Opinión
Ver día anteriorLunes 19 de abril de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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En caída libre
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urió apenas Emmanuel D’Herrera. El deterioro físico y mental causado por la tortura y reclusión de este notable dirigente del Frente Cívico en Defensa del Valle de Teotihuacán llevó finalmente a un derrame cerebral. Wal-Mart y Felipe Calderón cargan con la principal responsabilidad, pero casi todos nosotros la compartimos.

Emmanuel se enfrentó a la empresa más grande del mundo, con 9 mil tiendas y casi 3 millones de empleados o asociados. Wal-Mart México absorbió Wal-Mart Centroamérica. Ahora opera unos 2 mil negocios, con 300 mil empleados y ventas por mil millones de pesos diarios. Según el Frente Nacional contra Wal-Mart, México es ya el país que aporta más utilidades a la empresa.

El éxito comercial de Wal-Mart se basa, según el Frente, en la evasión fiscal, la presión sobre sus proveedores y una explotación desusada de los trabajadores, a menudo al margen de la legislación laboral. Los viene-viene de sus estacionamientos, por ejemplo, lavan autos a su costa y tienen que pagar 40 pesos diarios por su derecho a trabajar a cambio de propinas.

Esta operación atroz de la empresa, que causa todo género de perjuicios a la economía, la sociedad y la ecología, sólo puede prosperar en contextos políticos específicos, en que la manipulación de los consumidores se combina con la debilidad y complicidad de los gobiernos.

En vez de la frágil categoría Estado fallido se empieza a emplear ahora la de Estado débil. Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores en Estados Unidos, aboga firmemente por ella. Según él, los desafíos principales del siglo XX fueron creados por estados fuertes, que llevaron a dos guerras mundiales y a la guerra fría. Le parece que en el siglo XXI la amenaza principal al orden global no vendrá del afán de dominio de alguna gran potencia, sino de los estados débiles, que carecen de la capacidad de gobernar, de la voluntad de hacerlo, o de ambas cosas (Newsweek, 8/3/10).

Las recientes visitas de altos funcionarios estadunidenses a México, específicamente del área de seguridad, parecen confirmar la impresión que apunta Haass: los estados débiles empiezan a ser vistos como amenazas para el orden global y riesgos de seguridad para Estados Unidos. El solo hecho de que se les pueda percibir así se convierte en un riesgo serio para esos países: contiene una amenaza apenas velada de intervención, que se justificaría como necesidad de mantener la estabilidad mundial y de proteger a los ciudadanos estadunidenses.

Habrá tiempo de examinar esta nueva categoría descalificadora y sus consecuencias. Hoy viene a colación porque interesa considerar el nivel en que los analistas políticos colocan a México. Para Haass el México de Calderón está en la misma categoría que el Haití de Préval, el Congo de Kabila, el Yemen de Saleh, el Pakistán de Zardari…

Por más humillante que pueda considerarse esta condición, es preciso reconocer que en México resulta cada vez más evidente que Felipe Calderón no tiene capacidad de gobernar ni voluntad de hacerlo. Por ello estaría usando el pretexto del combate al narcotráfico para dar apariencia de legitimidad al ejercicio despótico, arbitrario e ilegal de la violencia contra la población y los movimientos sociales. Este ejercicio se hace crecientemente necesario a medida que se extiende el descontento y se profundiza la insurrección en curso, y ante la necesidad de vencer la resistencia popular para entregar a corporativos como Wal-Mart lo que queda del país.

Es importante tener clara idea del contexto. Cuando The New York Review of Books reseñó una serie de libros que documentaban con todo rigor los daños a la economía y la sociedad causados por Wal-Mart, el presidente del corporativo se sintió obligado a pagar dos planas de la revista para defenderse. El documento tiene la forma de un manifiesto e intenta demostrar que la empresa busca asegurar que el capitalismo forje una sociedad decente y mejore el nivel de vida de todos los estadunidenses (NYRB, LII, 6, 7/4/05).

Para que esa empresa pueda seguir lucrando, en beneficio de la familia más rica del mundo, mediante el combate abierto al sindicalismo, el uso de prácticas de estilo monopólico y la explotación salvaje de sus propios trabajadores y los de sus proveedores, necesita gobiernos débiles y corruptos, como el de Calderón, dispuestos a convertirse en sus cómplices. Necesita también la complicidad de consumidores que por ventajas a menudo ilusorias cierran los ojos y desoyen las advertencias de quienes, como Emmanuel D’Herrera y el Frente Nacional contra Wal-Mart, tratan de defender lo que nos queda, antes de que sea demasiado tarde.