Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de junio de 2010 Num: 796

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Fernando Arrabal y lo exultante
JOSÉ LUIS MERINO

Dos poemas
YORGUÍS KÓSTSIRAS

El puente del arco iris
LEANDRO ARELLANO

La victoria del juez Garzón
RODOLFO ALONSO

Miguel Delibes contra los malos amores
YOLANDA RINALDI

La edición independiente
RICARDO VENEGAS entrevista con UBERTO STABILE

251 años de Tristram Shandy
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

Kandinsky y su legado artístico
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

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Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
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Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

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Kandinsky y su legado artístico

Héctor Ceballos Garibay

Wassily Kandinsky (1866-1944) fue quien liquidó con su pluma y con sus pinceles el sagrado y ancestral arte figurativo, sustentado en la representación gráfica y pictórica de los objetos. Efectivamente, el artista ruso pintó su primera acuarela abstracta en 1910, al mismo tiempo que redactaba su tratado estético-filosófico De lo espiritual en el arte, publicado dos años más tarde, en donde teorizó sobre la trascendencia de la ascesis del pintor para alcanzar esa “belleza interior” convertida en el fin último de la creación artística. El mismo Kandinsky dejó constancia de cómo fue que aconteció este revolucionario descubrimiento personal que pronto se convertiría en parteaguas de la historia de la pintura universal. Cierto día, al entrar a su estudio, quedó pasmado ante lo que veía: la luz crepuscular de la tarde se colaba por la ventana e iluminaba uno de sus cuadros, al que de momento no reconoció pues se encontraba invertido sobre el caballete –producto, quizá, de un acto involuntario a la hora que se hizo la limpieza del recinto–; por fortuna, la experiencia de contemplarlo al revés supuso una epifanía epistemológica para el arte. Kandinsky descubrió entonces que esa obra suya en donde no había figuras identificables, sino sólo colores y formas armónicas bañados por un fulgor inmanente, podía impactar más profundamente la sensibilidad de los individuos que cualquier pintura tradicional. Surgió así, gracias a esta dichosa concatenación entre el azar y la experimentación, una disertación conceptual que llevaría a la poética peculiar del autor ruso, la abstracción lírica, una estética que apeló a la subjetividad del creador y el receptor, que postuló, no la copia de la realidad exterior, sino su transfiguración a partir de concebir los colores y las formas como estados emocionales del individuo, que parangonó a la pintura con la poesía y a las tonalidades con los ritmos musicales. Desde esta perspectiva, inspirándose en las cajas de resonancia sonoras, Kandinsky propuso un arte pictórico elaborado a partir de pigmentaciones libres y armónicas, capaz de motivar sensaciones cada vez más intensas y esenciales (“vibraciones espirituales”), todo ello con el objetivo de alcanzar un estado de sinestesia artística (simultaneidad entre colores y sonidos) que condujera al florecimiento de la invención creativa como epítome de la máxima realización del espíritu humano. Y no obstante que ya había algunos antecedentes aislados de pinturas abstractas anteriores a 1910, no fue sino hasta la eclosión del artista ruso que emergió un movimiento de vanguardia sustentado teóricamente, respaldado por una producción incesante y magistral. Este furor inventivo, que abriría las puertas a otros estilos abstraccionistas, como el rayonismo (Larionov, Goncharova); el suprematismo (Kasimir Malévich) y el neoplastisismo (Piet Mondrian), aconteció en una década saturada de luces y sombras. Entre los aspectos positivos de la época cabría mencionar, a guisa de ejemplo, los descubrimientos de la física atómica; y entre los negativos bastaría citar los prolegómenos que llevarían a la carnicería de la primera guerra mundial (1914-1918): la rivalidad imperialista por el control geopolítico de los mercados, la expoliación económica de los países periféricos, y la masificación enajenante de las grandes urbes industriales. Para dicha suya, Kandinsky tuvo una vida amorosa estable y placentera: dos mujeres fundamentales, primero la pintora Gabriele Munter, y desde 1917, la fiel e imprescindible Nina, una compañera sentimental que supo alentar sus disquisiciones sobre los flujos armónicos existentes entre el arte, la música y la intimidad personal. A pesar de ciertos momentos pesarosos (el exilio luego del endurecimiento político del régimen en la Unión Soviética de 1921; y el destierro a consecuencia de la feroz embestida nazi en la Alemania de 1932-1933), Kandinsky encontró la forma de transitar por un camino ascendente y apacible hacia su consagración como artista. Cabe destacar tres hitos en esa larga y fructífera auto educación sentimental e intelectual: 1. La fundación –junto con Franz Marc– del grupo El jinete azul, así como la publicación del almanaque del mismo nombre, en el cual participaron los artistas europeos más talentosos de su tiempo; 2. La propagación y aplicación de sus innovadoras teorías estéticas y saña pedagógicas tanto en su patria, durante los primeros años de la Revolución rusa, como en Alemania, cuando descollaba con luz cegadora la célebre Bauhaus, escuela de diseño y arquitectura fundada por Walter Gropius; y 3. La existencia misma de su prodigiosa obra pictórica, cuyas impresiones, improvisaciones y composiciones abstractas constituyen, gracias a su versatilidad colorista y a su originalidad compositiva, una de las más bellas y significativas herencias de la historia del arte en el siglo XX.