Opinión
Ver día anteriorLunes 31 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Una probada de miel
L

o que toma poner un pie delante de otro, y ya en la escalinata de hierro del caso, descender dejando atrás el tren que te trajo a esta ciudad en alto, y te desemboca en el céntrico mercado popular de los agricultores de la región.

A partir de este momento quedan prohibidas las preguntas. Sólo se admitirán respuestas, lo cual por supuesto plantea un problema, pues si algo es difícil de encontrar en este mundo cruel son respuestas. A ver si nos vamos entendiendo: estamos en que tu pasado aquí no rifa, daría igual si te cambiaras el nombre. Aquí no les importaría.

Adormilado que venías en el tren al apearte, empiezas por despertar. No estás preparado para el frío que hace, el aire te cala bajo el suéter de algodón peinado. Pero calculas que podrás soportarlo si te mueves. Te espabilas en el húmedo espacio de una plaza y los ojos se te llenan de verde súbito, la profusión vegetal de los productos en los puestos del mercado recorre la gama del casi negro brócoli gigante a la palidez casi absoluta de ciertas coles locales.

Vendedores chinos, mexicanos, mulatos, mayas, antillanos. Caucásicos granjeros de overol al pie de sus quesos inmaculados y sus anchos betabeles con follaje encima.

Enseguida, hongos a montón, lo mismo amarillos que rojos que grises que difuminadamente azules, hongos en familia, solitarios, con capuchón o descabellados. Más de 30 variedades.

Te enfrentas a una verdadera procesión de fresas, ciruelas, zanahorias gordas como un camote, unas 15 distintas clases de papa, y otro tanto, al menos, de cítricos de todos tamaños. Raíces, hojas, flores, frutos. Una mujer camina firme, mal encarada, obsesa, con un voluminoso tomo de pasta dura titulado Evidencia. Ella se aferra al libro, no repara en los puestos ni en la gente, sólo camina hacia el palacio del ayuntamiento al fondo.

Nueces, almendras, semillas tostadas y muertas de risa en pilas, barriles, costales. Cubetas y macetas rebosadas de tulipanes, gardenias, írises y flores chinas de nombres impronunciables. Un hombre de color oscuro tiene a la venta una centena de bonsai. Siguen pirámides rubicundas de manzanas de las montañas. Y en medio de todo, en una esquina próxima a una de las fuentes de la plaza, un puesto de miel.

No son hileras de frascos de distintos tamaños, pero la misma miel, como suele ocurrir, sino centenares de frascos y botes destapados con miel de flores y bayas, de floraciones de la costa, la bahía, los lagos, los huertos, los ríos y los jardines del norte del valle. Cada una es distinta.

Te detienes. No lo puedes resistir. La anciana que atiende sonríe con la cara y con las manos, te pregunta cuál gustas probar y en cucharillas desechables de madera te sirve gotas de miel; negra de los boques, espesa de durazno y pera, prístina de manzanilla, ámbar de los viñedos. Un subibaja de dulzores tibios, progresivos, a lavanda y campánula, a polen exquisitamente cobijado, fundido, reinventado. Si fuera droga, en este momento te dispararía a la estratósfera, hasta arriba, hasta atrás. Por suerte es sólo miel de abeja.

A taste of honey/Tasting much sweeter than wine, proponían los Beatles en sus años de gracia inicial, cuando todavía cantaban ajeno: I dream of you first kiss and then/I feel upon my lips again/A taste of honey*. ¿Te acuerdas?

Cómo se suaviza la atmósfera del mercado, la humedad en las lozas, la fricción de los cuerpos y las bolsas, un coro de voces asordinadas en apacible desconcierto. La magia de la miel. La anciana, para nada sorprendida de tu transformación interna y externa, pregunta finalmente:

–¿Cuál gusta usted llevar?

Te cuesta decidir, arrobado sin empalago como estás. Eliges la que en la etiqueta dice flores silvestres, la que te pareció más limpiamente gota de dulzura de luz, no sé si me explico, supongo que no.

Depositas en tu morral el frasco y caminando a unos centímetros sobre el nivel del suelo terminas de atravesar el mercado. Lo último que sobrevuelas son nabos, cebollas moradas en racimo, calabazas, lechugas y una larga mesa acanalada cubierta de ramilletes frescos de hinojo, albahaca, tarragón, orégano, menta, tomillo, hierbabuena, anís, perejil, cilantro, cebollín, hoja de limón, romero. Y azahares, esas flores blancas afines al agua y llamadas tautológicamente en árabe: azzahár, la flor flor.

Rodeas una rotonda de arbustos podados y alcanzas la avenida. La ciudad al fin se muestra, con sus altibajos constantes e impredecibles, necesitada de puentes, rampas, escaleras y apuntalamientos. Los tranvías colgados de los cables rechinan o pujan echando chispas. Si los frenos fallan se van, se van.

* Una probada de miel/ mucho más dulce que el vino.// Sueño con tu primer beso y entonces/ vuelvo a sentir en los labios/ tu sabor a miel. (Bobby Scott-Ric Marlow, presuntamente inspirados en Bésame mucho, de Consuelito Velázquez. Paul McCartney siempre ha confesado debilidad por ambas composiciones.)