Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de mayo de 2010 Num: 793

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La lucha en Las batallas en el desierto
ORLANDO ORTIZ

Por una lectura de vanguardia
ESTHER ANDRADI entrevista con RODRIGO REY ROSA

El rompecabezas de Nabokov
LAURA GARCÍA

Iván Bunin: el amor como una felicidad fugaz
OXANA KOVALEVSKAYA

Sergio Pitol y la nariz de la prosa rusa
JORGE BUSTAMANTE GARCÍA

El agua y la Terraformación
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Manuel Stephens

Bailando en TV

“Todo bien en México. La energía está una vez más concentrada en la pista y la temperatura va constantemente en aumento, bien amacizado el switch de la música y la cinta ganando velocidad. Entonces, como hubiera dicho el conde Drácula antes de entrarle al tercer bloody Mary: ‘¡Aquí hay fiebre y es contagiosa!’ De manera que sírvanse amarrarse muy bien los tenis, colocar su atención en posición de salida y esperar el disparo, porque aquí vamos otra vez Univisión mientras aguante el satélite. ¡Fuego!” La cita anterior es una de las aperturas que el icónico locutor Mario Vargas hizo en el programa de concurso Fiebre, televisado entre los últimos años de la década de 1970 y los primeros de la siguiente.

En 1977 se estrenó Saturday Night Fever (dirigida por John Badham, coreografiada por Lester Wilson y estelarizada por John Travolta en el papel de Tony Manero), película que constituye la cúspide de la época disco. Como una estrategia comercial para captar a la población joven inmersa en esta subcultura músico-dancística, Televisa decide poner al aire este nuevo tipo de competición para nuestro país. A más de treinta años de su lanzamiento, la televisión, absolutamente globalizada, ha sido plagada por reality shows, sitcoms y programas de concurso, estos últimos con características muy diferentes a las de Fiebre.

Quizá el programa televisivo de baile más antiguo haya sido Come Dancing de la BBC, que tuvo temporadas con intervalos de 1949 hasta 1998, por lo que es considerado como uno de los shows con mayor permanencia. Originalmente se trataba de una transmisión desde estudios de bailes de salón, y a partir de 1954 se transforma en un concurso. Este es el antecedente directo de la serie Strictly Come Dancing, también producido por la BBC, cuyo formato, junto con sus derivados, ha sido exportado a más de treinta países. En Estados Unidos, el programa se titula Dancing with the Stars y, en México, Bailando por un sueño (emulando el éxito de estas series, Simon Fuller y Nigel Lythgoe producen un concurso de baile con la estructura de su exitosa creación American Idol, So You Think You Can Dance).

Estos programas siguen en la práctica los parámetros que a lo largo del siglo pasado fueron formulando diversas asociaciones de bailarines aficionados que se convocaban entre ellos para competir interpretando bailes de salón. La primera de ellas fue la Federación Internacional de Bailarines Amateurs (Praga, 1935) y culmina con la fundación, en 1990, de la Federación Internacional de Danza Deportiva (IDSF, por sus siglas en inglés). Uno de los principales objetivos de quienes han sido directivos y socios de estas instancias ha sido que el Comité Olímpico Internacional reconozca que la danza competitiva es un deporte, lo cual logra en 1995, aunque aún no se le incluye entre las disciplinas olímpicas a nivel internacional.

Las parejas competidoras de los programas de TV deben dominar bailes como el vals, foxtrot, tango, quickstep, salsa, cha-cha-cha, rumba, paso doble, etcétera. Pero, aunque no se resalte su naturaleza deportiva, como ocurre en la IDSF, la ejecución se dirige especialmente a la espectacularidad: a mostrar rutinas de alta dificultad hechas con precisión –lo que aún no ha sucedido patentemente en las emisiones mexicanas–; lo anterior ha dado como resultado que se haga énfasis en la velocidad y el carácter atlético de las rutinas. Ver cualquier competición de este tipo, sin importar el lugar de origen, es haberlas visto todas; no hay sorpresa, ni diversión alguna, ni siquiera por los comentarios sarcásticos de los jueces.

Por las razones anteriores es que viene a la mente el “artesanal y prehistórico”, si se quiere, Fiebre. El programa era conducido por Fito Girón –en una descripción de Vargas:  “El hombre que tiene el proyecto para construir la primera presa de pozol allá en Tuxtla Gutiérrez”– y Chela Braniff –“Jefa de pilotos de líneas aéreas surrealistas, sociedad sospechosamente anónima de capital sumamente variable”; la competición era entre solistas, duetos y grupos; los conductores y el público también bailaban, y se enseñaban nuevos pasos disco, todo sobre un piso de luces multicolor y la infaltable bola de cristal girando en el techo. En ese entonces quien esto escribe era un estudiante de primaria, pero aún recuerda la fiesta que era el concurso, el buen humor y el gozo por bailar que transmitía, lo cual no producen las competiciones clonadas en todo el orbe que carecen de “¡fuego en la pista!”