Sociedad y Justicia
Ver día anteriorDomingo 4 de abril de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mar de Historias

Pasa cuando sucede

E

l autobús enfila hacia la terminal. Los vacacionistas se desperezan y entablan breves conversaciones. Sólo Mirna se mantiene inmóvil. La intensidad de las últimas horas le provocó un cansancio paralizante. Duda de si tendrá fuerzas para llegar a su casa. Como entre sueños escucha un comentario: El regreso me pareció más largo que la ida. Lo bueno es que llegamos a tiempo, que si no... ya me imagino la cara que me pondría mi nieto.

Mirna sabe que a ella nadie la espera. Siente alivio. Por el momento no tendrá que explicar por qué volvió sola y en autobús. Se pregunta en dónde estará Pablo. Lo más seguro es que su esposo haya emprendido el viaje de regreso a la ciudad y esté pensando en dónde pasar la noche. Cuando se despidieron él se limitó a formularle una promesa vaga: Te llamo luego.

Mirna no tuvo necesidad de preguntarle: ¿Para qué? Lo sabía porque era decisión de ambos: hacer los trámites necesarios para separarse después de 15 años de casados. En aquel momento recordó una noticia en el periódico: si actúan de común acuerdo, las parejas pueden divorciarse en quince minutos.

El asunto le pareció sólo un buen tema de conversación. Ahora tiene que pensar en cómo vivirá esos 900 segundos, cuando ella y Pablo manifiesten ante el juez su deseo de ponerle fin a un matrimonio que duró en años los minutos que tardarán en firmar el acuerdo de divorcio.

II

Mirna arrastra la maleta hasta el sitio de taxis y le da su dirección al chofer. Nunca había cubierto ese trámite. Antes de que compraran el coche, cuando salían de vacaciones con los niños, Pablo se encargaba de todo, hasta de las llaves del departamento.

Ya en el taxi Mirna abre su bolsa para cerciorarse de que las tiene a mano. Ver las llaves engarzadas en el aro metálico le da seguridad. ¿Y si las hubiera perdido? Se enfrentaría a un problema muy serio pero no a una discusión tan agria como la que estalló entre ella y su esposo la madrugada en que regresaron de una fiesta: Te pregunté si las traías y dijiste que sí. Nadie olvida las cosas por gusto. ¿No las habrás perdido? En ese caso mañana mismo cambiamos todas las chapas. ¿Te imaginas qué gasto? Voy a tocar el timbre para que los niños nos abran. Ándale, despiértalos para que mañana no puedan levantarse y falten a la escuela.

En la memoria la escena le parece ridícula y la hace reír. ¿Perdón, decía usted algo?, pregunta el chofer. Mirna finge no haberlo escuchado y se vuelve hacia la ventanilla. Desconoce la ruta: ¿Dónde estamos? El Viaducto va muy lleno a estas horas. Por aquí es más largo pero se avanza rápido. ¿Quiere que me regrese?

Mirna se siente ridícula. Sigue mirando la avenida penumbrosa aun cuando escucha la pregunta del taxista: ¿De dónde viene? De Acapulco. Seguro que estaba hasta el full de vacacionistas. No tanto. El chofer la observa por el espejo adornado con un caballito de mar: Tuvo suerte. En Semana Santa todo está repleto, menos las iglesias. El hombre celebra su ocurrencia con una carcajada y sigue hablando: “Hace un año mi señora quiso que la llevara a Veracruz. Le dí gusto. Fue un lío hallar cuarto y nos salió carísimo.

Me puse de malas y acabé peleado con Teresa. ¡Ni modo! Como diría mi jefe: esas cosas pasan cuando suceden.

Mirna envidia la naturalidad con que el chofer se refiere a su vida personal. Le gustaría tener esa actitud cuando le diga a sus padres y a su familia política en qué terminaron las primeras vacaciones que ella y Pablo hicieron solos después de 15 años de matrimonio.

III

Está llegando a su casa. No hay nadie pero es posible que mañana temprano su cuñado le lleve a Darién y a Zully. Dispone de poco tiempo para decidir cómo y cuándo les dará la noticia a sus hijos. Debe ser muy cuidadosa con las palabras si no quiere lastimarlos y deshacerles la imagen que guardan de su padre. ¿Cómo reaccionarán cuando la oigan? Sea como fuere ella tendrá que enfrentarlo sola.

Al imaginar la escena Mirna reconoce que hizo mal negándose a volver en el automóvil con Pablo. Habría sido mejor, menos violento, que Darién y Zully los vieran juntos. Después podrían sostener con ellos una conversación y explicarles que su divorcio no es consecuencia del odio ni de que se sientan atraídos por otras personas. Decidieron separarse para tomar, cada uno por su lado, las riendas de su vida. Mirna no está segura de que dos adolescentes puedan digerir algo en apariencia tan simple. Ella misma no logra entenderlo. Piensa en la frase que le dijo el taxista unos minutos antes: Esas cosas pasan cuando suceden.

Servida, dice el chofer con amabilidad. Mirna reacciona extrañada: ¿Tan pronto llegamos? Se lo dije: dimos algo de vuelta pero avanzamos más rápido.

IV

Mirna entra en el departamento, deja caer la maleta y enciende las luces. Todo está como lo dejó y sin embargo ya nada es igual. Antes, al regreso de un viaje con los niños, enseguida llamaba a sus padres para contarles sus impresiones y decirles qué les había traído de regalo. Ahora se resiste a la comunicación, ha vuelto sola, sin obsequios para su familia y sin nada glorioso qué contarle. Lo que tiene que decirle es amargo, un día lo será menos. Quizás entonces pueda comprender qué desencadenó en Pablo el ansia de alejarse, qué la llevó a aceptar la ruptura sin resistencia alguna.

Exhausta, se desploma en un sillón y mira hacia el centro de la estancia. En ese mismo sitio, cuatro días antes, Pablo le hizo una broma: Tu maleta está pesadísima. ¿Llevas piedras o qué? Mis cremas. No sé para qué las usas. No las necesitas. Se besaron. Una conversación tan ligera sólo podía augurar unas vacaciones encantadoras.

No lo fueron. A pesar de sus esfuerzos no lograron construir un ambiente propicio lejos de su casa, de sus hijos, de su rutina de 15 años. Apartados de todo eso se veían torpes, incómodos, perdidos. Mirna fue la primera en advertirlo. Sacó de su cartera los retratos de Darién y de Zully y los puso encima del buró: ¿No te parecen lindos? Pablo le hizo una súplica: Olvídate de ellos por unos días. Piensa que somos novios. Ella le siguió la broma y para hacerla más real quiso sacarse la argolla de matrimonio. No pudo: los huesos de su mano se habían engrosado.

V

La primera noche asistieron a un baile junto a la piscina. Entre la música y los brindis con desconocidos no tuvieron oportunidad de hablarse. La segunda, navegaron en un yate turístico. Durante la travesía se mantuvieron en silencio para no alterar los rumores del paisaje nocturno. Como sus vacaciones estaban a punto de terminar decidieron que la tercera velada sería nada más suya.

A las nueve de la noche bajaron al restaurante. Las mesas estaban adornadas con ramilletes de flores y con velas. Su tenue luz protegía la intimidad de las parejas. Hablaban en voz baja, mirándose, mientras que ellos se hacían a cada momento las mismas preguntas: ¿Estás contento? ¿Te sirvo más vino? ¿Crees que nos salga muy caro? ¿No te da mucho el aire? Breves respuestas y enseguida el silencio.

Una familia numerosa que desfiló ante ellos despertó la curiosidad de Mirna: Mi amor: ¿te hubiera gustado tener más hijos? “Si apenas podemos con dos…” No era la respuesta que ella esperaba. Pablo notó su decepción. ¿Te molestó lo que dije? Ella miró a su alrededor: En un lugar así ¿quién puede molestarse? Además no sé por qué hablamos de eso. Tú mencionaste el tema.

Mirna quiso aligerar la situación: Perdona. Hablemos de otra cosa, de nosotros. A ver ¿cómo te imaginas nuestro matrimonio cuando seamos viejos? Nadie puede adivinar el futuro. Mi vida ¡es sólo un juego! Conciliador, él le tomó las manos. Miró la argolla que adornaba la izquierda e intentó zafarla. Entre risas, ella le dijo que estaba lastimándola.

Sin importarle la advertencia él siguió forzando el anillo hasta que logró sacarlo. Triunfal, lo miró a contraluz y lo dejó caer en la copa de vino. Mirna no pudo interpretar la actitud de su marido: ¿Qué te pasa? Él tardó en responderle: ¿Te has dado cuenta de que, solos, no podemos hablar? ¡Pero si no hemos hecho otra cosa!

Pablo siguió mirando la copa: Me preguntaste cómo pensaba que sería nuestro matrimonio cuando fuéramos viejos. No pude imaginarlo pero sentí angustia. Creo que nos casamos demasiado jóvenes. Es tarde para arrepentirnos del pasado ¿no crees?

Mirna abandonó la mesa. Él la siguió a la habitación. Pasaron la noche hablando por última vez como marido y mujer.