Opinión
Ver día anteriorSábado 17 de abril de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los de Abajo

Acoso a diableros

A

grupados en el Movimiento Revolucionario Ricardo Flores Magón, los carretilleros o diableros que ofrecen sus servicios de carga en el Centro Histórico de la ciudad de México son perseguidos por el Gobierno del Distrito Federal, que está empecinado en limpiar el área de todo lo que no le genere grandes ganancias, dentro del proyecto de restauración del Centro.

Son más de 600 carretilleros que pertenecen al Movimiento Mocehualthin, constituido el 30 de enero de 2008. Todos los días recorren las calles del Centro con cargas que muchas veces rebasan una tonelada de peso y aunque poseen credenciales y una camisa roja que los diferencia de los diableros pirata, son hostigados y muchas veces encarcelados por la policía capitalina. ¿Su delito?: ser pobres, indios y cargadores, dice Antonio, fundador de la organización que camina junto a la otra campaña.

La mayor parte de los carretilleros son de origen indígena, principalmente nahuas, mixtecos, mazatecos, mazahuas, ñahñu y otomíes, de los estados de México, Oaxaca, Guerrero, Veracruz, Puebla, San Luis Potosí, Hidalgo, Michoacán y Morelos. Muchos tienen más de 20 años de haber emigrado al Distrito Federal. Otros sólo pasan temporadas aquí y se van a sembrar o cosechar a sus comunidades cada tanto. La mayoría no tiene casa ni un lugar para dormir, por lo que pasan la noche encima de un cartón en las bodegas donde guardan los diablos.

Los carretilleros no son dueños de su herramienta de trabajo: el diablo. Lo rentan a los dueños por 13 pesos al día y hay ocasiones, cuando no hay ventas en el Centro, que ganan de 30 a 50 pesos por toda una jornada de trabajo, lo que quiere decir que apenas les alcanza para llevar algo a la boca. En días buenos de carga y descarga logran echarse al bolsillo hasta 200 pesos y la mayor parte lo envían a los familiares que viven en sus pueblos.

Se conocen palmo a palmo las calles del Centro Histórico, sus monumentos, edificios, museos, escuelas y comercios. Son parte de la vida de un área que tiende a elitizarse con jugosos proyectos inmobiliarios. Son los que estorban, los que no caben, los no contemplados. Y son, también, los que no van a irse, los que pase lo que pase están decididos a cuidar su lugar de trabajo y su organización.

Antes, reconocen, teníamos miedo de organizarnos, pero ya no. Hoy no sólo luchan porque dejen de perseguirlos, sino también por contar con espacios en los que puedan dormir, bañarse, estudiar y organizarse. Por lo pronto, una vez por semana se reúnen en el Jardín de la Resistencia, un parque así bautizado por ellos en el que realizan sus reuniones de trabajo y estudio, para no dejarse, pues aquí se quedan.