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Un científico que apuesta por las perspectivas irreales

Médico de profesión, Pablo Weisz usa el arte para romper leyes naturales
 
Periódico La Jornada
Lunes 5 de abril de 2010, p. a13

Un caballo con alas, una frágil rueda de la fortuna que gira pesados animales, una mesa con su propio paisaje, un lobo vestido de traje, con manos y zapatos. La obra pictórica de Pablo Weisz Carrington (México DF, 1947), que se ubica dentro del arte fantástico, es habitada por imágenes que podrían ser, pero no son, ya que no lo permiten las leyes biológicas y físicas.

Los cuadros integran Ventana hacia el interior, exposición de pintura, acuarela y escultura de Weisz Carrington que fue abierta en el Museo José Luis Cuevas, Academia 13, Centro Histórico, en el contexto del 26 Festival de México.

Médico de profesión, radicado en Estados Unidos, Pablo Weisz ha dibujado toda su vida y asegura que de no trabajar en obra artística “me sentiría muy mal, seguramente deprimido. Empecé a dibujar desde temprana edad. Mi mamá (Leonora Carrington) era una artista muy activa, muy ocupada, yo quería estar cerca de ella, entonces, me daba papel y me decía, ‘mientras pinto, tu dibuja. Nada más no me distraigas’”.

–¿Fue estricta contigo?

–De ninguna manera. Es una madre tiernísima, maravillosa, generosa, me dio la enorme oportunidad de trabajar también en el arte.

“Es una persona de una inteligencia extraordinaria y por fortuna me comuniqué muy bien con ella. No era como Max Ernst, que se portó muy alejado, muy cortante, con su hijo Jimmy. Al contrario, mi mamá me decía, ‘vente, pero si quieres estar en mi estudio vas a tener que dibujar’. Después me decía, ‘por qué quieres dedicarte a la medicina, deberías dedicarte al arte’”.

–¿Qué contestó?

–Porque no las dos cosas, no son incompatibles.

Aunque Weisz Carrington es un científico, le gusta plasmar una perspectiva irreal. Sus mesas con paisaje le recuerdan que de niño las mesas eran sumamente altas. En ese contraste de dimensiones le gusta donde se arrancó un pedazo de terreno con árboles y se levitó. Esa clase de cosas antigravitacionales. En eso es muy distinto a lo que hace mi mamá, porque no es una persona que hace cosas científicas. Ella era más bien de la mitología, la fantasía.

Nacido en una familia de artistas –su padre fue el fotógrafo húngaro Chiki Weisz–, ¿cómo no sucumbir a su influencia?

“Para mí es una batalla constante, porque es muy fácil ser influido por otra persona, en especial si es tu mamá.

–Me imagino que la admiraba mucho.

–La admiro desde niño y la amo muchísimo. Siempre tuve un contacto conversacional con ella. No fue una cosa de madre e hijo, sino un diálogo constante hasta hoy. Siempre le enseño mis dibujos. Le gustan mucho.

Pablo Weisz suele usar el mismo fondo en sus cuadros, que puede ser un paisaje desértico o un cuarto, en donde se desarrolla una escena de corte teatral. Explica: Podría atiborrar el paisaje con árboles, jungla y demás, pero me gusta la sencillez del desierto o de la planicie, en donde los objetos pueden hablar de una manera directa al observador. Es como si fuera un enorme juego en donde pasan cosas que uno quisiera que pasaran, pero por razones físicas no pueden.

–¿Le permite seguir siendo niño y cultivar su mundo?

–El día que se me vaya ese niño de la cabeza, pues, ya me perdí. Para mí es muy importante la libertad que tienen los niños.

–El aspecto naif de las figuras, ¿es buscado o espontáneo?

–Sale del alma. En este mundo tan terrible en que vivimos un elemento de naiveté es una ventaja. Me gusta transportar no sólo a mí mismo, sino a los que quieren entrar en ese mundo y liberarse un poco del agobio cotidiano.