Opinión
Ver día anteriorMiércoles 14 de abril de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Apocalipstick o el nuevo valle (el único) de Josafat
E

scritor que no requiere de la ficción para escribir literatura, cronista puro por aquello de que no se valió del género como estación intermedia para dar el gran salto a la novela, constructor ambulante de aforismos que sirven como close up para descifrar o disfrutar mejor el paisaje urbano definido por la demasiada gente y su incesante búsqueda por encontrar las posibilidades del hacinamiento, topógrafo del deseo en los despeñaderos lumpen con sexo en vivo, voyeur de las noches lúbricas en las fiestas privadas de Las Lomas, El Pedregal o donde existan damas, choferes y guaruras, donde el slumming –ese descender al peladaje para darle intensidad al sexo (¡oh Novo, poeta chofer!)– es moda, divertimento, única posibilidad del intercambio de fluidos; testigo de la urbanización frenética y la multiplicación de las tribus nómadas que en el mejor de los casos las componen los condenados a la renta de alquiler y, en el peor, los llamados niños de la calle, del desbordamiento de las colonias populares y el diluvio poblacional, la construcción del nuevo Valle de Josafat con un aire más denso por las toneladas de heces que prodiga el fecalismo al aire libre, Virgilio que nos enseña minuciosamente el circular infierno urbano de nuestros días, donde la sociedad se devora con frenesí a sí misma, paseante memorioso que ante la duda que le provoca el entorno se adhiere al clavo ardiente de la poesía como forma extrema de comprensión, víctima y relator de la inseguridad que es más que mera percepción, de la ecología del miedo, del hábitat del temor de quienes viven en este México en el que los gobernantes y sus asesores comprueban científicamente cada vez que hace falta que la multiplicación de ejecuciones es prueba contundente de que la inseguridad disminuye aunque el ciudadano común y el presidente Obama y su Gabinete de Seguridad perciban lo contrario, periodista que toma notas de memoria y llega a pasarlas a sus libretas de taquigrafía que inundan su escritorio, guía de forasteros que ha encontrado en la escritura el mejor método para ejercer la imaginación crítica, coleccionista compulsivo que no deja de alimentar su inventario de asombros, su almacén de perplejidades y no duda en compartirlos. Todo eso encuentro en Apocalipstyck, el más reciente libro de crónicas de Carlos Monsiváis, de donde extraigo esta mínima muestra de crítica y humor negro que puede servir para alumbrarnos el camino que todos los días andamos en esta ciudad:

Cola: es la distancia más corta entre la paciencia y la disolución del Yo.

El Metro: Si algo acelera el respeto a la diversidad es el Metro, escuela del respeto a fuerzas.

La vivienda: el Santo Grial de los nuevos antiguos. El suelo: la utopía, no hay lugar. Los servicios: el aprendizaje de la ciudadanía. Los marginados sobreviven precisamente porque lo son, porque se instalan en medio de la escasez o en la ausencia de recursos (…)

–Los pregoneros del desastre son los fanáticos del arraigo.

–Travestis: los últimos defensores de la feminidad a ultranza.

–En el mundo postfreudiano la libido no engendra complejos, sino, más bien, crea vínculos amistosos con las frustraciones.

–La ciudad crece en dirección opuesta a la autoestima de sus habitantes.

–El tiempo se deja atrapar por el reloj para huir del fastidio de la eternidad.