Gabriel Orozco.

“Fui muy amigo de Alice Rahon, menos de Wolfgang Paalen, pero mis padres eran muy amigos de Paalen. Mi madre tiene todos sus libros. Ella tiene 95 años, vive en Querétaro y está bien, un día sí y un día no, pero ahora voy a hacer algo bastante difícil que es llevarla a Alemania en barco, porque un sobrino nieto de ella se casa en Dresden y quiere ir y me tengo que ir con ella, pero nos vamos en barco. Tengo que llevarla a Nueva York en avión. Ya una vez de que te vas en barco todo es muy fácil, pero no sé qué va a pasar, porque ella me invitó a mí y yo invité a una de mis hermanas para que me ayude con mi madre, porque yo solo no puedo, aunque ya fui dos veces en el Queen Mary, que va desde Nueva York a South Hampton, pero ahora es un poco como La montaña mágica, de Thomas Mann, y el Titanic.”