Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de abril de 2010 Num: 787

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

México en Lezama
RAFAEL ROJAS

Juan Ramón y Lezama en La Habana
ALFONSO ALEGRE HEITZMANN

Breve antología poética
JOSÉ LEZAMA LIMA

La narrativa extraterritorializada
ADRIANA CORTÉS entrevista con SANTIAGO GAMBOA

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Juan Ramón y Lezama en La Habana

Alfonso Alegre Heitzmann


José Lezama Lima

Continúa siendo un reto ineludible ahondar en el fecundo, inagotable diálogo entre Juan Ramón Jiménez y José Lezama Lima. Bien se podría empezar a hablar, de nuevo, sobre el encuentro de dos de los más grandes poetas de nuestra lengua, desde la doble óptica de un final y un principio.

En la última carta que Lezama Lima escribe a la mujer del poeta español, Zenobia Camprubí, fecha da en junio de 1955, encontramos una de las declara ciones más rotundas de lo mucho que significó para la obra de Lezama y para la historia de la poesía moderna cubana la estancia de poco más de dos años –entre noviembre de 1936 y enero de 1939– de Juan Ramón Jiménez en Cuba: “Me alegra mucho lo que me dice de su diario. ¿Lo que representa para mí haber conocido, en aquella oportunidad, a Juan Ramón? Algo como un permanente estado de conciencia, con la aclaración de mi destino, como la marca de mi incesante furor poético. Creo haber sido siempre fiel a sus señales. Y haber engendrado en mi país un movimiento poético que se ha hecho historia, imagen operando en la historia.”


Juan Ramón Jiménez

La carta de Lezama responde a una de Zenobia de 16 de junio de 1955, en la que, hablándole del delicado estado de salud de su marido, le dice. “Yo lo distraigo en las veladas leyéndole un diario que escribí en Cuba y que él no había visto. Excusado es decirle las veces en que aparece en él el nombre de usted. La verdad es que el revivir nuestros días de La Habana, aunque fueran tristes por las circunstancias de España, nos es gratísimo.”

Efectivamente, Zenobia empezó su diario americano en La Habana el 2 de marzo de 1937, y, con algunos paréntesis, lo mantuvo hasta un mes antes de su muerte en Puerto Rico, en octubre de 1956. En él encontramos, sobre todo durante 1937, distintas referencias a la relación con Lezama, muy particularmente al hablar de las colaboraciones de Juan Ramón en la revista Verbum, y de un modo aún más especial al referirse al “Coloquio con Juan Ramón Jiménez”, publicado en la Revista Cubana de La Habana en marzo de 1938, y posteriormente, ese mismo año, como opúsculo, en las Publicaciones de la Secretaría de Educación de La Habana. El Coloquio fue el fruto de las conversaciones que ambos poetas tuvieron en la primavera de 1937, de la posterior y personal recreación que de ellas hizo Lezama hacia junio, y de la corrección última que del texto realizó el poeta español entre julio y octubre de ese mismo año.

Quizá valga la pena recordar, antes de seguir adelante, q ue los Jiménez habían salido de Españ a en agosto de 1936, al inicio de la Guerra civil española, aprovechando el encargo del Departamento de Educación de Puerto Rico de editar para las escuelas públicas de la Isla la antología Verso y prosa para niños. Las imprentas puertorriqueñas no convencieron a Juan Ramón, y aprovechando la invitación de la Institución Hispanocubana de Cultura, y de su presidente Fernando Ortiz, para pronunciar unas conferencias en Cuba, decidieron imprimir el libro en la isla hermana. Llegaron a Cuba el 25 de noviembre de 1936. La estancia del escritor español en la Isla fue enormemente fructífera, a pesar de las dificultades económicas y la honda preocupación por las dramáticas noticias procedentes de España. Además de las conferencias comprometidas, Juan Ramón partici pó en numerosos actos en favor de la República espa ñola, colaboró asiduamente en distintas publicaciones periódicas de la isla –Grafos, Mediodía, Ultra, Carteles, Revista Cubana, Orto, Presencia, etcétera–, y se relacionó estrechamente con los poetas cubanos. Muy pronto tuvieron lugar las reuniones informales en la casona del antiguo Lyceum, en las que surgió su iniciativa de realizar un Festival de la Poesía Cubana, que tuvo lugar en el teatro Campoamor de La Habana el 14 de febrero de 1937, y del que poco después, en agosto de ese mismo año, nació el libro La poesía cubana en 1936, con prólogo y apéndice de Juan Ramón y comentario final de José María Chacón y Calvo, publicado por la Institución Hispanocubana de Cultura en 1937.

En un texto recogido hace algunos años de los papeles de su archivo, y titulado “Recuerdos de jrj ”, Lezama evoca el momento de su primer encuentro con Juan Ramón: “Yo vivía en una forma exacerbada la soledad de la adolescencia y no encontraba nadie que me presentara a j. r. Jiménez. Pero un día en los avisos que esta sociedad Lyceum publicaba en los periódicos, me encontré, con gran sorpresa mía, que decía que j. r. Jiménez recibiría a los poetas jóvenes y a cuantos quisieran conocerlo, después de las cinco.”

Desde el inicio de su relación con el poeta español, Lezama le habló con toda probabilidad del proyecto de su primera revista: Verbum. Tuvo que ser así, porque Verbum publicó sus tres únicos números entre junio y noviembre de 1937 y en todos ellos la presencia de Juan Ramón fue esencial.

La revista se abre en junio de 1937 con una colaboración de Jiménez; el segundo trabajo que se publica en dicho número es el artículo de Lezama “El secreto de Garcilaso” y aparece dedicado a Juan Ramón. También el número dos de la revista, fechado en julio-agosto, se inicia con un trabajo inédito de Jiménez: “Límite del progreso.” El número tres y último se publica en noviembre de 1937 y se cierra con un texto de Lezama sobre la presencia del poeta español en la Isla: “Gracia eficaz de Juan Ramón y su visita a nuestra poesía.”

En esos mismos meses se gesta, como ya he mencionado, el “Coloquio con Juan Ramón Jiménez.” El poeta español era consciente de que el Coloquio pertenecía en realidad al poeta cubano. Por eso incluyó una nota al comienzo de éste que dice: “En las opiniones que José Lezama Lima ‘me obliga a escribir con su pletórica pluma' hay ideas y palabras que reconozco mías y otras que no. Pero lo que no reconozco m ío tiene una calidad que me obliga tambié n a no abandonarlo como ajeno. Además, el diálogo está en algunos momentos fundido, no es del uno ni del otro, sino del espacio y el tiempo medios. He preferido recojer todo lo que mi amigo me adjudica y hacerlo mío en lo posible, a protestarlo con un no firme, como es necesario hacer a veces con el supues to es crito ajeno de otros y fáciles dialogadores.”

El Coloquio es un texto fundamental, pues supone para Lezama el arranque de su obra crítica simultáneo al inicio de su obra poética con Muerte de Narciso, ambos publicados como libros casi al mismo tiempo en 1937.

Años después, ya lejos de la Isla, Juan Ramón Jiménez acompañó al poeta cubano en todos sus proyectos editoriales, en “la fiesta matinal de la revistas”: Espuela de Plata, Nadie parecía y Orígenes. Y si Verbum fue el inicio, Orígenes fue el final. La figura de Juan Ramón tuvo un significado fundamental, como hemos visto, en Verbum y en el nacimiento del grupo de jóvenes poetas cubanos. Orígenes, que fue la culminación de la aventura de las revistas de Lezama –y donde el poeta español colaboró ya desde el segundo número– se rompe o se empieza a romper en abril de 1954, a consecuencia de un durísimo texto de Juan Ramón sobre Vicente Aleixandre, publicado en el número 34 de la revista cubana. La exigencia de José Rodríguez Feo, codirector y editor financiero de Orígenes, de que Lezama escribiese una nota diciendo que Rodríguez Feo no había conocido dichas páginas de Juan Ramón antes de que se publicasen, fue el detonante de la escisión de la revista y, en gran medida, de que dos años más tarde no pudiese seguir publicándose.

La fidelidad de Lezama a su maestro es extraña; lo fue antes –“era frecuente que quien se le acercara como un hijo después se alejara como un mercader”, escribió Lezama al referirse a la relación de Juan Ramón con los poetas españoles de la Gene-ración del '27–, y lo es ahora. Y esa fidelidad fue para él, ante todo, devoción a una cercanía, a una presencia. El propio Lezama lo expresó diez años después de la muerte del poeta con palabras insustituibles: “Pero entonces tuvimos una suerte, una dicha sin término. Oímos una voz, vimos un gesto, sentimos un misterio, conocimos de cerca a un gran poeta. Juan Ramón se hizo amigo de todos nosotros. He dicho se hizo con toda intención, pues fue entre nosotros donde su trato, su conversación, su transcurrir de todos los días se transparentó, nos hizo ver a todos una gran claridad, pues la cercanía de un gran poeta es de orden numinoso, nos acerca al milagro. Nuestra generación que no pudo oír en la emigración el verbo, la encarnación del idioma en Martí, ni caminar por La Habana Vieja con Julián del Casal, podría ver en Juan Ramón Jiménez una digni dad irreprochable en una palabra que rezumaba una gran tradición penetrando en el porvenir. Bienaventurado el que tuvo maestro, dice el Libro, bienaventurado el que conoció a un poeta, pues vio de cerca la sabiduría de las palabras, del gesto, y del silencio, ¡y que arte, y qué fulguración en la conversación de Juan Ramón Jiménez para usar las pausas, los acentos, los perplejos, las miradas!”

Muchos años después del encuentro entre dos poetas que son hoy para muchos de nosotros maestros, sólo las cartas cruzadas entre ellos nos permiten –en la nostalgia de un tiempo y un espacio compartidos– ver las miradas, los gestos, y oír los pasos, las palabras, los silencios de Juan Ramón y Lezama paseando por las calles de La Habana.

En el verano de 1938, pocos meses antes de que los Jiménez decidiesen trasladarse a Miami, realizaron un viaje a Nueva York, donde vivían los hermanos de Zenobia. Dejaron La Habana el 23 de agosto y volvieron a ella el 3 de diciembre. En esos poco más de tres meses de ausencia, Juan Ramón escribió a Lezama la primera misiva de la que después sería una larga relación epistolar. Se trata de una postal donde ya está presente la nostalgia de Cuba, como un presagio del viaje que pronto lo alejaría para siempre de la Isla. Está fechada en Nueva York el 7 de octubre, y dice: “Le recuerdo mucho, querido Lezama, y me acuerdo muchísimo de su isla desde esta otra isla. […] Supongo que trabaja usted mucho, y pronto podré verlo. Y a La Habana. ¡Qué cambios de color y de luz! Sin duda, lo que diferencia a los hombres es, principalmente, la suma de luz y color. Recuerdos a los buenos amigos. Y un abrazo de su Juan Ramón.”

Años más tarde, cuando Juan Ramón ya había dejado definitivamente Cuba, y vivía en Estados Unidos, Lezama le escribe en carta fechada en diciembre de 1940: “¡Cómo lo recuerdo! […] ¿Por qué no se acerca en estos meses de frío a la Isla? Sé, sin embargo, que usted no vendrá. De todos modos , con haberlo visto una vez creo mi gozo perdurable. Lo extraño, no tengo ya el día en que me desaparecía, para hablar con usted. Me desaparecía de todos aquellos que San Agustín llama el miedo de Babilonia. Ahora sólo puedo hablar con piedras, alambres, sombras y en el mejor de los casos, espejos.”

La correspondencia entre ambos poetas continúa a lo largo de los años, a menudo relacionada con la colaboración de Jiménez en las revistas lezamianas. No es aquí el lugar para seguirla pormenorizadamente. P ero hay una carta de Lezama a Juan Ramón que guarda un especial secreto, una sorpresa, que quiero compartir hoy aquí, en el inicio del año que celebra el centenario de su nacimiento. Es la carta de septiembre de 1942 en que Lezama le anuncia el fin de Espuela de plata y el comienzo de Nadie parecía. Al evocar de nuevo el tiempo de Juan Ramón en la Isla, Lezama escribe invitándole de nuevo al regreso: “Lo recuerdo y lo estrecho. Salude a Zenobia. ¿No siente usted necesidad de hacer un poco de palmera y estrella, de estarse entre nosotros una nueva temporada? Muchas veces me acude la sensación de salir de mi casa, no encontrarlo para hablar con usted, y regresar con la estancia rica de su recuerdo en mí. Sabe como lo quiere siempre. José Lezama Lima.”

Las palabras de Lezama, tantas veces difíciles de descifrar en su inagotable mar de analogías, abren aquí el ámbito de su misterio al ponerse en relación con un poema que Lezama dedicó a Juan Ramón durante su estancia en La Habana.

El poema, titulado “Décima que es felicitación a Juan Ramón sorprendido a fin de año, buscando palma y estrella”, se ha incluido en los apéndices de la distintas ediciones de la poesía completa de su autor, como poema del que no hay una versión definitiva. La versión que hoy presento aquí en edición facsimilar–y cuyo original se guarda en la Sala Zenobia y jrj de la Universidad de Puerto Rico– es inédita. Juan Ramón la quería incluir en un proyecto que se iba a titular Artes a mí y que quedó inédito al morir, y aún espera su publicación.

Décima que es felicitación a
Juan Ramón, sorprendido a
fin de año, buscando Palma y Estrella.

Mi querido Juan Ramón,
tú, solo, pulcro y buscando
la estrella nueva cantando.
La Palma, en nuevo rincón,
vuelve, es cola y corazón,
a una cierta Primavera
de plata que reverbera
en su centro tan oscuro.
En el puro, ya, en el puro
símbolo, plata rielera.

J. Lezama Lima
37-38
La Ha[bana].

Poema y carta dialogan cinco años después de que Lezama, en Cuba, dedicara la décima al poeta español: “¿No siente usted necesidad de hacer un poco de palmera y estrella, de estarse entre nosotros una nueva temporada?”, escribe Lezama recordando a su maestro en quién sabe qué momento de “asombro sosegado en éxtasis” en su Isla. La carta nos lleva al poema; el poema nos devuelve a la carta y a aquellas conversaciones habaneras. Por el largo título explicativo podemos deducir que Lezama lo escribió a fines del año 1937. Juan Ramón parece confirmar las fechas de la “sorpresa” y del poema, al poner al pie del mismo (“37-38. La Hab[ana]”) y situar así la décima en esa frontera entre años, y en el solsticio invernal que era también el de su cincuenta y seis aniversario. Pero hay más. La letra de Juan Ramón no es sólo la que fecha y sitúa el poema: “La Habana 37-38”. Si nos fijamos bien, veremos que el poeta español introduce también algunos pequeños cambios en el texto, como si fuera consciente de las mínimas “imperfecciones” prosódicas nacidas posiblemente en la improvisación de la sorpresa de ese encuentro a fin de año que la décima evoca. Son cambios que buscan sobre todo regularizar el cómputo silábico del verso octosílabo de la décima y que el lector puede ahora ver en el facsímil del poema, nunca publicado hasta hoy.