Cultura
Ver día anteriorJueves 20 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El templo jainita de Ranakpur
A

mediados del siglo XV, se construyó en Ranakpur el templo jainita más grande de la India, uno de los cinco sitios sagrados de esa religión contemporánea del budismo. Situado en el Rajastán, en el camino que va de Jodhpur, la ciudad azul, a Udaipur, la ciudad lacustre, surge en lo alto de un cerro, edificio blanco, deslumbrante, marmóreo, si quiero ser precisa y, además, pleonástica: con sus múltiples cúpulas, bóvedas y torretas es una construcción de entre 60 x 63 metros cuadrados. El templo tiene cuatro fachadas y simboliza una conquista que abarcó los cuatro puntos cardinales, en realidad, ¡el cosmos en su totalidad! ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!

Asocio de inmediato con el Vasa, ese barco sueco del siglo XVII, elaborado con maderas preciosas y adornado con estatuas en bajo relieve que representaban la victoria anticipada contra los enemigos germanos y que, recién inaugurado, se hundió en las aguas del Báltico. Rescatado y restaurado, puede admirarse ahora en un museo.

Hojeo una guía y leo que Ranakpur debe su nombre a Rana Kumbha, quien cedió una gran extensión de terreno al adinerado comerciante Dharna Sah para la construcción de los templos. Se dice que éste había soñado con un lugar celestial y encargó el diseño del mismo a numerosos arquitectos venidos de varias regiones de la India. Un escultor llamado Depa captó perfectamente aquella visión y comenzó la construcción de los templos, que duró 50 años.

Decoran el santuario ventanales que dejan filtrar la luz por sus entrelazados encajes e iluminan las mil 444 columnas diferentes entre sí, un verdadero bosque de mármol que me recuerda a la mezquita de Córdoba; hermosos detalles esculpidos tanto en los techos como en los nichos que albergan estatuas con el clásico esguince de cintura y de caderas característica de la escultura de la India, dándole a todos los cuerpos un distintivo aspecto erótico: Kurajaho, por ejemplo, las esculturas gigantes de Elefanta o las de algunos templos en el sur (Hampi, Belur, Halibid), como si la piedra estuviese a punto de ponerse a bailar o hacer el amor.

Los cuerpos realzados con oro y los ojos delineados de negro de las estatuas miran con intensidad extraña a quienes las contemplan. Ojos inmensos en rostros esculpidos, luminosos como los de los indios de carne y hueso: idénticos a los ojos de los devotos que junto con los turistas visitan este templo.

Los jainitas profesan la no violencia y el respeto a todos los seres vivos. Practican el ascetismo para lograr que el alma venza a sus enemigos internos y alcance la fusión con la divinidad, estado llamado Jina. El jainismo se perpetúa gracias a un linaje de 24 tirthankaras o líderes ascéticos. Han mantenido su religión y aunque en la India constituyen menos de 1 por ciento de la totalidad de creyentes, han influido de manera determinante en aspectos políticos, éticos y económicos; han emigrado y mantienen comunidades en varios lugares del mundo: Estados Unidos, el lejano Oriente, Europa occidental y Australia.

En Jodhpur entramos a un bazar repleto de objetos, muchos colocados en vitrinas con polvo acumulado por los años. En la puerta, como mendigo acuclillado, un hombre de edad madura; atrás, sentado en una silla baja, un anciano; de pie, un joven nos atiende. La tienda, nos cuenta, la fundó el abuelo, lo ha relevado el padre y ahora le toca al nieto conservarla, tres generaciones sucesivas conviviendo en el mismo sitio. Los jainitas, explica, son comerciantes y respetan todas las formas de la vida; su dieta es muy especial –parecería que la comida define a la religión–, comen sólo vegetales, pero están prohibidos los que nacen en contacto con la tierra y consumen únicamente lo que crece en los árboles; cada creyente, agrega, ha de hacer algún sacrificio, él ha elegido no beber té, la bebida que más añora.

En la plaza del mercado hay una torre de varios cuerpos cuyo remate es un reloj; alrededor, numerosos puestos venden especias y distintos tipos de té.