Opinión
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La persistencia de las crisis humanas
P

arece casi un plagio de muchos textos que tienen un título tan similar que tal parece que la intención fuera copiar no sólo el título de algún trabajo, sino también plagiar el texto mismo. Son muchas las veces que yo mismo lo he citado. Que llega uno a pensar que este es un libro de más importancia que la que pudiera tener un ejemplar de leer y releer este pequeño gran libro, cuya materia no ha dejado de ser de primera importancia, sino porque tal parece que así seguirá siendo por mucho tiempo, respondiendo a la pregunta aquella de si la crisis pudiera ser la manera de ser del hombre mismo.

En el propio prólogo, Ferreter Mora explica que el título mismo del libro, Las crisis humanas, se trata de la descripción e interpretación de dos grandes crisis históricas como preludio a un examen de la estructura y formas de la crisis contemporánea. Y aquí vale agregar que no hay que olvidar que todo este fraseo se inició en un prólogo, que no deja de ser curioso que termine con un párrafo que se refiere a la crisis contemporánea.

El concepto de crisis por sí mismo tiene ya implícitas algunas ambigüedades, de tal manera que conviene conceder alguna atención más a ellas, y también, por qué no, admitir que convendría asimismo ser tan generosos con el tiempo que se dedique a estas ambigüedades, como las que dieron alguna inseguridad al asunto en general, y en lo particular también.

Hay también tiempos en los que el poder se soporta como una gran carga, mientras que el poder es considerado el factor básico para lograr el dominio de todo el globo terráqueo, pero resulta que el poder, como en el caso de todas las piedras de toque de la humanidad, no deja de contener alguna dosis de ambigüedad, pues no deja de contenerlo al tratar de definir una era por el valor relativo del poder. Como hemos dicho antes, y dependiendo de quiénes interpretan la historia, si son vencedores, el poder seguramente será un valor fundamental que se le llegó a dominar (¡a dominar el poder!), de manera tal que los buenos pudieron llegar a dominar y a tener tal dosis de poder bajo los sellos de los sobres en los que se enviaban las órdenes más secretas, aquellas que finalmente significaron el triunfo o el fracaso para los buenos o para los malos, que lo más probablemente hubiera sido más o menos lo mismo para unos que para los otros, y sobre todas las cosas habría sido más o menos lo mismo para el todo representado sobre la base de una inaudita audacia, por los que perdieron o por los que ganaron la guerra, la gran guerra que puso al mundo, en algún momento, bajo el dominio del poder de un solo hombre.

En la actualidad se busca con ansiedad inaudita a quien fuera capaz de descubrir a su vez a quien fuera capaz de apretar el primer botón, y que le diera así el poder de destrucción del planeta, inclusive su propio país; pues es evidente que 3 mil cabezas nucleares serían para este especie de postfuturo que quien sobreviviera sobre el otro habría de ser el que su cabeza humana hubiera triunfado por sobre las cabezas nucleares. Y el número de variables para determinar esta ecuación sería tan grande que ni la mayor batería de computadoras con el más gigantesco poder, con rapidez también inimaginable, podría garantizar a ninguna potencia ser el triunfador. Quien tuviera a su alcance el inconmensurable poder de la intuición que eventualmente podría hacerse con el triunfo, así con comillas, que pudiera adelantarse a dar el primer golpe, para quedarse con un planeta semidestruido en las manos, o con el maletín que hace posible el viaje a la Luna, a Marte, a Mercurio o adonde fuera.

Aquí es precisamente donde monta en cólera el autor del libro que tratamos de analizar –lo hemos intentado ya varias veces, sin éxito– con una referencia que corresponde con toda precisión a una mención que se hace el 4 de agosto de 1980, en la Universidad Internacional de Santander, en la que se refiere a una copiosa lista de términos religiosos canónicos que define en la propia “crisis proporcionada en mi Diccionario de Filosofía de 1979” y formula varias preguntas destinadas a demostrar que por caminos “tan fragorosos se termina alunizando en primores tan trascendentales como el que se encierra en la expresión ‘el hombre vive en perpetua crisis’”. Y formula varias preguntas como las ya mencionadas, calificadas por el autor como un verdadero alunizaje del género el hombre vive en perpetua crisis, o aquella más jocosa todavía de que la crisis es el modo de ser perfecto del hombre, consideraciones tan inevitables como escasamente relevantes.

Dice José Ferrater que hay tiempos en los que el poder es aceptado como una carga y hay otros en los que es buscado como la gran prebenda que todo lo resuelve, o lo destruye.

El propio Ferrater Mora hace una clasificación de las crisis tan complicada como inútil: que si la crisis en oleadas, puesto que la información misma se difunde en oleadas. No podemos ignorar el hecho de que, como bien dice la frasecita que anda por allí rodando, la información es poder y viceversa, pues no podría concebirse una comunidad, de cualquier índole, que pudiera obtener la información igual o mejor que otra que no pudiera disponer de los mismos medios. La tesis de la estabilidad relativa, que nunca alcanzaría un momento de estabilidad que le permitiera el uso o el abuso de los factores del poder que la requieren para ser efectivas. Esta es una tesis interesante, pero de dudosos resultados finales. Y después de todas ellas habría que considerar la tesis de la correlación de los factores, consistente en renunciar a una explicación estrictamente causal de fenómenos históricos a base de uno o varios factores perfectamente delimitados (si es que esta perfección fuera posible), de tal manera que pudiera obtenerse una delimitación perfecta que fuera la base de uno de ellos o de varios para proceder a base de agrupaciones válidas de factores concurrentes.