17 de abril de 2010     Número 31

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Cien años de lucha por tierra y libertad
…Y ZAPATA SIGUE CABALGANDO


Pág. 46. La fi rma del Plan de Ayala
Tierra y libertad. Guión: Armando Bartra. Dibujo: Ángel Mora. De la serie México historia de un pueblo, SEP 1982

Plutarco Emilio García Jiménez

Tu lucha, señor, no era el combate, la fugaz marea, el odio de la turba pasajera; era la tuya, pelea esencial de un territorio; sin tierra no hay destino, ni sueño, ni bandera.
Efrén Orozco

Hace cien años, en 1910, antes de que estallara la revolución maderista, el joven Emiliano Zapata encabezó a petición de sus coterráneos la primera toma de tierras en el campo El Guajar de Anenecuilco, las cuales habían sido despojadas a la comunidad por la hacienda de El Hospital. En el mismo año, Zapata y sus compañeros recuperaron tierras en los pueblos de Villa de Ayala y Moyotepec. Estas fueron las primeras acciones de una centenaria lucha agraria que aún no ha terminado en México.

El pensamiento y la praxis agrarista del zapatismo quedaron plasmados en el Plan de Ayala, firmado y promulgado por el Ejército Libertador del Sur en Ayoxustla, el 28 de noviembre de 1911. Este histórico documento también marca la ruptura definitiva de Zapata con Francisco I. Madero, quien siendo ya presidente se negó a entregar la tierra a los campesinos violando el espíritu del Plan de San Luis.

Si Madero no cumplió su compromiso con los hombres del campo, tampoco lo hicieron Carranza, Obregón y Calles. Fue el general Lázaro Cárdenas, quien entendió la importancia histórica de dar solución al problema de la tierra, por lo que, con una alianza con los campesinos en pie de lucha, impulsó una reforma agraria integral a partir de la cual el gobierno repartió a los campesinos más de 20 millones de hectáreas, cantidad varias veces mayor que las que repartieron todos los anteriores gobiernos posrevolucionarios.

La contrarreforma, modernización y monopolización. En 1946, Miguel Alemán reformó la Constitución para implantar el amparo agrario a favor de los terratenientes y ampliar los límites de la pequeña propiedad. Esta acción de gobierno sentó la base jurídica para una nueva concentración de la tierra, que en los gobiernos subsecuentes daría lugar al surgimiento de nuevos latifundios y al crecimiento de los ya existentes. Durante 1940-1965, la agricultura mexicana contribuyó con excedentes y divisas al desarrollo industrial. Fueron tiempos en que el producto agropecuario creció a un promedio del cinco por ciento anual. Algunos investigadores llamaron a este período la etapa de la “modernización” de la agricultura, otros el “milagro mexicano”. Después de esos años siguió floreciendo la agricultura empresarial a costa de la agricultura campesina tradicional que iniciaría una crisis crónica.

A fines de la década de los 50s y principios de los 60s, se produjeron importantes movilizaciones campesinas por la tierra. Las más notables fueron las impulsadas por la Unión General de Obreros y Campesinos de México (UGOCM) en Sonora, Sinaloa y Durango. En Morelos, Rubén Jaramillo apoyó las luchas de los comuneros despojados por los fraccionadores y tomó tierras de los llanos de Michapa y El Guarín, de donde los campesinos fueron desalojados en dos ocasiones y Jaramillo fue asesinado con su familia el 23 de mayo de 1962. Las luchas agrarias seguirán activas en varias regiones, donde sonarán los nombres de líderes como Jacinto López, Ramón Danzós Palomino y Álvaro Ríos.


FOTO: Enrique Pérez S. / ANEC

Mientras tanto, el nuevo modelo agropecuario hace florecer la ganadería extensiva, monopoliza la tierra y sustituye los cultivos de granos para consumo humano, como el maíz y el frijol, por la producción forrajera y productos de exportación. Un modelo basado en la especulación, en la dependencia de exterior, en la depredación de recursos naturales y el deterioro del medio ambiente, con la consiguiente pérdida de la soberanía alimentaria.

Las últimas grandes batallas por la tierra. Al comenzar la década de los 70s el campo mexicano estaba en llamas. No era para menos, pues había tres millones de campesinos demandantes de tierras, agrupados en 60 mil comités particulares ejecutivos, los cuales enfrentaban fallos negativos de los tribunales, amparos a favor de los terratenientes, resoluciones sin ejecutar, expedientes agrarios rezagados por decenios, ejidatarios y comuneros sin carpeta básica y expuestos a los despojos; y los ejidatarios y comuneros que tenían asegurada su parcela, tenían que dividirla entre los hijos para subsistir en la precariedad. A toda esta situación había que agregar el despotismo y la corrupción de la burocracia agraria.

Desde los inicios del gobierno de Luis Echeverría (1970-76), surgieron como hongos brotes de descontento campesino en la mayor parte del país. En el trienio de 1971-73, había tomas e invasiones de tierras en Puebla, Tlaxcala, Sonora, Sinaloa, Chihuahua, Tamaulipas, Coahuila, Guanajuato, Oaxaca, Zacatecas, San Luis Potosí, Michoacán, Veracruz, Chiapas y Nayarit. Los campesinos hacían campamentos, donde día y noche cuidaban las tierras ocupadas; realizaban caravanas hacia la capital del país, tomaban oficinas del entonces Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización (DAAC). Tan sólo en 1973 se reportaron más de 600 tomas de tierras en todo el país.

La efervescencia en el campo obligó a Echeverría a moderar su postura antiagraria, a cambiar su discurso, a declarar la “apertura democrática” y a anunciar mayores recursos para el campo. Al mismo tiempo, llamó a la unidad desde arriba a las organizaciones campesinas más importantes, para que por medio del Pacto de Ocampo legitimaran su política rural. Como una demostración de su “agrarismo”, expropió latifundios en Sinaloa y, ante la presión y las crecientes tomas de tierras en el sur de Sonora, un día antes de dejar la Presidencia, decretó la expropiación de enormes latifundios en los valles del Yaqui y Mayo, donde se creó la Coalición de Ejidos.

El gobierno de José López Portillo, decidido a terminar con el Estado mediador de las contradicciones entre el campesinado y los terratenientes, anunció el fin del reparto agrario, pero esto alborotó aún más el panal, y las acciones cada vez más radicales de los campesinos sin tierra no se hicieron esperar. Tal como lo hizo su antecesor Echeverría, tuvo que matizar su discurso y sus pretensiones, y de ser –como sostiene Armando Bartra–, el primer presidente antiagrarista, optó por ser el último presidente agrarista. Sin embargo, López Portillo dio prioridad a la política productivista, lanzando la llamada Alianza para la Producción y la Ley de Fomento Agropecuario.

A finales de los 70s el campo continuaba incendiado: los combates por la tierra seguían extendiéndose por todo el país, con formas de lucha y de organización cada vez más avanzadas, construyendo uniones y coordinaciones regionales, incorporando a las mujeres y a los jóvenes. La lucha de clases en el campo cobraba la dimensión de una guerra rural, donde los campesinos llevaban la peor parte. Cada mes eran asesinados en promedio 20 campesinos y encarcelados cientos de ellos. Tan grave era la situación que Mateo Emiliano, hijo menor del general Zapata, siendo priísta, exigió a López Portillo la libertad de los presos políticos en el centenario del nacimiento del Caudillo del Sur.

En este contexto, del 12 al 14 de octubre de 1979, se reunieron en Milpa Alta más de 40 organizaciones campesinas regionales y nacionales, las cuales, después de tres días de deliberaciones, acordaron constituir la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (CNPA). Este proyecto frentista, que se declara de inicio independiente del gobierno y los partidos políticos, representa la ruptura con el agrarismo hecho gobierno y con el corporativismo de las organizaciones oficialistas o paraestatales. Integraron la CNPA cientos de comités particulares ejecutivos y grupos que inicialmente daban seguimiento a más de 650 expedientes de solicitudes de tierras, restituciones, o regularización de tierras ejidales y comunales con sus carpetas básicas. Así tocaba a su fin el modelo agropecuario que se mantuvo vigente por más de 40 años y surgía el frente más representativo de lucha por la tierra.

Ante la deslegitimación campesina, López Portillo intensificó la represión. Más de 800 campesinos miembros de la CNPA llenaban las prisiones en todo el país, quienes para ser liberados hicieron huelgas de hambre, al tiempo que los campesinos se movilizaban en varios estados. La CNPA no sólo enfrentó la represión policíaca y militar, también fueron asesinados muchos de sus militantes por pistoleros a sueldo, guardias blancas de los caciques y grupos paramilitares de Antorcha Campesina. Pese a lo anterior, la CNPA continuó su lucha, y a 30 años de su fundación no ha arriado la bandera agrarista.

Clausura oficial de la reforma agraria, la resistencia sigue… Si López Portillo no pudo darle sustento legal a la clausura de la reforma agraria, debido a la resistencia del campesinado, esto lo conseguiría Carlos Salinas de Gortari con la reforma decretada al artículo 27 de la Constitución en 1992, ante un movimiento campesino debilitado y disperso. En estas condiciones el gobierno salinista pudo poner en práctica su estrategia neoliberal de privatización de la economía y liberalización comercial, gracias al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, echado a andar en 1994. El llamado finiquito agrario y la entrega de certificados que acreditaban la propiedad individual de solares urbanos y parcelas ejidales abrieron la puerta a la privatización de la tierra de propiedad social. Para ello Salinas privilegió la interlocución con el Congreso Agrario Permanente (CAP) creado por él en 1989, a cambio de prebendas y corruptelas de varios de sus líderes. Esta práctica contrastó con las recuperaciones de tierras en Chiapas, que dirigió el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y con la lucha combativa que sostuvieron en 2003 organizaciones de El Campo no Aguanta Más.

Actualmente, la lucha agraria se manifiesta aisladamente en territorios indígenas y comunidades donde miles de expedientes se cerraron tras la reforma al 27; ante la presión de algunas organizaciones rurales, el gobierno ha comprado tierras, más con un fin clientelar que como un reconocimiento del derecho de los campesinos a la tierra.

Esta somera revisión histórica de la lucha agraria nos lleva a reflexionar sobre la necesidad de un debate en torno a la política agraria de gobiernos de derecha; la viabilidad de la reforma agraria; las formas de tenencia de la tierra en el futuro; la propiedad social no sólo de la tierra, sino de todos los recursos naturales, culturales e históricos; sobre el papel futuro del campesinado como portador de formas de producción y de vida, como promotor de la multifuncionalidad de la tierra y defensor de la soberanía alimentaria, como parte de una clase social que ha contribuido al cambio, como portador de valores y de la utopía zapatista.

Todavía son millones los campesinos e indígenas que siguen aferrados a sus legítimos territorios, que siguen defendiendo sus tierras, sus organizaciones, sus semillas, sus maíces y su cultura. Por ello, a cien años del inicio de su lucha, Zapata sigue cabalgando, y no hay duda de que mientras haya concentración de la tierra en el campo y las ciudades, habrá lucha agraria.


Pag 54. El zapatismo habla en náhuatl
Tierra y libertad. Guión: Armando Bartra. Dibujo: Ángel Mora. De la serie México historia de un pueblo, SEP 1982

Don Félix Serdán: toda una vida de lucha

Juan Gómez Bravo

El asesinato del líder zapatista Rubén Jaramillo el 23 de mayo de 1962 en Xochicalco Morelos, ejecutado por soldados, dio qué hablar en todo el país y a pesar del humo que manchó el ambiente del crimen, la responsabilidad histórica recayó en el presidente López Mateos, con quien se había entrevistado algunos días antes de la tragedia.

Jaramillo promotor –fundador del ingenio azucarero de Zacatepec y primer presidente del consejo cooperativo–, desde niño se enlistó en las filas de la revolución de Zapata, a la orden del general Dolores Oliván, quien actuaba en el sur de Puebla, Huachinantla su tierra natal, Ayoxuxtla e Ixcamilpa, donde Zapata ejecutó el primer reparto agrario de tierras fértiles a la orilla del río, que pronto volvieron a manos de los terratenientes, luego de la muerte del Caudillo del Sur.

Rubén, por su decisión revolucionaria alcanzó el grado de capitán a los 17 años, al mando de 75 hombres armados. Conoció a Zapata de manera directa, siguiendo en la guerrilla hasta el trágico suceso de Chinameca, momento en que dijo a sus hombres: “Frente a las condiciones actuales de fatal decadencia revolucionaria, nosotros de ninguna manera debemos ir a entregarnos en las manos de nuestros enemigos (…) guarden sus fusiles cada cual donde los puedan volver a tomar”. Y los volvieron a empuñar en 1943, cuando Jaramillo llamó a sus compañeros a remontarse a los cerros en calidad de rebeldes; fue entonces cuando Félix Serdán, luego de pedir opinión a sus padres, se integró a la guerrilla de Rubén, quien se movía entre Morelos y Puebla, entre Ayoxuxtla y Tlanquiltenango, donde vivían todavía sus compañeros de armas.


FOTO: Enrique Pérez S. / ANEC

Félix Serdán Nájera, de pequeña estatura, cara ligeramente redonda, con una sonrisa siempre en sus labios, de bigote poblado, sombrero de ala corta doblada hacia abajo y envidiable condición física, prefería prestar su cabalgadura a un compañero cansado, prefería caminar a pie.

Dejó aulas, pizarra y silabario para empuñar un fusil y cargar una máquina de escribir, después de haber formado parte de los maestros pioneros de la escuela rural, cuando Rubén lo invitó a participar como su secretario y escolta.

Los motivos, los mismos: luchar por la tierra que no se había repartido, mientras los hacendados estaban recuperando las tierras que habían sido suyas antes de la rebelión, con apoyo de los gobiernos que decían ser “gobiernos de la revolución”.

También se luchaba por la justicia, en contra de los precios injustos que recibían los campesinos por sus cosechas y detener las actitudes caciquiles de personajes que en los pueblos imponían su autoridad y su ley –nos dice en entrevista Félix Serdán–. Se juntó también el motivo de “leva” que el gobierno había impuesto a los jóvenes con motivo de la segunda guerra mundial y que los padres de los muchachos no estaban de acuerdo en que sus hijos fueran a pelear por causas ajenas.

“La gente de los pueblos nos brindaba su apoyo, nos daban bastimentos, nos entregaban pastura para nuestros caballos, nos avisaban en caso de peligro y algo muy importante, nos entregaban a sus jóvenes hijos como una aportación a la causa, de tal manera que a veces Rubén les agradecía y tenía que rechazar algunas ofertas por cuestión de alimentos.

“Un día, continúa don Félix, nos dijeron que había una partida de soldados en las cercanías; como era tiempo de secas, se miraba el polvo de los caballos tanto de ellos como los nuestros y no pudimos más que enfrentarnos en un terreno a su favor, recibimos orden de dispersarnos y algunos de los nuestros hicieron disparos para que los demás avanzaran a su refugio; de pronto sentí una herida en el pie y no pude dar paso alguno, inmediatamente me afianzaron el arma que ya no disponía de cartuchos y me exigieron la ubicación de mis compañeros, les di dirección contraria.

“Me trasladaron inconsciente en camión militar, cuando volví en mí, un doctor me ubicó en la ciudad de México en el hospital militar; días después, cuando podía caminar en muletas, me llevaron ante un jefe de alto rango quien me hizo preguntas sobre los sublevados, le di nombres ficticios, mientras esperaba un posible fusilamiento. Me llevaron ante el presidente Ávila Camacho, me levantó un poco la voz para decir que cómo era posible que en momentos de guerra mundial, anduviéramos sublevados y me planteó dos opciones, el destierro a Quintana Roo bajo vigilancia, y la otra, entendí que sería responsabilidad de un tribunal designado. Considero que pesó la opinión del general Lázaro Cárdenas que era autoridad militar en ese momento.

“Me fui unos años a las montañas peninsulares, como un colonizador más de esas selvas vírgenes con árboles de maderas preciosas y abundancias inimaginables, trabajé bajo vigilancia que más bien sentí como protección por parte de Javier Rojo Gómez, quien era como el gobernador del lugar.

“En pocos años cambiaron las cosas y pude regresar a Morelos para sumarme al movimiento de Jaramillo, que jamás se cansaba de luchar por los trabajadores, campesinos y obreros y en busca de apoyo fue a entrevistarse con López Mateos quien conocía su rebeldía, y en respuesta, el 23 de mayo de 1962, sitiaron su casa con ametralladoras y armas de alto poder, el teniente Martínez y un grupo de militares le pidieron el rendimiento y junto a sus hijos y esposa, los llevaron a Tetecala, sin embargo se desviaron a Xochicalco y ahí los masacraron.

“En 1980-86 volvimos a la región de Ixcamilpa y Huachinantla, me invitaron a organizarlos y con ese motivo, iniciamos la formación de lo que llamamos Unión Regional de Ejidos y Comunidades del Sur del Estado de Puebla, Urecsep; muy pronto crecimos y pudimos luchar y construir brechas a pico y pala como la de Tepemexquitla que enlazamos a la ruta Huachinantla-Axochiapan; logramos otros apoyos y exigimos ante la Secretaría de la Reforma Agraria la ejecución del primer reparto de tierra de Zapata, en Ixcamilpa, sin haberlo logrado ante un gobierno bien identificado con los ricos.

“Cuando se da el derrumbe de los países soviéticos –nos dice don Félix Serdán– nos pesó la nostalgia al creer que los movimientos sociales se paralizarían mientras que el imperio yanqui daba pasos agigantados metiendo las narices hasta el rincón más lejano de los países pobres, mediante el Tratado de Libre Comercio; sin embargo, con el levantamiento zapatista de Chiapas el 94 volvimos a nacer, Zapata volvió a cabalgar junto al pueblo y los nombres de Zapata, Villa, El Che , Jaramillo y Lucio Cabañas volvieron a escucharse en las calles y plazas públicas. Me sorprendió el hecho que los zapatistas encabezados por el Subcomandante Marcos , en una de sus convenciones, me hicieron el honor inmerecido de darme el nombramiento de Mayor Honorario.

“Lo que tenemos muy claro es que los descendientes de los mismos que traicionaron a Zapata, Villa y Jaramillo son los que siguen traicionando al pueblo, entregando nuestras riquezas al extranjero, los ferrocarriles, los territorios con minerales, las costas y manglares, los bancos e industrias importantes y se les hace tarde la venta de lo que queda de nuestro petróleo, sin embargo, los vientos del mundo soplan hacia nuestra liberación y México no se quedará atrás”, termina diciendo el legendario veterano, que está por cumplir un siglo de vida y sin embargo, sigue en lucha y de pie. Éstos son los imprescindibles.