Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de mayo de 2010 Num: 793

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La lucha en Las batallas en el desierto
ORLANDO ORTIZ

Por una lectura de vanguardia
ESTHER ANDRADI entrevista con RODRIGO REY ROSA

El rompecabezas de Nabokov
LAURA GARCÍA

Iván Bunin: el amor como una felicidad fugaz
OXANA KOVALEVSKAYA

Sergio Pitol y la nariz de la prosa rusa
JORGE BUSTAMANTE GARCÍA

El agua y la Terraformación
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Versión ilustrada de Las batallas en el desierto, años ´70

La lucha en Las batallas en el desierto

Orlando Ortiz

"La novela ya no es la escritura de una aventura sino la aventura de la escritura.” No recuerdo si lo leí o lo escuché, tampoco dónde ni cuándo, mucho menos el autor. El caso es que de inmediato metí el enunciado entre interrogaciones. Cada vez que necesito realizar algo de gimnasia, rescato la oración para rebatirla. También lo hago cuando algún colega o alumno se afana en velar sus textos con algo de magia o esoterismo. Esto último generalmente lo hacen para curarse en salud, es decir, echarle la culpa a las “fuerzas oscuras” de lo que ellos no supieron hacer.

En la segunda mitad del siglo pasado se manejó hasta el hartazgo la idea de esa especie de literatura por generación espontánea. No eran pocos los que afirmaban, por ejemplo, que ellos no escribían sus novelas, que sus novelas se escribían solas. El oficio de escritor, en consecuencia, era más bien el de ejercer como médium. Podríamos bordar al respecto en el vacío, pero prefiero hacerlo tomando como referencia Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco. Quien haya leído esta novela, sabe que el relato fluye con la suavidad y sabor de una “novela de educación” (así denominada por Bajtín, género al que antes se le conocía como de “educación sentimental”). Es en el último apartado o capítulo donde JEP efectúa una pirueta insólita. Para algunos críticos o analistas de las letras, a partir de ese momento, en Las batallas… se resquebraja la verosimilitud que cuidadosamente venía construyéndose: se rompe la ilusión autobiográfica y se cuestiona la veracidad de la historia narrada. Porque al final Carlos (el joven protagonista) renuncia al recuerdo como vehículo de la escritura y se instala definitivamente en el terreno de la imaginación, poniendo en duda la existencia de Mariana. Repentinamente la evocación se vuelve conjetura.


Escena de Las batallas en el desierto, animación de Adriana Rodríguez

Por lo menos eso comunican las siguientes líneas de Hugo J. Verani en un ensayo dedicado a estudiar esta obra: “De aquí en adelante se cuestionan las ‘verdades’ que sustentan al texto y se pasa, sutilmente, de la historia social a la invención de una realidad, acentuándose el proceso de construcción verbal.” Ya puesto el razonamiento en esa línea, la siguiente estación es considerar que: “Al cuestionarse la veracidad de la historia narrada, lo imaginario se independiza y consolida, absorbiendo y relativizando la realidad empírica. Se plantea, de hecho, un problema fundamental de la literatura: crear la ilusión de que nada existe fuera de la realidad verbal, construir un mundo válido por su carácter ficticio que se impone por su verosimilitud de experiencia vivida.”

Me parece temerario aseverar que un problema (podría entenderse, también, como objetivo) fundamental de la literatura sea “crear la ilusión de que nada existe fuera de la realidad verbal”. En el mejor de los casos, podría decirse que ese es un problema que le quita el sueño a cierta literatura, a algunos autores y en una época determinada.

Ahora bien, ese salto brusco, esa pirueta realizada para ir de una historia de educación (Bildüngsroman) a un relato fantástico, plantea la incógnita: ¿Debemos pensar que el motivo fue un repentino remordimiento de conciencia del autor, al percatarse de que su novela era realista en exceso y la moda demandaba marginar esa actitud y en su lugar “construir un mundo válido por su carácter ficticio que se impone por su verosimilitud de experiencia vivida”?

Para mí, sería infundado pensar que JEP intentó literaturizar a ultranza su relato, es decir, llevarlo a ese espacio que –cuando se refería al llamado “mundo moderno” –denunciaba Gogol: “El temible reino de las palabras usurpando el lugar de los hechos.” ¿Podemos tomar entonces el relato como una alegoría, como una metáfora? En ese caso, metáfora ¿de qué? En ese último capítulo podríamos aventurar que no se trata de algo “fantástico” el hecho de que Mariana, Jim y su mundo hayan “desaparecido”, sino que con ese recurso se está enfatizando la capacidad del autoritarismo y de las posiciones de poder que se han manejado a lo largo de la novela. Es decir, se estaría subrayando la capacidad de la autoridad (¿gobierno?, ¿Estado?, ¿alto funcionario?, ¿clase social?) para hacer la historia a su gusto y conveniencia. Indicios que apoyarían esta opción los encontramos cuando Carlitos está indagando en el edificio sobre lo ocurrido con Jim y Mariana, y recraba las siguientes impresiones y palabras: “En todos los departamentos me escucharon casi con miedo...”; “No te metas en lo que no te importa ni provoques más líos...” (el subrayado es mío); también es significativo que don Sindulfo, portero del edificio, sea amigo del padre del dueño del inmueble, que coincidentemente es el Señor (amante de Mariana y padre putativo de Jim). El establishment, parecería estarnos diciendo el narrador, es capaz no solamente de reprimir los sentimientos, apetitos e ideas de un niño, sino que también es capaz, en su “advocación” de Estado, de borrar lo que se le antoje y escribir la historia que quiere. Y lo que es peor: no solamente el establishment es culpable, sino también la sociedad, la gente, que carece de memoria histórica y se concreta a digerir la que se le da ya masticada: “No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién puede tener nostalgia.” En este caso, resulta obvio que no se estaría jugando a convertir en “fantástica” la historia, sino de mostrar la otra cara de la moneda.

No puedo cerrar este brevísimo comentario sin añadir que la necesidad de releer esta novela –de pasarla por nuevos cedazos–, se debe a que estoy convencido de que fueron muchas las circunstancias y no menos los factores que concurrieron en su concepción, en el tramado y en su escritura. Es posible, por último, que el entorno y las circunstancias se hayan desprendido, en esta obra, de una lucha más intensa y profunda. Porque, como escribió Bajtín: “La lucha de un artista por una imagen definida y estable de su personaje es, mucho, una lucha consigo mismo.”