Opinión
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Israel: ¿Estado fallido?
L

a semana pasada traté la tragedia de la nakba, expresión empleada por el pueblo palestino para nombrar el desastre (u holocausto) que padece desde la constitución ilegal del Estado sionista de Israel (La Jornada, 05/05/10).

El término ilegal suscitó la molestia de algunas voces que respeto. El periodista Humberto Musacchio, por ejemplo, observó que la independencia unilateral de Israel (14 de mayo de 1948), fue precedida por un acuerdo mayoritario y “…cabalmente ajustado al derecho internacional de la Asamblea General de la ONU…” (El Correo Ilustrado, 09/05/10).

Cierto y falso. Cierto: el acuerdo fue mayoritario. Y falso, porque el espíritu antihitlerista que embargaba a los redactores de la Carta Magna de la ONU (San Francisco, 26/06/1945) tuvo el cuidado de evitar, justamente, que el organismo internacional tuviese facultades jurídicas para separar o dividir territorios, habitados o no.

Dejemos eso de lado. Por este carril, acabamos discutiendo el carácter legal de los Tratados de Guadalupe-Hidalgo (1848), y otros casos similares de territorios ocupados por la fuerza. Vayamos a lo esencial: no por ilegal, el Estado de Israel deja de ser una entidad política real, y de indiscutido peso militar, financiero y político en el mundo contemporáneo.

Lo que se cuestiona de Israel nada tiene que ver con el chantaje emocional del holocausto, o el victimismo de su derecho a existir. Los sionistas dicen que el Estado de Israel no puede reconocer a una nación israelí porque sería el Estado de la nación judía. O sea, que pertenecería a todos los judíos de Brooklyn, Budapest, México o Buenos Aires.

¿“Nación judía…”? Nuevamente, dejémoslo ahí. En todo caso, si el gobierno de Israel celebrara un plebiscito con todos los judíos del mundo, la mayoría votaría contra sus prácticas genocidas, terroristas y anexionistas. Es más: emitirían una declaración de condena a la casta gangsteril que desde 1948 ha pervertido los valores sustantivos de la ética y el espíritu de tolerancia del judaísmo.

Ahora bien. Según Musacchio, en mi artículo habría insistido en “recetar la versión de los gobiernos árabes, y no de todos (sic)…”. No entiendo. Releo lo que escribí, y veo que los datos desestimados por el colega provienen de ocho fuentes israelíes. No obstante, más grave es que Musacchio diga que Palestina era un “…territorio desértico que contaba entonces con algunos asentamientos árabes y judíos y era atravesado por grupos nómadas” (sic).

¿Territorio desértico? En su enciclopedia Milenios de México (1999), Musacchio estima que a la hora en que la ONU constituyó dos estados, uno árabe y otro judío “…en la parte asignada a la nación árabe vivían 749 mil palestinos, y 497 mil en la destinada a Israel”. ¿Un territorio desértico de 20 mil kilómetros con 62 habitantes por kilómetro cuadrado?

Sería de lamentar que, de haber otra edición, Musacchio elimine esa página de su magnífica obra en tres tomos. Porque sus datos son correctos y no provienen de fuentes árabes o judías, sino del censo del Mandato Británico sobre Palestina.

Ídem: que por aquella época “…no existía nada parecido a un Estado árabe palestino”. Va de nuez: cierto y falso. Cierto: no había un Estado árabe palestino. Pero tampoco israelí. Pregunta: ¿Entonces por qué los palestinos, con un millón 246 mil habitantes, no pudieron fundar un Estado, y los sionistas sí, con una población de poco más de medio millón de judíos?

Por último, que “…los gobernantes de los países árabes se opusieron a la constitución de ese Estado”. A ver, a ver. Las monarquías de Egipto y Arabia Saudita estaban enfrentadas a las de Irak y Transjordania (actual Jordania), y todas eran pro británicas. Y, a pesar de la llamada Declaración Balfour (que en 1917 respaldó la creación de un Hogar Nacional Judío en Palestina), los ingleses estaban poco interesados en la constitución del Estado de Israel.

A la hora de votar la partición, Londres se abstuvo: 33 países lo hicieron en favor, 13 en contra y 10 se abstuvieron. Dato importante: de no haber sido por el voto favorable de 13 países latinoamericanos (alineados con Washington), la partición de Palestina habría acabado en vía muerta.

El 14 de mayo de 1948 (dos días antes de lo estimado por el Departamento de Estado), Israel declaró la independencia, reconocida de facto este mismo día por el presidente Harry Truman.

El embajador de Estados Unidos en la ONU, Warren Austin, abandonó la Asamblea en señal de protesta. Y después, ocurrió un verdadero caos. La delegación estadunidense amagó con renunciar en masa, en tanto uno de sus miembros detenía por la fuerza al representante de Cuba, que quería anunciar inmediatamente el retiro de su país de la ONU.

En adelante, toda posibilidad de arreglo con los árabes (es decir con los palestinos y los movimientos de liberación en los países del Islam), sería saboteada por los sionistas que, recogiendo la bandera de los nazis, pasaron a ser los enemigos principales del judaísmo y de la humanidad en general.