Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de mayo de 2010 Num: 794

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Diálogo en un cuadro de Magritte
JULIETA PIÑA ROMERO

Dos poemas
ANTONIS DEKAVALES

Los hispanistas rumanos
LEANDRO ARELLANO

José y Andrea Revueltas: de tal palo tal astilla
SONIA PEÑA

Rosalía de Castro, gallega universal
RODOLFO ALONSO

Poemas
ROSALÍA DE CASTRO

Arizona, la xenofobia y la ley
FEBRONIO ZATARAIN

Ley de odio
NATALIA ZAMORANO

Migrantes desaparecidos
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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Lodazal y escrutinio

El derecho a la información, la libertad de prensa, dizque sagradas canonjías con que nos ampara la Constitución, son hoy algo más cercano a una entelequia que a una verdad prístina. ¿Qué pasa en México que ser periodista es sinónimo de tiro al blanco, de alguien al que hay que asediar, hostigar, amenazar, golpear, secuestrar y hasta asesinar? ¿Cómo es posible que México, país de larguísima tradición periodística, sea uno de los países del mundo con más periodistas asesinados, secuestrados, desaparecidos, amenazados? Y peor aún: que haya periodistas que hacen el juego a quienes agreden a periodistas por hacer su trabajo, y los presentan de pronto a la opinión pública como delincuentes, aunque después intenten, mal, matizar el asunto.

El asunto es proteger a un servidor público incapaz de explicar por qué, si de acuerdo con públicas y obligatorias declaraciones patrimoniales tenía al aceptar el cargo, hace cosa de dos o tres años, más deudas que bienes, pero ahora cifra sus propiedades en decenas de millones de pesos. Eso pasó cuando periodistas que investigan la súbita riqueza de Genaro García Luna, el secretario de Seguridad Pública del gobierno de Felipe Calderón, fueron encañonados en plena calle, sometidos, detenidos sin mayor argumento que las armas y la acusación de estar “hostigando” a la familia del funcionario: llevados ante el Ministerio Público como si fueran criminales.

Tiene mucho de importante para los mexicanos el asunto, porque Genaro García Luna es uno de los máximos encargados de la lucha contra el narcotráfico, y porque ya en este país hemos pasado vergüenzas cuando los encargados de combatir a la delincuencia organizada resultan ser los meros narcos, como Jesús Gutiérrez Rebollo, preso por narcotráfico y acopio de armas, o como el misteriosamente asesinado hace siete años, Guillermo González Calderoni, uno de los principales jefes de la extinta Policía Judicial Federal y quien, aduciendo tener información comprometedora para el clan familiar de Carlos Salinas de Gortari, presuntamente era protegido por autoridades de Estados Unidos.

Los estamentos del poder y la delincuencia a menudo entrelazan intereses, porque hay dos rasgos de nuestra idiosincrasia que mezclados forman medio de cultivo idóneo para que el poder político, empresarial y clerical se vuelvan enemigos de la procuración, si no de la verdad, sí de que se divulguen versiones que resultan incómodas a los poderosos, aunque ello sea, precisamente, en términos de elemental llaneza, la esencia del oficio periodístico, del que presencia algo y redacta su crónica, del que indaga para confeccionar un reportaje, del que investiga para que no se esconda, en lo posible, la verdad o lo que más se parezca a los hechos crudos. Ese periodismo es un frijol debajo del colchón de muchos poderosos en México. Si nos atenemos a algunas versiones que corren en las filas de las fuerzas armadas, un enemigo. El periodista es por antonomasia enemigo del sistema.

Cada que un periodista en México descorre velos de algo que afecta a la mayoría o viola descaradamente la ley, se convierte en el enemigo de alguien. Lo malo es que ese alguien suele ser uno de los personeros del poder: políticos y policías corruptos, príncipes de la Iglesia con cola que les pisen, empresarios que mal disimulan su verdadero quehacer, no siempre lícito. La toma de Excélsior en tiempos de Echeverría. El despido de Guillermo Ochoa de Televisa cuando criticó la captura del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia porque amagaba con apoyar a los disidentes del PRI; el despido de Solórzano de TV Azteca por entrevistar a Luis Mandoki cuando documentó el fraude electoral que llevaría a Calderón a la presidencia; las presiones, el estrangulamiento económico dictado por el poderoso empresario de derechas, Lorenzo Servitje, a Canal 40 cuando salieron al aire las acusaciones contra Marcial Maciel; las trapacerías legaloides contra Carmen Aristegui por dar voz a la oposición izquierdista de López Obrador en W Radio; los ataques criminales contra Lydia Cacho y las amenazas contra Sanjuana Martínez por sus libros y artículos acerca de la pederastia de empresarios, políticos y clérigos, y ahora Índigo Media, amenazado por investigar la inconmensurable fortuna del principal policía del país, no son sino los más famosos entre cientos de casos de reporteros, camarógrafos, locutores, columnistas amenazados, presionados, desaparecidos y hasta asesinados, casos que siguen, por cierto, mayoritariamente irresueltos.