Opinión
Ver día anteriorMiércoles 12 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Dublinesca o el fin de la era Gutenberg
C

omo no existen novelas sin ripios, según Borges, escribirlas es un ejercicio de alto riesgo para cualquier escritor. Por eso prefirió el cuento a la novela y, mejor aún, la música del verso, la concreción esencial del poema.

Para Borges, novelistas de excepción fueron Cervantes, Dickens, Flaubert, Conrad. Para mí, en México, Martín Luis Guzmán, quien prescindió de rellenos y basura.

Hace unos días le pregunté a Enrique Vila-Matas si el ripio no representaba un riesgo para él a la hora de escribir novelas. Me dijo sí, y me aseguró que trataba de evitarlos a toda costa. Yo corrijo mucho, corrijo más que escribir; no escribo, corrijo, me comentó parafraseando a Augusto Monterroso.

Vila-Matas acaba de publicar Dublinesca, novela excepcional de un escritor de excepción. Si este narrador le había dado un giro a la narrativa de nuestro idioma, con su libro más reciente nos vuelve a sorprender. Nos muestra a un autor que no había dicho todo lo que tenía que decir, sino que aún tiene otras historias que contar. Y aquí sí la forma es fondo.

Dublinesca es la crónica de un viaje que se extiende más allá de los días en que transcurre, es una historia sobre el fin de la era Gutenberg y el principio de la de Google. Es un homenaje a Joyce y a Beckett. Al autor furtivo que aparece en el Ulises y a la sombra que creyó encontrarse Vila-Matas en un viaje a Dublín.

El protagonista de la novela es Samuel Riba, un viejo editor literario retirado, quien decide en un rapto de desesperación, o atrapado por los sueños, o la abstinencia alcohólica, celebrar los funerales de la época Gutenberg en Dublín, el lugar donde transcurre el Ulises de James Joyce.

Estampas, divagaciones, crudos close up de las emociones, dudas, deseos, fantasmas, falsas o reales citas literarias atravesadas por la parodia y el humor negro, van construyendo la narración de este editor retirado cuya mujer, por ser budista, se encuentra más allá del bien y del mal. Por momentos, Dublinesca es una especie de montaje cinematográfico al estilo de Eisenstein o de los caracteres chinos que con su propia vecindad nos van contando la ridícula y triste historia de Samuel Riba.

Riba es un nostálgico de la tipografía y de los años en que los editores literarios existían porque leían, pero también un hikikomori, un desencantado japonés que se aísla en un ordenador, temeroso del mundo: un viejo editor adicto a la web.

Dublinesca también es la crítica de la ortodoxia literaria, del concepto de escritor y de libro. No me extraña: Vila-Matas es un autor literario que pese a su complejidad se ha convertido en un bestseller. Transita lo mismo por los papeles que aún imprime la era Gutenberg que por la web que permite escribir una historia sin fin mediante miles de fragmentos. ¿Qué hubiera dicho Joyce de las posibilidades de la Internet?

Como todo humorista Vila-Matas también es un moralista. Sus parodias, su humor negro, son un gozoso ejercicio de la imaginación crítica, para señalar defectos y tonterías, sueños mal encarnados y realidades absurdas.

Las buenas novelas crean su propia legislación, sus propias leyes, sus propias formas de interpretación que cada lector habrá de poner en marcha. Dublinesca es una de ellas.