Opinión
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Economía: críticas, percepciones y realidad
C

on el telón de fondo de los planes de recorte del gasto social recientemente adoptados por distintos gobiernos europeos –Grecia, España e Italia– para contrarrestar sus respectivas dificultades de endeudamiento, el premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, indicó que la austeridad y el celo por reducir el déficit público no contribuyen a reforzar las economías internas de los países, y criticó, de manera particular, las medidas adoptadas por el gobierno mexicano ante la crisis aún vigente, las cuales –afirmó– derivan en una economía más débil.

No es la primera vez que el economista estadunidense formula planteamientos críticos al gobierno mexicano: en noviembre del año pasado sostuvo que el calderonismo había tenido uno de los peores desempeños a escala internacional en el tratamiento de la crisis económica, y cuestionó particularmente las alzas impositivas que habían sido aprobadas por el Congreso de la Unión. Los señalamientos del Nobel provocaron una andanada de descalificaciones por parte del gobierno federal: Agustín Carstens, quien entonces se desempeñaba al frente de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), acusó al economista estadunidense de ignorar las afectaciones que enfrentó nuestro país, y dijo que se actuó responsablemente ante la recesión; Ernesto Cordero, actual titular de la SHCP y ex secretario de Desarrollo Social, dijo que Stiglitz no conoce a detalle las políticas contracíclicas adoptadas por la actual administración, y le sugirió leer un poquito más de México.

En retrospectiva, resulta claro que las críticas de Stiglitz al manejo de la crisis por parte del calderonismo no fueron producto del desconocimiento ni de insensibilidad ante la realidad: a pesar de las medidas adoptadas por la presente administración, y defendidas por sus funcionarios, el país sufrió la peor contracción de su historia en el producto interno bruto en el año pasado, y dicho desplome estuvo aparejado a un incremento sustantivo en los niveles de pobreza, como reconoció en su momento el propio Cordero. Por lo demás, la falta de recuperación de la economía nacional se ve reflejada en el incremento del desempleo en el país, que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, se ubicó en abril pasado en 5.42 por ciento, cifra superior a lo estimado por el gobierno federal.

El factor que permite explicar esta ineficacia en el manejo de la crisis todavía vigente es el pleno acatamiento, por parte del gobierno federal, de una doctrina económica –el neoliberalismo– que propicia la concentración de la riqueza en unas cuantas manos, multiplica el número de pobres, cancela la movilidad social, inhibe la reactivación de la economía y el mercado internos y obstaculiza el desempeño del Estado como motor del desarrollo y garante del bienestar.

En días recientes, el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón, llamó a cambiar la percepción de la gente respecto de la situación económica del país, pues la población sigue pensando que seguimos inmersos en una enorme crisis y, peor aún, que eso no tiene remedio. En consecuencia con ese dicho, y en el contexto de su reciente visita a Canadá, el gobernante se ha esforzado en promover el país como un destino atractivo para las inversiones productivas, lo que –sostiene– permitirá generar más empleos. Sin embargo, es claro que sin el sustento de un viraje en lo económico, será muy difícil lograr una estabilidad que permita un desarrollo efectivo y sostenido que se refleje, más que en los inciertos indicadores, en el mejoramiento de las condiciones de vida de la población.

Hoy, ante el riesgo latente de que la economía mundial se enfile hacia otra gran depresión, como advirtió el propio Stiglitz, es necesario demandar al gobierno federal un espítitu autocrítico, una revisión profunda de las directrices económicas actuales, y una voluntad efectiva de trabajar, más que en beneficio de los capitales, en función de las necesidades de las personas.