Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de mayo de 2010 Num: 792

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La legión de Lucía
CARLOS MARTÍN BRICEÑO

Zona del Ecuador
DIMITRIS DOÚKARIS

Kurt Cobain: all apologies
ANTONIO VALLE

360 grados de U2 en Texas
SAÚL TOLEDO RAMOS

Torrentes de música ligera
ROBERTO GARZA ITURBIDE

La música, la audiencia y otras resonancias
ALONSO ARREOLA

Todo se escucha en el silencio
ALAIN DERBEZ

Iggy Pop, la esencia del punk
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Enrique López Aguilar
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Ya vine a recoger mi título

Uno llega al último día de clases al cabo de ingentes trabajos perseguidos semestre tras semestre en la correspondiente institución de enseñanza superior. La tesis está concluida. Algunos organizan fiestas que concluyen en la embriaguez… Esa es la vida de otros. Uno opta por refugiarse en la modesta merienda familiar con la novia inmortal (Casandra llorosa que ha advertido:  “la novia del estudiante no es la esposa del profesionista”), por un somero brindis con copita de vino, abrazos y congratulaciones de todos, quienes consideran que el título será cosa de días, de pequeños trámites. Nada más alejado de la realidad. Cierto proceso de enseñanza-aprendizaje ha concluido y ahora llega el gran aprendizaje de lo que mundo, demonio y carne acercarán a la vida de uno, en corroboración del lema que Dante leyó, colocado en las puertas del Infierno: “Por mí se va a la ciudad del llanto;/ por mí se va al eterno dolor;/ por mí se llega al lugar en donde moran/ los que no tienen salvación;/ la justicia animó a mi sublime arquitecto;/ [ ] Antes que yo no hubo nada creado,/ a excepción de lo inmortal,/ y yo duro eternamente./ ¡Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”

No son la tesis ni el servicio social las tareas que uno ya emprendió con entusiasmo resignado, sino las de esa otra licenciatura o postgrado que no se anuncia en ningún plan de estudios: el puente sobre aguas turbulentas que todo estudiante debe recorrer para cruzar el punto que lleva desde el último día de clases hasta el otro punto donde aguarda el examen profesional (todavía un sitio intermedio antes de salir del campus con El Gran Papel en la mano: El Título).

Imaginemos un ejemplo hipotético. Titularse requiere de la revisión de estudios y uno acude a la Científica Oficina (CO) donde eso se tramita (ya hubo actas y boletas que documentaron el trabajo de ocho o diez semestres: no importa). Uno se encuentra con que la otrora Científica Oficina hoy se llama Oficina Científica de Análisis de Estudios Superiores (OCAES): se trata del mismo local, de los mismos trabajadores, del mismo papeleo, pero el cambio de nombre supone sus complicaciones. Uno hace cola, pide información, recibe formularios, los llena, vuelve a hacer cola, paga los derechos correspondientes, vuelve a hacer cola, anota una fecha para recibir la revisión, hace cola, se entera de que el encargado de firmar no asistió tres días y se retrasó la entrega de documentos, regresa cinco días después, hace cola y, por fin, recibe la revisión de estudios. Con fortuna, han transcurrido tres o cuatro semanas desde la merienda familiar donde lloró Casandra.

Falta que la tesis haya sido aprobada por los lectores. ¿Y el rencoroso que la hace de tos (porque no fue citado, o fue citado desacomedidamente, o no está de acuerdo con los contenidos, o se le hincharon los desos, o tiene mejores cosas que hacer) e incumple con los cuarenta y cinco rigurosos días que se le asignan para leer y llenar un veredicto? Esos días se suman a los del trámite en la OCAES, que discurren paralelamente a los de la lectura. Si la tesis fue aprobada, se deben imprimir ocho necesarios ejemplares más un documento cibernético de la misma (CD, DVD) para que, en caso de guerra nuclear, quede un registro del saber humano que permanezca después del Holocausto. El proceso de impresión se lleva algunos días más, aunque pocos.

Uno regresa a la Facultad, donde se entera de que debe tomarse seis fotos seis de distintos tamaños (unas con retoque, otras sin retoque, todas en blanco y negro y recientes), que debe ir preparando fotocopias tamaño carta (to-tal-men-te-le-gi-bles) del CURP y de su credencial de elector, que debe entregar copias de la tesis impresa en las Bibliotecas de la Facultad y en la Central, así como constancia de no adeudo de libros. Uno siente que está cerca del final, pero ya comienza a olvidar la disertación escrita alrededor de la tesis.

Cuando todo parece listo, surge el asunto de las fechas y salones disponibles para el examen de grado. Se le entrega a uno el citatorio para lograr que los otrora lectores –hoy sinodales– coincidan en un día y una hora en el salón de actos. Telefonazos, citas, firmas, entrega de ejemplares de la tesis. Llega el día: entre éste y aquél en que Bienamada lloró, ha transcurrido cerca de un año. Termina el examen. Uno recibe copia del acta del mismo. Seis meses después se entera de que el director de la Facultad todavía no firma los documentos para mandarlos a Rectoría. En ese momento pensará: “Abandonen toda esperanza los que entren aquí”