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TOROS

Ejecutaba el pase de la pedresina más quieto que su autor, sostiene aficionado

Recuerdan a José Ramón Tirado, quien jugó con la vida como si no fuera suya

Antes de triunfar en Ciudad Juárez el valeroso mazatleco pensaba irse a Estados Unidos

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El rejoneador español Diego Ventura, tras su triunfal actuación este domingo en la Feria de SevillaFoto Reuters
 
Periódico La Jornada
Lunes 12 de abril de 2010, p. a38

Mario Peñalosa, aficionado de Mazatlán, me señaló que en La Jornada no hubiésemos aludido a su famoso paisano, el matador José Ramón Tirado Robles, fallecido el pasado 27 de marzo en Los Ángeles, California, a los 77 años de jugar con la vida como si suya no fuera y, según los inefables reportes médicos, a consecuencia de un mal hepático que arrastraba desde hacía años. Ah, si estos galenos se enterasen de que la vida termina de cualquier manera y que el único lujo es haberla sabido exprimir.

Fui muy aficionado a los toros –comienza Peñalosa su evocación joserramoniana– cuando había toros bravos aunque menos pesados que hoy y muchísimos buenos toreros, al grado de que las plazas fronterizas se llenaban de público de ambos países porque toros y toreros daban espectáculo, algo especial pasaba en la arena y la gente regresaba al siguiente domingo.

Allá en 1955, en una Ciudad Juárez trabajadora y alegre, me iba con un amigo a la plaza Alberto Balderas, pues aún no existía la Monumental, a ver desde la llegada del encierro, después asistíamos al sorteo y ahí estábamos los dos chiquillos en sol general los domingos, deslumbrados, como el resto, con las hazañas de valientes de luces frente a la bravura que emociona, la única pues.

Nunca olvidaré esa tarde apoteósica de Juárez en que José Ramón fue llevado en hombros desde la antigua plaza de la calle Francisco Villa, y por la avenida 16 de Septiembre, hasta el hotel San Antonio, donde se hospedaba. Yo, que apenas tenía 13 años, lo llevé un rato en mis hombros, desde luego con mucho esfuerzo pero inmensa emoción. Aquella tarde le cayó a Tirado casi por casualidad, pues él ya estaba harto de esfuerzos sin éxito y había decidido abandonar los toros e irse a Estados Unidos. La faena fue con el quinto de la tarde, regalo del empresario de apellido Olguín, y quien luego apodarían El Temerario le cortó las orejas y el rabo.

Tirado, alias también El Chino, orgullosamente mazatleco, nació en el puerto el 8 de septiembre de 1932, fue un torero espectacular y valentísimo, más apreciado y mejor apoderado en España, donde lo aclamaron incluso los públicos de Barcelona y de Madrid, agotando el boletaje en su segunda actuación en Las Ventas. Ejecutaba el pase de la pedresina más quieto que su autor, Pedrés. No creo exagerar si te digo que la increíble quietud de Tirado es el antecedente inmediato de El Cordobés, cuyo apoderado, Rafael Sánchez El Pipo, llevó primero los poderes de José Ramón.

La afición me vino por mi padre, al grado de que mi segundo nombre, que por cierto nadie conoce, es Silverio. Ya viejo mi padre, le dije un día: qué bueno que eras admirador de Silverio y no de Cagancho, si no qué friega me arrimas. Fue aficionado práctico y novillero por corto tiempo. Se presentaba como Mario Peñalosa Pató y casi siempre hizo pareja con un muy amigo de él de nombre Francisco Rubiales, que a la postre se casaría con una prima hermana de mi padre, mi tía Guillermina Peñalosa. Tras sufrir un cornadón en Tlaxcala, mi tío Paco se fue al burladero de locutores y mi padre a su tendido de sol.

Tirado –remata Mario– fue un torero de gran carisma. No les podía mucho a los toros y su entregada quietud le ocasionó varias cornadas, pero la gente lo quería y seguía, y hasta sentía ganas de consolarlo cuando su esposa, la cantante Lola Beltrán, lo dejó por el también matador Alfredo Leal.