Opinión
Ver día anteriorViernes 11 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Marginalidad y violencia
L

as siguientes reflexiones (que pretendo continuar a lo largo de una serie de próximos artículos acerca de la violencia y la marginalidad) quisiera iniciarlas con una breve descripción acerca de las características de las familias de marginados que emigraron y emigran a la ciudad de México y que son producto de aproximadamente más de 30 años de investigaciones a través de la psicocomunidad (método de desarrollo de comunidades marginadas orientado por el sicoanálisis).

La marginalidad tiene múltiples causas y una sintomatología común que se observa con gran frecuencia en familias marginadas del Valle de México. Existen entre ellos elevados niveles de ansiedad y son portadores de neurosis traumáticas, debido a repetidas pérdidas que conllevan como consecuencia duelos inelaborables.

Las familias marginadas son, en su mayoría, de un solo padre, que se encuentran en condiciones muy precarias de desarrollo y excluidas del sistema productivo del país. El hecho fundamental es que estos individuos no comparten la simbología de la ciudad y por ello quedan excluidos del sistema. Su mundo es individual y anárquico, sin posibilidades de agrupamiento; están excluidos asimismo de posibles relaciones con instituciones de la comunidad, por lo que prácticamente nunca se integran a ellas, lo cual los conduce a la aceptación de empleos eventuales, por supuesto mal remunerados y sin garantía de ninguna especie; sin posibilidades de permanencia y/o pertenencia. Cada día se ven obligados a desempeñar un nuevo papel que no conocen, generándose una sensación de permanente fracaso.

En cuanto a las condiciones de vivienda, las familias marginadas viven inmersas en el hacinamiento, el ruido, el desorden y castigadas por la extrema pobreza. Con hambre, mucha hambre. Los altos niveles de ruido les acompañan a lo largo de su vida (camiones, Metro, la cárcel, la calle, las fiestas).

La cantidad de espacio de que disponen por persona es escaso en grado extremo, de ahí que sean un factor más generador de ansiedad extrema. En el ámbito de los valores se presenta una seria conflictiva: por una parte, la emigración de los habitantes del campo a la ciudad produce una excesiva carga para quienes emigran, pues desconocen los roles y, sobre todo, la simbología de las grandes ciudades.

Las consecuencias de dicha exclusión son el aislamiento, la desesperación y la inmersión cada vez más profunda en su mundo interno, ya de por sí caótico. En lo relativo a lo familiar, su principal preocupación es la sobrevivencia día con día; la muerte es una realidad que se hace presente a cada momento, ya sea por falta de alimentación, por enfermedad o por la violencia cotidiana que se incrementa en cifras alarmantes hoy día a lo largo y ancho de todo el país.

La experiencia familiar se vive como un medio de alcanzar seguridad y cuando la aspiración de mejoramiento se ve frustrada, la energía se vuelca a una nueva generación qué, inmersa en los mismo duelos y carencias, no viene sino a empeorar las condiciones ya de por sí precarias y angustiosas prexistentes.

Nuevas generaciones con esta carga a cuestas que repiten, inexorablemente la situación traumática. Estas dramáticas condiciones conducen a la desesperación y la violencia. El hambre grita desde una caverna muy honda.

¿No podrá la educación (pienso en el reciente encuentro de rectores universitarios) intentar modificar este funesto destino? Vale la pena intentarlo.