Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de abril de 2010 Num: 787

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

México en Lezama
RAFAEL ROJAS

Juan Ramón y Lezama en La Habana
ALFONSO ALEGRE HEITZMANN

Breve antología poética
JOSÉ LEZAMA LIMA

La narrativa extraterritorializada
ADRIANA CORTÉS entrevista con SANTIAGO GAMBOA

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Javier Sicilia

Julio Hubard, la redención olvidada

Pese a nuestra época, que ha perdido su relación con sus raíces espirituales; pese también al jacobinismo que mantuvo en las márgenes a la poesía de inspiración católica, ésta continúa fluyendo hoy en día. Julio Hubard es uno de sus más altos representantes. Aunque parco, como su admirado Juan de la Cruz, al grado de habernos dado sólo dos libros, Presentes sucesivos (1989) y Una turba de gente adorable (1992), Hubard no ha dejado de producir. Recientemente, en 2009, nos ha entregado un nuevo libro, Hacéldama.

La palabra, aparentemente críptica para una época que perdió su tradición espiritual, guarda una profunda referencia evangélica: “Campo de Sangre” (Hagel dema, en arameo), nombre que, según el Evangelio de San Mateo (27, 3-8), se le dio al Campo del Alfarero después de que se adquirió, con los 30 denarios que Judas arrojó en el templo, para “sepultura de extranjeros”. Una tradición posterior (Hech. 1, 18-19) dice, en voz de San Pedro, que, en realidad, Judas compró ese campo “con el precio de su iniquidad [...] cayó cabeza abajo, reventó [...] y se le salieron las entrañas [...] de modo que el campo se llama en su lengua Akeldama (Campo de Sangre)”.

Hubard, sin embargo, no elige una u otra tradición. Toma las dos y con un verso que juega con diferentes metros, una fina ironía, característica de su temperamento, y una intención apofática, es decir, que sólo menciona alusivamente su fuente, su Hacéldama se vuelve el mundo moderno en donde la traición se vincula con la condición extranjera del hombre de fe en el mundo de hoy.

Traicionado Cristo, al grado de que, como lo dice en su graciosa y terrible “Epístola a Santa Teresa”, “las íntimas moradas [se han vuel to] pocilgas/ y el castillo, un multifamiliar./ Ropa tendida en los pasillos, barandales,/ niños mugrosos y desatendidos, plásticos/ que cubren las ventanas interiores”, su presencia –escribe en el canto II de “Campana de ceniza”, que alude a la misa dominical– se vuelve, para el hombre de fe, la búsqueda de sus signos en medio del desastre: “Es toser y rezar,/ es orar y rascarse/ los codos, las narices/ entre la pelotera de las almas/ que avan za por el pan.// Todos [...] culpables y llorosos [...] por el crujir y el humo/ de unas velas baratas.// La lumbre es breve, irrepetible el crepitar/ del pabilo, tam bién irrepetible,/ las velas del altar las mismas, desde niños.”

Allí, en esa pocilga interior, en esa iglesia reducida a un tumulto de velas y “sonsonetes nasales y salvíficos”, surge de pronto el encuentro genial, el descu brimiento del misterio de la salvación en el pobre vestigio de la luz irrepetible del pabilo: “La lumbre es un desastre/ común. Y purifica./ Mira la vela: el aura/ de su lumbre/ vuelve líquido el aire,/ maleable la madera.”

En medio de un mundo donde las mediaciones visibles se han convertido –a fuerza de ser interpretadas por la con ciencia racional y traicionadas por la ignorancia– en la triste cotidianidad que nos rodea, la mirada poética de Hubard logra descubrir la redención donde todo parecía ocultarla.

Lejos de la expresión ideológica del catolicismo y su lenguaje trasnochado, pero enclavado en su sustancia, su poesía es el testimonio de una redención que, como en la noche de la resurrección, es sólo perceptible para aquellos extranjeros que, en el hacéldama del traidor, han adelgazado su alma y, al contemplar el milagro, vueltos hacia la pureza olvidada piden su pre serva ción: “Señora de los girasoles/ reza por todos nosotros/ y entre tus flores/ llévate/ algo/ de esta deriva oscura,/ y sálvalo de mí/ y de todos los pecado res.”

Tarea ardua –de allí quizás la par quedad de su obra– y llena de una fe desnuda que en la conciencia de la traición no deja de contemplar el pequeño mi lagro de la redención. Lo dice en su poe ma “Hölderlin descrito por el carpinte ro Zimmer”, donde el poeta –alter ego de Hubard–, después de haber revelado la ver dad del mundo, “que las fuentes de la vida/ están envenenadas; que los frutos/ de la sabiduría son nueces secas [...] vuelve al asombro/ y va y se sienta al sol, de nuevo, un rato”.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco- cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.