Opinión
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Justicia al viento
E

l 19 de junio de 1937, León Felipe publicó sin copyright su poema La insignia. Quiso que 500 ejemplares de esta obra fueran arrojados en el aire de Valencia para que los multiplicara el viento. En el epílogo de este libro, este español del éxodo y el llanto escribió: “La justicia vale más que un imperio, aunque este imperio abarque toda la curva del sol./ Y cuando la justicia está herida de muerte y nos llama en agonía desesperada no podemos decir:/ yo aún no estoy preparado./ La justicia se defiende con una lanza rota y con una visera de papel”.

Un año después, el Fondo de Cultura Económica editó en México El payaso de las bofetadas y el pescador de caña, poema trágico español, en el que León Felipe vuelve a enarbolar el evangelio quijotesco de la justicia. Este poeta, quien siempre nos habla desde el nivel exacto del hombre nos dejó estas palabras: Cuando el odio se haya caído de nuestras miradas, de nuestro corazón y de nuestras manos, como un arma inútil, como una herramienta inservible, sobre las ruinas, el llanto y la sangre de España, aparecerá no un comuinista ni un fascista, sino un español: el hombre que ha buscado al hombre con más empeño en este mundo, por encima de todas las ideologías y de todos los partidos.

Este creador genuino y dolorido sabía que la blasfemia salva cuando se tiene fe y su fe lo convirtió en un empecinado en busca de justicia.

Evoco a León Felipe, cuando negros nubarrones encapotan el cielo de España. Los fariseos del Tribunal Supremo de ese país quieren sentar al juez Baltasar Garzón en el banquillo de los acusados y convertir a la justicia en una burla.

Garzón es, en este mundo de luz perdida, un hombre decente que honra a España. Cree, como Don Quijote, en el concepto platónico de la justicia y quiere devolver la dignidad a las víctimas del franquismo, que todavía hoy descansan en las cunetas de las carreteras. Anhela cavar en el pecho de su hermano para encontrarse a sí mismo (León Felipe dixit).

Juan Gelman ha dicho que lo contrario del olvido no es la memoria, sino la verdad y el juez Garzón busca la verdad objetiva que puede redimir a todos los españoles.

Frente al Garzón defensor de la justicia, el leguleyo Luciano Varela es el lobo que se cubre con la piel de cordero. Este auténtico prevaricador defiende más las formas que las esencias y, con su falsa retórica, hunde en el fango a todos los jurisconsultos españoles.

Es una lástima que el Tribunal Supremo de España no escuche la voz milenaria del agua, del viento y de la arcilla que nos ha ido formando a todos los hombres; es una lástima que los mismos Judas de siempre nos dejen de justicia desamparados, como decía Cervantes; es una lástima que un juez tramposo y esperpéntico salido de un mal sueño haga de la justicia una sombría sombra ensombrecida.

El gran mal de nuestro tiempo es el miedo y la cobardía que engendra, pensaba Max Aub. Sin miedo, con mi lanza rota y mi visera de papel, pido justicia para el juez Baltasar Garzón. Espero que mi clamor lo multiplique el viento.