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Bolivia: la imperturbable autonomía del abajo
L

os comicios del 4 de abril, para elegir nueve gobernadores, alcaldes, concejales y asambleístas departamentales, muestran que el proceso político y social boliviano sigue vivo y que el ciclo de movilizaciones de 2000 a 2005 sigue vigente. El gobierno de Evo Morales pudo decir que el Movimiento al Socialismo (MAS) salió fortalecido, ya que ganó en cinco de los nueve departamentos y creció en varios de los gobernados por la derecha. Comparando con las anteriores elecciones municipales, el MAS creció. Sin embargo, un análisis más preciso muestra un retroceso en particular en el occidente, base principal de apoyo del gobierno.

En diciembre de 2005 Evo Morales y Álvaro García Linera llegaron al Palacio Quemado con 52 por ciento de los votos. En diciembre de 2009, el mismo binomio cosechó 64 por ciento. Esa elevada votación reflejó una gestión de gobierno muy superior a las anteriores, pero también la derrota que los movimientos infligieron a la derecha en agosto y septiembre de 2008, cuando un impresionante cerco indígena, obrero y campesino sobre Santa Cruz hizo retroceder a la oligarquía. Esa derrota de la derecha modificó el tablero político boliviano, ya que el campo de fuerzas político-social dejó de articularse en torno al conflicto gobierno-oposición oligárquica.

En diciembre pasado Evo consiguió un apoyo masivo y macizo en el Altiplano, con porcentajes que superaron 80 por ciento en la provincia de La Paz y en la ciudad aymara de El Alto. En Achacachi, epicentro del levantamiento de 2003 que derribó al gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, ciudad emblemática donde funcionó el cuartel de Qalachaka, espacio donde se concentraron las comunidades en estado de militarización para resistir al ejército, el MAS consiguió un increíble 97 por ciento. No fue un hecho aislado. Todo el Altiplano fue barrido por el entusiasmo aymara con la misma intensidad que el viento helado de la cordillera Real despeja la planicie.

Ahora las cosas han sido diferentes. Del 64 por ciento general cayó a poco más de 50 por ciento, según la cadena de radio Erbol. Es cierto que en cinco años ganó seis elecciones consecutivas, tres con más de 60 por ciento. El MAS crece en los departamentos donde manda la derecha racista: Beni y Pando, sobre todo, y mantiene su importante presencia en Santa Cruz y Tarija. En oriente ha sido notable la expansión de los movimientos desde 2005. Y ésa es una de las claves, no la única por cierto, del crecimiento del MAS. La cuestión central, no obstante, es lo sucedido en el Altiplano.

Los candidatos del MAS sólo pudieron ganar tres de las 10 principales ciudades, perdiendo en La Paz, Oruro y Potosí, donde la mayor parte de la población es indígena. En la provincia de La Paz, el MAS cayó de 80 por ciento a menos de 50 por ciento. En El Alto ganó con sólo 39 por ciento cuando había llegado a 80. Y perdió Achacachi. Las pérdidas mayores se dieron en los bastiones indígenas, aquellos que protagonizaron los levantamientos en 2000, 2003 y 2005. En ninguno de esos lugares la población se volcó a la derecha, sino al Movimiento Sin Miedo, ex aliado del MAS, partido que en modo alguno puede ser considerado parte de la derecha racista y oligárquica, aunque mantiene claras expresiones antindígenas.

Fueron los sectores más conscientes, los que más se habían destacado en la lucha contra el neoliberalismo, los que esta vez dieron la espalda a los candidatos del gobierno. Es cierto que al ser elecciones locales y departamentales no estaba en juego la presidencia, y que eso permitía mayor margen de maniobra a los electores. Eso hicieron. La silbatina que recibieron de los ponchos rojos Evo y sus aliados locales en Achacachi en el cierre de campaña, en claro rechazo a la imposición a dedo de candidatos sin contar con la opinión de la comunidad, habla por sí sola. Algo similar sucedió en El Alto, donde el candidato designado desde arriba cosechó apenas la mitad de votos del MAS.

El sociólogo aymara Pablo Mamani, en un excelente artículo (¿Por qué el MAS empezó a perder en La Paz?) se pregunta si existe un entorno blancoide que expropia como en el 52 la lucha y la historia aymara o india. En efecto, el fantasma de la apropiación por las elites de la revolución de 1952, para neutralizar los avances populares, sigue presente en Bolivia. Va más lejos: ¿Nuevamente hay que poner los pechos y los cuerpos ante las balas para forjar un hecho histórico que sea realmente transformador y nuestro? Preguntas que se formula quien participó en El Alto en las duras jornadas de setiembre y octubre de 2003.

Si algo han aprendido las fuerzas antisistémicas en los dos últimos siglos es que los triunfos revolucionarios pueden ser revertidos, neutralizados o desfigurados por las camadas de administradores que, con discurso revolucionario, infectan de inercias el proceso de cambios. Nombrar a dedo a los candidatos es una práctica neocolonial de una burocracia que habla en nombre de los indios y del Estado plurinacional.

Lo que está sucediendo en Bolivia muestra que los rebeldes de ayer siguen siendo rebeldes. Que la maquinaria comunitaria, dispersadora natural del poder centralizado, sigue funcionando, aunque ahora no se expresa del mismo modo que cuando gobernaba la derecha. Es una excelente noticia para la lucha anticapitalista, más allá de las anécdotas del 4 de abril, entre ellas el indisimulable malestar de Evo y sus colaboradores. Quienes han puesto límites al aparato del MAS, que de eso se trata, son aquellos que estuvieron en la primera línea del combate en la guerra del gas, quienes llevaron a Evo al Palacio Quemado y quienes lo defenderán en caso que las derechas intenten voltearlo por la fuerza. Por eso se puede asegurar que el proceso de cambios sigue vivo y se profundiza en Bolivia: los de abajo y a la izquierda mantienen su autonomía, pese a quien pese.