Espiral de la descomposición

Ante el escenario actual del país, los mexicanos tendemos pensar que debe haber un límite, un hasta aquí que ya no puede estar muy lejos, pero la sucesión de hechos violentos, represivos o vergonzosos, trivializados por el poder y la inflación real de los números de víctimas (materia prima de los medios de comunicación comerciales), sugieren que sucede justo lo contrario: el límite no parece estar a la vista.
La emboscada a una caravana civil que se dirigía al municipio autónomo triqui de San Juan Copala, y sobre todo las declaraciones y actitudes del gobierno de Oaxaca, hacen pensar que más bien se trató de una nueva vuelta de tuerca. Los paramilitares priístas (que oficialmente no existen) pudieron asesinar a una activista pacífica y un observador internacional (y fácilmente hubieran sido más los muertos; entre ellos tres periodistas acreditados como tales: David Cilia, Érika Ramírez  y el meritorio y valiente reportero de Huajapan de León, Roger Valle), sin que pasara nada. Un mensaje en forma para todo el país. Y bien mirado, para todo el mundo. Pregunten si no al gobierno de Finlandia (o los relatores de la ONU, Amnistía Internacional y la Unión Europea): en México así está el pedo, ¿entendido?
Las declaraciones de Ulises Ruiz Ortiz, el rey de los criminales impunes que son “gobierno” por acá, no tienen desperdicio. La culpa fue, sucesivamente, del municipio autónomo triqui, sitiado y sometido por los paramilitares de su gobierno; luego, de un candidato que literalmente no tuvo vela en el entierro (y ya eso dice mucho de qué clase de candidato es el de “oposición”), y finalmente, de los extranjeros que realizan actividades “ilegales”, como transitar caminos que hasta la cancillería considera no aptos para los güeros).
Impermeable a la verdad, el gobierno ulisista dio todo un performance de yo-no-fui que, para fines prácticos, lo mismo daba. ¿Sabremos algún día de dónde saca tanta impunidad el cacique oaxaqueño?
El jefe de los asesinos, Rufino Juárez, quien después de los hechos se paseaba con escolta armada, y armado él mismo, en Juxtlahuaca (como documentó Contralínea), tiene como padrino al secretario de Gobierno y exprocurador oaxaqueño Evencio Nicolás Ramírez, pieza clave en el entramado de padrinazgos y complicidades en que se sustenta ese régimen de Ruiz Ortiz y su ahijado Jorge Franco Vargas.
La Agencia Estatal de Investigaciones, e incluso el Ejército federal, se comportaron como subordinados del señor Juárez. De ese modo, un grupo realmente reducido de priístas, llamado Ubisort, puede controlar mediante el terror toda una región. No muy distinto es el modo de operar del narcotráfico.
La franquicia de gobernador, por lo demás, se ha vuelto muy jugosa (¿no dicen que hasta la poderosa maestra Elba Esther Gordillo quiere Chiapas?) en el actual desorden mexicano: un gobierno federal inepto, corrupto y arrogante, sostenido en parte gracias al apoyo e Washington (algo que no había ocurrido en México jamás); un crecimiento exponencial del poder criminal en buena parte del territorio nacional (las principales capitales y ciudades, lo mismo que sierras, costas y mesetas); un desdibujamiento extremo de los partidos políticos que se reparten el poder y el gran negocio de la “democracia” electoral; una “guerra” difusa y brutal que colateralmente mantiene aplacado el descontento social; un avance incontenible de Monsanto, Halliburton y demás bestias negras.
Ya hay narcogobernadores, y habrá más. Las elecciones se “narcotizarán”, como ya lo hizo, exitosamente, el sistema financiero. La existencia de grupos paramilitares se da bajo nuevos parámetros; en Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Jalisco, Chihuahua, Veracruz, la violencia contra los pueblos indígenas la acaparan crecientemente grupos que más bien parecen bandas de sicarios, lo cual revela cierta profesionalización de sus crímenes. Ahí está el caso de Rogaciano Alba en la sierra de Petatlán. Y esto sin renunciar, como se ve ahora recrudecido en Chiapas contra las bases de apoyo del EZLN, al esquema de los grupos de autodefensa, la contrainsurgencia comunitaria y la militarización aplastante de los territorios indígenas.
Es por eso que los pueblos se están defendiendo tan decididamente. Si no lo hacen, nadie lo hará por ellos.