Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de mayo de 2010 Num: 793

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La lucha en Las batallas en el desierto
ORLANDO ORTIZ

Por una lectura de vanguardia
ESTHER ANDRADI entrevista con RODRIGO REY ROSA

El rompecabezas de Nabokov
LAURA GARCÍA

Iván Bunin: el amor como una felicidad fugaz
OXANA KOVALEVSKAYA

Sergio Pitol y la nariz de la prosa rusa
JORGE BUSTAMANTE GARCÍA

El agua y la Terraformación
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

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ROGELIO GUEDEA

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Iván Bunin: el amor como una felicidad fugaz

Oxana Kovalevskaya

Yo estaba esperando todavía algo, en ocasiones echaba rápidamente miradas hacia el crepúsculo del amanecer... Y durante mucho tiempo, un hálito imperceptible de felicidad se sentía cerca de mí, aquel temible y grande, que en uno o en otro momento nos encuentra en el umbral de la vida. Me tocó a mí de repente y, quizás, hizo precisamente lo que habría que hacer: tocarme y desvanecerse [...]Yo estaba amando a alguien, y mi amor se encontraba en todo: en el frío aroma del amanecer, en la frescura del jardín lleno de vegetaciones, en esa estrella matutina...

Iván Bunin, Crepúsculo matutino

Iván Bunin fue uno de los autores más destacados de la Rusia prerrevolucionaria por la calidad estética de sus obras, la profundidad psicológica de sus personajes y un lenguaje muy expresivo. Su talento lo reconocieron importantes escritores y críticos de su época. Por ejemplo, Chéjov le pronosticó un gran éxito en el terreno de las letras y lo animó a seguir escribiendo; por su parte, Teleshóv, autor de varias memorias literarias, afirmó que Bunin “había perfeccionado su don literario hasta el grado más alto”.

Si bien Bunin aseveraba que no pertenecía a ninguna corriente literaria, ni a tendencia política alguna, en su obra se manifiestan evidentes rasgos realistas, aunque sin ningún compromiso social.

Debido a que no estaba de acuerdo con la revolución, Bunin decidió dejar el país. Pasó el resto de su vida, treinta y tres años, en Francia. Al contrario de la creencia muy difundida en la crítica oficial soviética, la cual afirmaba que cuando un autor ruso emigraba automáticamente dejaba de escribir, Bunin creó sus mejores obras precisamente en el extranjero. También en sus años de exilio obtuvo el Premio Nóbel, lo que mejoró considerablemente su situación económica.

A pesar de que el mundo estaba cambiando, Bunin siempre desdeñó los temas de actualidad, argumentando que sólo se puede escribir sobre lo que uno ha vivido, únicamente así se alcanza a percibirlo y entenderlo mejor. Por esa razón, la época en la que ubica sus obras es la que corresponde a su estancia en Rusia.

Viviendo en Francia, bajo el intenso sol meridional francés, imaginaba lugares en los que se desarrollarían sus cuentos: las ciudades rusas llenas de sol y polvo de verano, o el paisaje campirano con el cielo teñido de un azul apagado –color característico del otoño ruso– o las extensas riberas del Volga. Trasladaba todo esto al papel, con su prosa apretada y precisa, donde nada sobra y todo tiene su razón de ser.

Bunin se preocupaba mucho por la calidad de su escritura; constantemente la corregía: modificaba, tachaba, eliminaba algunos párrafos y casi siempre quedaba insatisfecho. Acerca de esta compulsión de corregir cualquier texto que le caía en las manos, existe una anécdota relacionada con la novela Ana Karenina, de León Tolstoi. En sus memorias, La hierba del olvido, Valentín Kataiev comenta que Bunin estimaba mucho el talento de Tolstoi, pero sentía ganas de “corregir” algo en aquella novela y eliminar algunas partes que le parecían sobrantes. Es probable que la corrección hubiera sido perfecta, pero habría resultado una corta, muy corta, novela de amor.

 Bunin abordó varios temas en sus obras (entre los más destacados, la Rusia de antaño que estaba desapareciendo, el campo, la vida y la muerte), pero donde más destacó fue en su tratamiento de amor. Ningún otro autor ruso había escrito de manera tan profunda y apasionada sobre ese sentimiento.

La visión del amor que presenta Bunin ofrece variantes con un hilo conductor: es un sentimiento muy breve, pero bastante intenso. Podría comparársele con una chispa o la trayectoria de una estrella fugaz. Su duración es de unas horas o, cuando mucho, de unos cuantos días. Sin embargo, esa fugacidad no afecta la fuerza de la pasión; al contrario, la hace más aguda.

De esa brevedad habla el personaje del cuento “El columpio”: “Dante decía de Beatrice: ‘En sus ojos está el inicio del amor, y el final en la boca.’”

La fugacidad del amor se hace notoria porque, con frecuencia, Bunin interrumpe el encuentro amoroso de sus personajes en el momento climático. Después de ese instante los personajes, y con ellos el lector, se enteran del destino posterior, a menudo trágico, de la pareja. Su desenlace puede ser un suicidio, un asesinato, el convento o, en el mejor de los casos, la no aceptación de la continuidad de la relación. No obstante, el momento amoroso vivido deja recuerdos muy gratos mezclados con la tristeza de no poder vivirlo de nuevo algún día. Pero si el amor fuera feliz y duradero, se convertiría en algo cotidiano que no merecería ser recordado; así lo decía Denis de Rougemont : “El amor dichoso no tiene historia.”

En unos casos, es un amor adúltero, ya que varios de sus personajes están casados; sin embargo, lo efímero de esta explosión erótica impide que sientan culpa, es decir, no hay carga moral en los personajes por sus acciones.

Así, en el cuento “La insolación”, un oficial se encuentra en un barco con una dama desconocida de la cual se enamora de manera inesperada. A ella le ocurre lo mismo. Ambos bajan en el primer atracadero y pasan la noche en un pueblito totalmente desconocido. La magia de ese momento se interrumpe de manera brusca al día siguiente porque la mujer debe regresar con su esposo. Sólo quedan pequeños recuerdos de su presencia: un ligero olor a su perfume, una huella en una de las almohadas, una taza de café aún humeante. El amor se convierte para el oficial en una especie de “insolación”, y sólo puede pensar en aquella pequeña y bronceada mujer cuyo nombre jamás supo.

En otros casos, los recuerdos amorosos escondidos en el alma resurgen a la menor provocación y se reviven como si fueran recientes, como en el cuento “Rusia.” Ahí, el protagonista, después de un viaje al sur, regresa a Moscú en compañía de su esposa. Casualmente, el tren se detiene en cierto lugar donde el hombre había trabajado en su juventud como maestro. Sólo le menciona a su mujer que trabajó allí, pero el resto de la historia la guarda para sí mismo con el fin de recrearla en la noche mientras el tren se aleja de aquel lugar.

Al día siguiente, cuando su mujer le pregunta si la causa de su melancolía era el recuerdo de alguna “mocita”, él le contesta agriamente que no era una cualquiera, y luego agrega en latín para que ella no lo entienda, que aquella joven era el amor de su vida: Amata nobis quantum amabitu nulla! (“¡Amada por nosotros tanto como ninguna otra!”)

En otras historias de amor, Bunin presenta la expectativa que sobre el asunto tienen los jóvenes: la búsqueda del amor verdadero que podría dar sentido a sus vidas ordinarias. Pero el afecto tan anhelado no llega por alguna razón o simplemente no cumple con sus expectativas.

Así, en el cuento “Crepúsculo matutino”, la protagonista imagina su próximo casamiento y la felicidad que eso supone. Su prometido, un hombre de apellido Sívers, se queda a pasar la noche con la familia de la joven para pedir su mano al día siguiente. En la noche, en su cuarto, la joven sueña cómo su futuro esposo regresaría al anochecer de la ciudad, entraría en el cuarto y la alzaría en sus brazos. “Me parecía que lo amaba. A Sívers yo lo conocía muy poco. El hombre con quien yo ‘pasaba la noche más dulce de mi primer amor’ no se asemejaba mucho a él, pero me parecía que yo estaba pensando precisamente en Sívers.” La joven sale al jardín pensando que su enamorado seguramente la esperaría en algún rincón. Pero el enamorado no acude a la cita imaginaria y la joven decide rechazar la oferta matrimonial al día siguiente.

En otros cuentos, Bunin muestra cómo los personajes reciben el amor sin esperarlo, lo toman como algo natural y no lo valoran. Sólo después, al perderlo, se dan cuenta de que sin él no pueden seguir viviendo como antes.

Esto ocurre en el cuento “Un otoño frío”, donde la protagonista se muestra indiferente a la declaración amorosa de un joven oficial, el hijo de un amigo antiguo de su padre, que vino a pasar unos días con su familia antes de ir a la guerra. No obstante, un tiempo después, al recibir la noticia de la muerte del joven, la mujer se da cuenta de que, en su vida, el único momento importante y feliz fue aquella tarde fría de otoño, cuando el oficial le confesó su amor.

En otras narraciones, Bunin hace ver cómo la miopía sentimental impide a la gente advertir que está ante su único e irrepetible amor. Por ejemplo, en el cuento “Ida”, la muchacha, quien siempre estuvo a la vista del personaje principal (porque fue una amiga de su esposa), desaparece repentinamente de su vida. La recuerda de vez en cuando porque era muy guapa; en ella se destacaban sus ojos de color violeta, sus manos, su figura. Siente deseo de verla de nuevo, pero la joven no regresa. Y al pasar unos años, la encuentra de repente en una estación de ferrocarril... más hermosa todavía, más elegante y acompañada del esposo. Lo que más le impresiona en aquel momento es lo que ella le dice cuando se queda con él a solas: “Querido mío, quisiera que usted me contestara una pregunta: ¿Sabía usted que lo amaba mientras convivimos y que lo sigo amando todavía?” El hombre no logra contestar nada. Ella entiende su perplejidad, lo besa y se va. Pero ese instante de la felicidad tan cercana y tan posible queda en la memoria del personaje como una herida que nunca cicatriza porque la recuerda constantemente.

Bunin también aborda la contemplación del amor ajeno que, a pesar de eso, es capaz de producir una emoción no menos intensa que la experimentada por los actores reales. Así, en “Gramática de amor”, Ívlev, un personaje, al enterarse del romance de un terrateniente y su camarera Lushka, sólo por morbo visita el lugar donde había ocurrido ese acontecimiento. El pretexto fue la compra de los libros del difunto terrateniente, que estaban en venta. Un joven, el hijo del terrateniente, le muestra los libros diciendo que podía venderle cualquiera menos Gramática de amor o el arte de amar y ser amado, un libro de poca valía literaria, pero muy importante sentimentalmente para el joven, pues era el único recuerdo de su difunta madre, junto con el collar de cuentas azules. Sin embargo, Ívlev termina por comprar precisamente aquel libro.

Antes de irse, al observar el collar de Lushka, el protagonista experimenta una emoción muy compleja, similar a la que había sentido en Italia al ver una reliquia de cierta santa. Era algo parecido a un amor que él sintió de repente hacia esa mujer desconocida: “Ella entró para siempre en mi vida –pensó él y lentamente releyó una estrofa compuesta y anotada por la propia Lushka–: ‘Te dirán los corazones de los que habían amado: ¡Vive en dulces leyendas!/ Y señalarán a los nietos y los tataranietos/ Esta Gramática de amor.’”

Los personajes de Bunin, además de experimentar el amor fugaz o desear tenerlo algún día, también están obsesionados por entender su esencia, mas no lo logran: “–¿Qué puede ser mejor que el amor?”, se pregunta un personaje, para contestarse él mismo: “¡Sólo el amor!”

Estas reflexiones sobre la naturaleza del amor no conducen a nada concreto, no obstante todos los personajes coinciden en que la experiencia amorosa, a pesar de su fugacidad, es lo mejor que les pudo haber pasado en su vida.

En conclusión, en sus narraciones Bunin logra presentar un amor que combina rasgos sensuales e idealizados. Precisamente esta fusión propicia una mayor expresividad y belleza del “amor eternamente igual entre un hombre y una mujer”, como lo dijo él mismo.