Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de mayo de 2010 Num: 793

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La lucha en Las batallas en el desierto
ORLANDO ORTIZ

Por una lectura de vanguardia
ESTHER ANDRADI entrevista con RODRIGO REY ROSA

El rompecabezas de Nabokov
LAURA GARCÍA

Iván Bunin: el amor como una felicidad fugaz
OXANA KOVALEVSKAYA

Sergio Pitol y la nariz de la prosa rusa
JORGE BUSTAMANTE GARCÍA

El agua y la Terraformación
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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EL HOMBRE, ANIMAL SIMBÓLICO

RAŚL OLVERA MIJARES


Antropología filosófica,
Ernst Cassirer,
FCE,
México, 2009.

Publicado originalmente bajo el título de An Essay on Man (1944) y vertido al castellano por Eugenio Ímaz como Antropología filosófica, este opúsculo de lectura desafiante, resumen de la Filosofía de las formas simbólicas (1923-29 en tres tomos), constituye la última obra publicada en vida de Ernst Cassirer (Breslavia 1874, Nueva York 1945). Miembro de la escuela neokantiana de Marburgo, al igual que Hermann Cohen (1842-1918), el iniciador y lú    ido defensor del objetivismo epistemológico, y Paul Natorp (1854-1924), con quien se doctoraría tras haber sido discípulo de Max Scheler en Berlín, Ernst Cassirer, perseguido por los nacionalsocialistas, quienes lo despojaron de su cátedra en la joven Universidad de Hamburgo, donde se distinguiría por ser el primer rector de origen judío en la historia académica de Alemania, habría de figurar como estudioso de Kant, Descartes, Leibniz, el Renacimiento, Goethe, Hölderlin, la física de Einstein, la mecánica de Hertz, las originales hipótesis de Helmholtz y, finalmente, la teoría del conocimiento y las formas simbólicas.

La gran aportación de Cassirer al pensamiento filosófico es haber recalcado la importancia del aspecto simbólico para entender al ser humano. Más que animal rationale, como quería Aristóteles, el hombre es animal symbolicum. Rara resulta esta coincidencia entre filosofía y antropología que habrá de conducir el interés central hacia el producto de la actividad simbólica del hombre, la cultura, abordada desde sus partes constitutivas o subsistemas: el mito, la religión, el lenguaje, el arte, la historia y la ciencia. Cassirer parte de las semejanzas y diferencias de lenguaje en los animales superiores y llega a la conclusión de que existe un abismo entre el lenguaje animal y el humano: mientras el primero es subjetivo, siempre en relación con estados de ánimo; el segundo es proposicional, supone la abstracción de lo concreto y la generalización de categorías fundamentales de la realidad. Los animales perciben signos mientras los humanos manipulan símbolos. Un signo es algo que señala a otra cosa, pero que forma parte del mundo físico. Un símbolo, en cambio, es algo que se refiere a algo más, pero por medio del sentido, esto es la referencia abstracta a un fenómeno. El lenguaje simbólico se caracteriza por su universalidad, pues cada objeto, cada fenómeno, cada proceso tiene un nombre, lo mismo por su variabilidad extrema, ya que los objetos, fenómenos y procesos pueden tener equivalentes en el mismo idioma o bien designarse con otros sonidos en lenguas distintas.

La huella de Ernst Cassirer se hace patente en Susanne k. Langer, estudiosa de la estética, y en Clifford Geertz, el destacado antropólogo cultural. Vinculados a la Escuela de Marburgo, por el lado de Natorp, están el poeta y escritor Boris Pasternak y el filósofo y humanista José Ortega y Gasset. Antropología filosófica constituye una lectura actual y retadora, introducción idónea a las modernas concepciones antropológicas y a los antiguos e inveterados conceptos de la filosofía europea, en una de sus versiones más densas y sólidas, la alemana.


MENTIRAS Y MEDIAS VERDADES

EDGAR MORÍN


El narco: la guerra fallida,
Rubén Aguilar V. y Jorge G. Castañeda,
Punto de lectura,
México, 2009.

Aunque todavía no articuladas entre sí, por muchos frentes se multiplican las críticas a la estrategia y desatinos del gobierno federal para librar lo que llama “guerra” contra el crimen organizado. Destacan las que provienen de lo que se conoce como fuego amigo: dirigentes empresariales, el ex presidente del propio partido político en el poder o ex funcionarios de primer nivel en la administración anterior. Es el caso de Rubén Aguilar y Jorge G. Castañeda, vocero del ex presidente Vicente Fox y ex secretario de Relaciones Exteriores respectivamente, quienes se lanzan contra lo que califican como “medias verdades gubernamentales”, una “guerra fallida” motivada por razones políticas de legitimación postelectoral.

Claro que en el libro, calificado por ellos mismos como “opúsculo”, no dejan ver sus propias motivaciones políticas para tundir a Calderón, ni se explayan en lo que se refiere a la legitimidad, evaden el delicado tema de las fuerzas armadas o las implicaciones sociales de la vía militar para combatir al narco (ahí remiten a especialistas), y sólo abordan tangencialmente la corrupción entre el crimen organizado y “las distintas esferas gubernamentales”, alegando que no disponen de información al respecto; afirmación sorprendente tratándose de ex funcionarios conectados (al menos por un tiempo) con el primer círculo del poder, pues un vocero de la Presidencia debe tener acceso a información privilegiada, lo mismo un canciller que además proviene del ámbito académico y sabe de métodos y fuentes para realizar investigaciones.

La supuesta falta de información disponible para abordar el tema de la corrupción –aspecto fundamental, pues no existe crimen organizado sin complicidad del Estado–, resulta más bien olvido sospechoso, pretexto para no comprometerse y cuidar sus propios intereses. Por eso recurren a las verdades a medias que ellos mismos critican. ¿Qué analista político o ex funcionario de ese nivel olvida las declaraciones del ex presidente Miguel de la Madrid, que el 13 de mayo de 2009 se hicieron públicas, acusando a su sucesor y al hermano que “se comunicaba con narcotraficantes”? Si el rigor académico no les permitía el uso de dichos que no son verdades jurídicas, aunque formen parte de imaginarios colectivos sobre poderes en la sombra y el nivel de las complicidades alcanzado, sólo su testimonio como testigos de algunos entretelones en el combate al narco durante el sexenio pasado nos ayudaría a entender mejor el problema: un funcionario con la cercanía de Rubén Aguilar, ¿habrá conocido la reacción del ex presidente Fox tras la fuga de Joaquín Guzmán Loera? ¿O cuando descubrió la existencia de un presunto infiltrado en Los Pinos? ¿Cómo tomaba las acusaciones contra sus colaboradores por vínculos con traficantes de drogas? El asunto del ex gobernador Estrada Cajigal o el de su propio secretario particular, que en esta administración todavía fue embajador y cuyas fotografías con un miembro de importante clan de traficantes fueron publicadas por el semanario Proceso (núm. 1590, 22/IV/2007). O el manejo del factor narco en las relaciones con Estados Unidos desde la cancillería mexicana. ¿Cómo empleó Castañeda todo este conocimiento en beneficio del país? ¿Obtuvimos algo sustancial o se supeditó aún más nuestra política exterior? ¿Qué hay detrás de las extradiciones? ¿Por qué ahora la postura pública por la despenalización? Con eso bastaría para garantizarse el éxito editorial, evitándose esa ambigüedad tan propia de las medias verdades en la que caen, la que protege intereses y evita compromisos, no hace desmarques claros, oculta intenciones políticas, echa mano del olvido o descontextualiza, como si antes de Calderón no hubiera responsabilidad política alguna, por ejemplo.

Al margen de evasiones importantes y silencios sospechosos, debe reconocerse que, aun tratándose de fuego amigo, hay datos contundentes que muestran el fracaso de la actual “guerra” contra las drogas. No son aficionados, sobre todo Castañeda, pues Aguilar, tras su declaración de pactar con grupos del crimen organizado que terminó tan mal (le llovieron críticas y un especialista lo calificó de jugar a “idiotas útiles”), guarda bajo perfil. Así que desmienten con eficacia premisas, supuestos y versiones oficiales sobre consumo interno y narcotráfico. Revisan trabajos importantes como el de Terrence e. Poppa e incluso establecen contacto con el activista estadunidense Ethan Nadelmann y suscriben políticas públicas de reducción del daño.

Tienen habilidad para generar simpatía por algunas de sus propuestas aunque otras afirmaciones sean discutibles: la propia danza de cifras respecto a la violencia y las armas, o el entusiasmo por un Barack Obama que no interviene en el frente interno donde crece el movimiento pro despenalización, pero aprieta en el plano de las relaciones con México. Olvidos geopolíticos y no muchas explicaciones sustanciales dadas las posiciones públicas ocupadas, que se añaden a otras polémicas, como crear una policía nacional, que al parecer disfruta provocar este par de ex funcionarios con intereses políticos y no pocos recursos académicos. Pese a todo, lo más importante es la variedad de voces que se manifiesta contra el enfoque actual del problema, y que pese a las antipatías que puedan generar a muchos autores como Aguilar y Castañeda, su presencia hace visible no sólo la diversidad de estas voces o la amplitud del rechazo a la estrategia federal, sino la importancia de la información y la discusión pública para comprender un fenómeno donde abundan mentiras y medias verdades.


FUGA EN TENOCHTITLAN

LEO MENDOZA


El secreto de la Noche Triste,
Héctor de Mauleón,
Joaquín Mortiz,
México, 2009.

El 30 de junio de 1520, las huestes españolas acantonadas en Tenochtitlan, odiadas ya por toda la población indígena, realizaron una salida desesperada, casi una fuga, acosados por los guerreros mexicas quienes les infligieron numerosas bajas. Bernal Díaz del Castillo cuenta cómo cientos de conquistadores perecieron aquella noche, muchos ahogados, pues se negaron a abandonar su parte del botín que, antes de iniciar la retirada, el propio Cortés se había encargado de repartir.

No se sabe cuánto oro y joyas acabaron en el fondo del lago o si dichas riquezas fueron recuperadas por los mexicas. Lo único cierto es que buena parte del quinto real se perdió, y que esta riqueza pasó a formar parte de las leyendas populares, de tal suerte que hasta hace relativamente poco tiempo se decía que el tormento de Cuauhtémoc durante la expedición a Las Hibueras se realizó con la intención de saber dónde se encontraba oculto aquel tesoro.

Tomando como punto de partida esta anécdota, Héctor de Mauleón escribió su primera novela, El secreto de la Noche Triste, una historia que ocurre sesenta años después de concluida la conquista, en una Ciudad de México convulsionada por todo tipo de presagios, la resurrección de una beata y el asesinato de los nietos de los conquistadores originales mediante una mortal e imparable estocada.

La pista para encontrar el tesoro perdido se encuentra, al parecer, en un retrato oculto con el forro de una de las ediciones príncipe de los Diálogos,de Cervantes de Salazar, que un adolescente descubre, lo cual lo lleva a involucrarse en la resolución del misterio a la vez que lo ayuda a encontrar su vocación como pintor. En la resolución del misterio, el joven aprendiz será ayudado por su tía –quien es también su institutriz–, un poeta que finalmente abrazará la vida conventual y un antiguo soldado ciego quien, a la postre, caerá víctima de la maldición.

Estamos, a todas luces, ante una novela interesante, amena, muy bien documentada, que pinta de manera sobresaliente la vida en la lejana capital novohispana, con todas sus agitaciones sociales y sus preocupaciones. Se trata de un ejercicio narrativo que en algunos momentos nos recuerda algunas de las novelas de Vicente Riva Palacio, inspiradas en los archivos inquisitoriales.

Es indudable que el gran telón de fondo de la vida social y espiritual de Ciudad de México a finales del siglo XVI ha sido pintado con gran acierto, sin embargo, lo mismo no se puede decir de la manera como han sido retratados los personajes que pueblan la novela.

Tal vez el problema fundamental de la narración sea el hecho de que los acontecimientos relatados aparecen demasiado diluidos por el paso del tiempo, lo cual le resta efectividad al suspenso y nos lleva a un desenlace que parece casi por completo ajeno a los personajes y a sus peripecias, casi como un final deux ex machina.

Desde nuestro punto de vista, el mayor problema de la novela es la voz del narrador, que cuenta su historia muchos años después, a pesar de lo cual conoce demasiado bien toda la historia, está enterado de todo lo que ocurre e incluso puede descifrar el misterio de la pintura, aun cuando se confiesa poco dotado para los estudios, y también parece dejar sin efecto la broma final que encierra el misterio del lienzo.

Aun así, El secreto de la Noche Triste resulta una más que aceptable primera novela, en la que el espíritu del cronista quizá le ha ganado la mano al del novelista.