Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de abril de 2010 Num: 788

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El último cierre
FEBRONIO ZATARAIN

En los días soleados de invierno
SPIROS KATSIMIS

George Steiner: otra visita al castillo de Barba Azul
ANDREAS KURZ

René Magritte Presentación
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

El paso de la realidad a la poesía y al misterio
JACQUES MEURIS

El Surrealismo y Magritte
GUILLERMO SOLANA

El surrealismo a pleno sol
RENÉ MAGRITTE

El terremoto de Chile: qué y cómo
LAURA GARCÍA

Un pensador errante
RAÚL OLVERA MIJARES entrevista con EDUARDO SUBIRATS

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Ana García Bergua

Tienditas

El colmo de la frustración en los barrios elegantes es tener que caminar kilómetros para encontrar una tiendita; sin embargo, tarde o temprano aparecerá una, aunque esté semioculta detrás de un árbol, aunque se haya tenido que disfrazar de ventana furtiva. Y es que las tienditas, tendajones, abarroterías o misceláneas han vivido sembradas en nuestros barrios desde tiempos inmemoriales. Se incrustan en las calles como un pequeño surtidor y se niegan a des aparecer. Junto a las mansiones lujosas de las colonias de calles cerradas o al lado de los grandes edificios, a pesar de los supermercados y los caricaturescos oxxos y sevenilevens, a pesar de las calles atestadas de automóviles y basura, las tienditas permanecen, empotradas en lo que queda de antiguas construcciones, de viejas casas que casi parecen seguir en pie para abrigarlas, o en los rincones más inverosímiles.

Eso sí, en una colonia lujosa, las tienditas pierden importancia y desaparecen a ojos de los habitantes que salen y entran a sus casas en automóvil. Se convierten, entonces, en refugio de poblaciones laterales: albañiles, choferes, jardineros, sirvientas, que en ellas encuentran un pedacito de sus barrios, un poco de vida propia, pican te como un chamoy. Las tienditas fomentan nuestras más elementales aficiones a mascar chicle, a fumar Delicados sin filtro, a beber cosas en las calles, a llenarnos de dulces, tan infantiles y huecos como nubes o ilusiones, como el billete de la lotería.


Foto: www.metroflog.com

Su protagonismo va creciendo entre la clase media y los pobres. En los barrios, junto con las papelerías, las tienditas hilvanan las tardes larguísimas de los niños, que se van pasando a golpe de tareas, de compras mínimas y caramelos que no duran más que un momentito de plenitud. Y es que el corazón de un barrio está en la tiendita, o dónde más, si no. Los tenderos no sólo conocen a todos los habitantes de su pequeña demarcación; también son el refugio de los que medran por sus calles, los teporochos, los viene-vienes, todos los que toman refresco en ellas a cualquier hora, comen papas y chicharrones, atisban el paso de las muchachas, otean la vida de esa colonia, la entrada y la salida de la gente y el paso de los colegiales, fuman en ellas o afuerita, sentados en algún escalón, algún saliente de piedra, ahora que no se puede fumar en ninguna parte. Tienen una conmovedora y muy poco mercadológica compatibilidad con la vagancia. Las más ínfimas reciben, en compensación a su humildad, la visita de enormes camiones de refresco o de tuinquiwonders, abejorros grandes, acorazados con botellas tintineantes o crujientes bolsitas que engordan cruelmente a la población.

Por años han sido el sustituto más pobre del restaurante, el templo de lo indispensable, del cilantro que falta, del detergente que se acabó, de la sal que se me olvidó cuando fui al súper, de la torta de jamón con su latita de jalapeños que ha sido desde siempre el alimento de los huérfanos en las ciudades, antes de que comenzara la aciaga era del lonchibón. Su nombre aparece al final de imperativos categóricos y deportivos: córrele por queso panela, vuélale por cocacolas. En ellas sesionan todavía el club de la Santa Caguama, la Cofradía del jabón Zote y la Gran Logia Oriente del Chuchuluco. Su piso de mosaicos ajados siempre tiene un pequeño charco, atribuido a la hielera de los refrescos o las paletas heladas. Sus paredes conservan un olor característico, olor a destapador metálico, a vidrio húmedo y frío, a las corcholatas que pasaron a mejor vida y aun así dejaron su huella fantasmal, la del pequeño ruido que hacían al destaparse y caer al piso, una tras otra, formando un tesoro de lo más curioso, el óbolo del barrio a la Santa Tiendita de todos tan socorrida. Uno de sus misterios es que muchas veces tienen un fondo oscuro, pues suelen ser muy pequeñas, con una sola puerta trasera que quién sabe a dónde da.

Hay tenderos que presiden sus misceláneas semiocultos entre las cajas de golosinas y la rebanadora de jamón; otros que viven asomándose a la esquina, prediciendo riñas y catástrofes. Muchos, Dios no lo quiera, conjuran los asaltos perpetuos encarcelando sus tienditas con rejas admonitorias. Otros juntan al barrio al poner el futbol en sus televisiones, cuando no prolongan la sala de su casa con películas mexicanas cuya trama uno siente interrumpir si llega a comprar cigarros. Las misceláneas son lo que queda de los pueblos en nuestras ciudades.