Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de abril de 2010 Num: 788

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El último cierre
FEBRONIO ZATARAIN

En los días soleados de invierno
SPIROS KATSIMIS

George Steiner: otra visita al castillo de Barba Azul
ANDREAS KURZ

René Magritte Presentación
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

El paso de la realidad a la poesía y al misterio
JACQUES MEURIS

El Surrealismo y Magritte
GUILLERMO SOLANA

El surrealismo a pleno sol
RENÉ MAGRITTE

El terremoto de Chile: qué y cómo
LAURA GARCÍA

Un pensador errante
RAÚL OLVERA MIJARES entrevista con EDUARDO SUBIRATS

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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De naturaleza lupina

El hombre es el lobo del hombre, frase escrita originalmente por Plauto en su Asinaria (comedia de los asnos) hace más de dos mil años y reproducida más o menos como la conocemos ahora por Thomas Hobbes hacia 1651 en su Leviatán, debe ser una de las máximas de los productores de la televisión contemporánea. Uno de los pilares económicos de la industria es la exhibición de recónditos vericuetos de la miseria ajena: abandonos, envidias, pleitos de familia y vecindad trastocados por la magia de la televisión en pacota, en comedia bufa. La televisión de los reality shows fincó un subgénero en los medios masivos que trasciende la televisión misma, para encontrar abrevaderos antes inimaginables en las nuevas tecnologías de la información. Youtube es quizá el caso más evidente, aunque ejerza censura no despojada de mojigata corrección política en sus transmisiones. Pero, ¿qué ocurre si una producción o montaje no tienen como objeto aparente la popularidad en las audiencias, sino más bien simular la pista de tres circos para evaluar desde una perspectiva más formal la naturaleza del hombre moderno y su relación con el omnipresente medio televisivo? No pocas películas se han hecho cargo del asunto, como las hollywoodenses The Truman Show y Fifteen minutes o la alemana Das Experiment (mucho más fiel a experimentos reales), y se llegó a tratar de justificar así los diversos Gran Hermano que corrieron y corren por el mundo: espectáculo cutre con disfraz de experimento social.

Pero verdaderos experimentos los ha habido. En 1971 en Stanford se condujo uno, a saber si ceñido verdaderamente al rigor de las mediciones científicas por la naturaleza subjetiva de su estudio, pero que fue capaz de arrojar alguna luz sobre nuestra propia naturaleza feroz y emocionalmente antropófaga ,a pesar de siglos de presunto proceso civilizatorio. El psicólogo conductista Philip Zimbardo simuló por poco más de tres semanas un ambiente carcelario, con voluntarios como presos y celadores. Zimbardo, quien a su vez participó como “alcaide” de la “prisión”, llegó a una conclusión harto preocupante, que establece vasos comunicantes con circunstancias que en 1971 –en plena guerra de Vietnam– no resultan tan distantes de Guantánamo o Abu Ghraib en años recientes. “Gente buena –resume Zimbardo– situada en un lugar horrible (como es una prisión aislada del régimen legal o humanitario del exterior) desarrolla conductas atípicas y crueles.” Crueldad en el caso del celador, pasividad y pérdida de la autoestima y de la identidad en el caso del preso.

Es ahora la televisión francesa la que ha retomado el asunto, conduciendo su propio montaje experimental para un documental titulado Le Jeu du Mort (el juego de la muerte), en que se simuló una cárcel. A los participantes se les dijo que se trataba de un nuevo reality show, cuando en realidad el asunto era registrar la degradación de la conducta humana en función de lo dispuesto por un sistema que rige la vida de los sujetos, en este caso la televisión, para atender propósitos que los individuos no necesitan conocer mientras debía bastarles con cumplir su rol: reclusos de un lado y sus guardianes del otro. Los abusos y las torturas fueron ordenadas a los “concursantes” y la producción pudo atestiguar cómo, a pesar de algunos reparos morales, la mayoría de los sujetos se convirtieron en torturadores.

Aunque los resultados distan mucho de ser concluyentes, el discurso de la naturaleza cruel del subordinado cuando deja la propia responsabilidad en manos de un sistema retoma vigencia, disculpando peligrosamente a torturadores por consigna, tal que intentaron argumentar los nazis capturados al final de la segunda guerra mundial durante los juicios de Nuremberg y ahora, más de medio siglo después, quizá para diluir la responsabilidad de miembros de las fuerzas armadas británicas y estadunidenses ante el tramposo debate de la tortura como acción preventiva del terrorismo.

Escritores, comediógrafos, cineastas y filósofos han abordado el asunto del sistema que es capaz de corromper la esencia bondadosa del hombre según sus corporativos intereses. Sea la premisa la inocencia primigenia o la zafiedad del alma humana, el apunte es similar; desde un asesino como Adolf Eichmann hasta un loco magnífico como Ludwig Wittgenstein, y buena parte del asunto se cocina en términos de la capacidad del sistema –el medio como el todo– para condicionar la conducta del sujeto y lograr despojarle de individualidad y conciencia con éxito aterrador.