Opinión
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Profanación y necrolatría
E

s muy difícil tener una idea certera de nuestro proceso histórico y una visión aceptable del futuro. Si no tenemos certezas, nos quedaremos con nuestras dudas. Esto es lo que podemos aportar con la vista fija en 2010. Celebrar es una decisión política. Cuando se celebra el pasado, en alguna forma estamos celebrando el presente. Cada mirada al pasado nos invita a que amemos el presente. El poeta Antonio Machado nos dejó una adenda que reza: Hoy es siempre todavía.

Mirando hacia atrás comprenderemos la complejidad de México. Desde hace más de un siglo hemos logrado crear y mantener un sentido de pertenencia. Todo recuento histórico, en algún sentido, es historia del presente.

Hay una historia de las estructuras económicas y sociales que cambian poco a poco, con un ritmo distinto a los acontecimientos políticos. Es la historia de larga duración de la que hablaba Fernand Braudel. Pero en el lapso del bicentenario-centenario fructificaron las inercias fundadoras.

Pero de todas las historias de la Historia, como dice Jaime Gil de Biedma, nuestra historia siempre termina mal; es como una terrible maldición, triste precio al encargarle al gobierno la administración de su pobreza.

Recién hemos vivido la profanación de una patria moribunda, una especie de necrolatría banal. El traslado de las osamentas de los héroes de la patria del monumento a la Independencia al castillo de Chapultepec es una muestra más de la incuria dominante. Los historiadores saben que se trata de una humorada patriotera.

El 15 de septiembre de 1910 también hubo un gran desfile histórico. La ciudad parecía estar al margen de lo que ocurría en todo el país. El gobierno no hizo caso del llamado de los tiempos y no quiso advertir que las fiestas del centenario de la Independencia presagiaban la violencia. Un siglo después se estimula el morbo y la necrofilia. No se honran los valores patrios, se utilizan las osamentas para un paseo macabro; no sabemos si son 12 o 15 osamentas que se exponen a la puesta en escena que preparó la Comisión de Bicentenario para que la gente conozca las calacas. Pareciera una vacilada inspirada en la Fenomenología del relajo, de Jorge Portilla.

Tiene razón Cuauhtémoc Cárdenas: ¿hacía falta organizar un desfile con las osamentas de los héroes? ¿Este desfile, con toda su parafernalia, nos llevará a vencer la pobreza que agobia a tres cuartas partes de la población nacional? ¿Acaso mejorará la economía y disminuirá el desempleo? ¿Habrá seguridad para el común de las gentes? ¿Se harán y veremos milagros?

No hay justificación moral ni política para mover estos restos de la columna de la Independencia. Simplemente imaginemos que los franceses tuvieran la ocurrencia de que en el palacio de Los Inválidos se abriera el sarcófago de Napoleón Bonaparte y su osamenta fuera llevada al Louvre y más tarde al palacio del Elíseo. Es inimaginable: los franceses tienen el Panteón, donde respetan y veneran a sus mejores hombres.

Finalmente, pido con humildad a la Comisión del Bicentenario que lea el poema de José Emilio Pacheco Alta traición: donde la patria aparece con su fulgor abstracto, porque es inasible, pero daría su vida, dice el poeta, por cierta gente y varias figuras de su historia.