Nubes de pólvora y mentira

En el contexto de violencia en que transcurre la vida actual de los mexicanos —fruto de un Estado rijoso conducido por un grupo político irracional y reaccionario—, la represión política y las frecuentes agresiones contra pueblos y organizaciones sociales, pasen o no desapercibidas, quedan sistemáticamente impunes. ¿Qué tantos ajusticiados son tantitos? ¿Qué tantos los presos por resistir o protestar, en un país de cárceles sobresaturadas?

Al declarar una “guerra” informal pero oficial al crimen organizado, el gobierno de Felipe Calderón hipoteca la viabilidad soberana de las fuerzas armadas nacionales. En la práctica, éstas no obran muy distinto de las tropas de ocupación en Irak y Afganistán: patrullajes y retenes indiscriminados, persecuciones, escaramuzas, confusos operativos, lodoso trabajo de inteligencia para penetrar los secretos de un enemigo que responde con emboscadas, ejecuciones sumarias, decapitaciones y explosiones criminales. En la refriega y de paso, caen montones de víctimas “colaterales”, así en Bagdad o Kandahar como en Reynosa.

Mientras las versiones oficiales insisten en que los “delincuentes” están desesperados, acorralados, mermados, en fuga, éstos demuestran capacidad táctica y logística, siendo capaces de imponer toques de queda en ciudades enteras (como recientemente en Cuernavaca a golpe de twitter), o paralizar repetidamente las avenidas de Monterrey, y no para molestar a los agentes de tránsito ni dar patadas de ahogado, sino para allanar exitosamente el paso a sus células de asalto con todo y armamento. La “guerra” está bien asumida en ambos bandos; unos y otros suficientemente poderosos como para causar cuantiosos daños al enemigo y a quien se atraviese.

Mientras los ideólogos de ocasión del gobierno se queman las pestañas exprimiendo “datos duros” para probar que la violencia es menor que nunca, que hay partes de México donde la criminalidad es comprable a Suiza o Disneylandia, las matanzas en Juárez, Acapulco o Monterrey son “subjetivas”, “problema de imagen”, figuraciones nuestras. Así, las fuerzas armadas, en alerta constante, acechadas sin reposo por la corrupción y las emboscadas, estarían reaccionando a “percepciones erróneas” de la población y los periódicos. Pero demandan fuero.

El mensaje es simple: acostúmbrense, que va para largo. Poner orden causará algunas molestias a la población. La “guerra” contra el crimen resulta tan brumosa como aquella que combate al “terror” en otras latitudes. El Ejército y la Armada de México ocupan calles y campos, disparan (en ocasiones con ligereza) contra lo que se mueva, mientras el sicariato profesional cumple con su lucrativo trabajo. ¿Quién repara entonces en los asesinatos “aislados” de dirigentes en Guerrero, Michoacán y Oaxaca (el más reciente, en el municipio autónomo triqui de San Juan Copala), o en la incesante hostilidad paramilitar contra las comunidades zapatistas y de la Otra Campaña en Chiapas?

Ante la Gran Violencia (y nuestras extraviadas “percepciones”), ¿quién se entera de que en las entidades mencionadas y en Jalisco, Hidalgo, Estado de México, Distrito Federal o Sinaloa la gente no quiere represas, minas, desarrollos turísticos, autopistas brutales, despojos múltiples? ¿Que se persigue y amenaza a defensores de derechos humanos, periodistas independientes, activistas pacíficos? Con nubes de pólvora y mentira nos quieren nublar la vista. El resto: telenovelas y estadísticas.