Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de abril de 2010 Num: 789

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

De premios y desengaños
LUIS RAFAEL SÁNCHEZ

Poema
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

En la ficción no existe
el no

RICARDO YÁÑEZ entrevista con JULIETA EGURROLA

Época
JAVIER SICILIA

Guido Picelli, comandante antifascista
MATTEO DEAN

La trilogía Millennium: el límite de la inquina
JORGE GUDIÑO

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Verónica Murguía

Descanso obligatorio

La mayor parte de los mexicanos que conozco no sabe descansar. Descansan, sobre todo si son mujeres, haciendo adobes. Esperan ansiosamente que lleguen las vacaciones para emprender o terminar proyectos que la vida diaria les obliga a postergar: organizar el clóset, descongelar el refrigerador, leer la novela que compraron para las vacaciones de Navidad, ir al cine, contestar los correos electrónicos personales y hasta copiar las direcciones y teléfonos de la agenda de 2009 a la de 2010.

Y suele suceder que, cuando las vacaciones terminan, no todos los proyectos han sido llevados a feliz término, y la persona regresa a trabajar tan cansada como cuando salió de vacaciones y un poco más gastada.

Yo soy una vacacionista muy aprensiva. Me da un poco de pudor decir que estoy muy cansada, porque siempre habrá quien se canse mucho más en un trabajo horrendo –el mío me gusta muchísimo– y gane menos. Típica conclusión culposa, inútil y efectiva, que me obliga a inventar miles de cosas qué hacer. Desde hace años juro y perjuro con absoluta sinceridad que durante las vacaciones bajaré de peso, terminaré un bordado que comencé en 1999, concluiré una novela que ya lleva siete versiones y leeré ¡por fin! José y sus hermanos, de Thomas Mann, que por razones misteriosas no he podido finalizar en los días de mi vida. Esta breve lista dura ya cuatro años. Cuatro años de querer y no poder. Y no por estar meciéndome en la hamaca, porque tampoco descanso como debiera.

Parte de la culpa es del huracán Vilma, aquél que asoló nuestro país en octubre de 2005. En 2006 me fui a Cozumel a ver qué había pasado en la isla y un grupo de biólogos muy amables y comprometidos con su trabajo me enseñó que: a) se habían muerto centenares de miles de animales de todo tipo; b) que los cruceros que anclan en aguas someras dañan los arrecifes y que Palancar estaba en muy mal estado; c) que vacacionar en hoteles en la mera orilla del mar perjudica a los ecosistemas de la zona, y d) que las tortugas carey y laúd son diezmadas por la contaminación que PEMEX produce en el Golfo de México, por no hablar del comercio ilegal de los huevos de tortuga, ese ineficaz y famoso afrodisíaco. Regresé arrastrando la cobija, o más bien, la toalla. Desde entonces no he puesto un pie en la arena. Y mi decisión, aunque es razonable, me ha perjudicado muchísimo, ya que pertenezco a la estirpe sin imaginación de aquellos que escuchan la palabra “vacaciones” y se imaginan un traje de baño a rayas y un coco con dos popotes.

Sé que hay personas a las que les gusta ir de vacaciones a ciudades, para caminar por calles desconocidas, asomarse a los museos, ir al teatro y comer cosas inusuales. Para mí esos viajes son una especie de proyecto placentero y muy formal. Uno debe informarse, para no llegar como el Borras.

Si, por ejemplo, mañana me fuera a Ulán Bator, la capital de Mongolia, un lugar tan extraño que, estoy segura, me olvidaría momentáneamente de México, tendría que empacar con mucho cuidado. Hace mucho frío en Ulán Bator. Menos cuatro grados, pero como hay viento, se siente como menos doce. Tendría que tomar tres aviones: a San Francisco, en Estados Unidos, de allí a Hong Kong y de Hong Kong a Mongolia. En Hong Kong tendría que hacerme un tiempo para cambiar dólares a togrög, la moneda mongola, que naturalmente no abunda en las casas de cambio chilangas. ¿Saben? El billete de 5 mil togrög tiene la cara de ¡Gengis Khan! Un boleto de camión para ir por la ciudad cuesta cien togrög. Una comida setecientos. En la maleta debería guardar un frasco con pastillas para la intolerancia a la lactosa, no porque la padezca, pero me imagino que no cualquier mexicano puede beber leche fermentada de yegua, la bebida más popular de Mongolia, sin que le dé un retortijón. El platillo típico es la carne de caballo hervida. Todo tiene que ver con los caballos. Ya en la maleta llevaría un par de botas de montar, para ir a galopar por el desierto de Gobi. En Ulán Bator hay edificios y también yurtas, las tiendas nómadas típicas hechas con fieltro, cuya forma no ha cambiado mucho desde que Gengis Khan dirigió los ejércitos mongoles y creó un imperio que por poco y llega hasta Japón.

Ya me dieron ganas de irme. Acepto que no tiene nada que ver con Cozumel, pero apuesto que en Ulán Bator nadie ha oído hablar de la lucha contra el narco, ni del Bicentenario. Razones suficientes para escapar a las estepas.