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Ver día anteriorSábado 12 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Zygmunt Bauman: un pesimista insólito
¿N

o que en vez del pesimismo, más bien necesitamos el optimismo y la esperanza?

Después de tanto triunfalismo capitalista, sin importar que ahora ande un poco apagado por la crisis financiera, y después de un prematuro optimismo antisistémico, encendido precisamente por la misma, un poco de pesimismo no nos vendría mal: sobre todo al estilo de Zygmunt Bauman, sociólogo polaco reconocido recientemente –junto con Alain Touraine– con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades por ser uno de los máximos pensadores cuyos conceptos ayudan a entender el mundo en que vivimos.

Nacido en 1925 en Poznaƒ, en Polonia, profesor emérito de la Universidad de Leeds, Inglaterra, autor de más de 50 libros, Bauman es uno de los más influyentes teóricos y analistas de nuestras prácticas sociales, un escritor de sociología, cuyo gran mérito consiste en causar el desasosiego entre los lectores haciéndolos pensar en su condición y en la complicada red de sus causas.

Su obra más importante es sin duda Modernidad y Holocausto, uno de los 10 libros más citados sobre el Holocausto, dónde argumenta que éste no ha sido un accidente, una momentánea explosión de irracionalidad, ni una monstruosidad típicamente alemana, sino una consecuencia lógica del desarrollo de la razón moderna.

Dedicado a investigar entre otros temas el paso de la sociedad de productores hacia la de consumidores (más detalladamente en Trabajo, consumismo y nuevos pobres) es también uno de los máximos teóricos de la posmodernidad, pero nunca ha sido su apologista. Luego abandonó este término y acuñó dos nuevos: “modernidad sólida” y modernidad líquida.

Jamás se deshizo del término capitalismo, hablando de manera paralela del capitalismo sólido y líquido (o pesado y leve), para describir el paso del capitalismo industrial al financiero. Tampoco se volvió antimarxista, subrayando que aprendió mucho tanto de Marx como de Engels y que les es muy agradecido: desde luego el mismo concepto de la liquidez evoca a la increíble fuerza del capitalismo para disolver todo lo sólido en el aire, imagen plasmada en el Manifiesto Comunista.

Desde hace unos años viene escribiendo una sola obra sobre este cambio de estado de la modernidad, dónde no sólo el capital se sube con su levedad o el mando pasa a las manos de las fuerzas extraterritoriales, sino que en el aire quedan disueltas también las viejas instituciones y reglas orden-constitutivas. A consecuencia de esto, nos quedamos sin las coordinadas fijas, condenados a una búsqueda individual entre las identidades y normas fluidas. Este opus maior lo da por entregas en libros como: Modernidad líquida, Sociedad sitiada, La vida líquida, La vida desperdiciada, Miedos líquidos, Amor líquido, Vida de consumo, El arte de la vida y otros.

Bauman se posiciona en ellos no sólo como un sociólogo, tratando de restablecer el vínculo perdido entre las “dolencias objetivas” y la “experiencia subjetiva”, sino también como filósofo y sicólogo, prefiriendo en vez de centrarse en datos y encuestas, registrar la atmósfera vaporosa en que flotan nuestras vidas perdidas. Para contarnos esta historia pide prestado tanto de sus colegas como Pierre Bourdieu, Richard Sennett o Ulrich Beck, como los escritores Italo Calvino, Milan Kundera o Josif Brodski.

A primera vista su literatura nos deja con una sensación de inmovilidad. Su diagnosis es densa y no deja mucho espacio para la actividad. Bauman, no nos ofrece ningún mensaje esperanzador: no hay promesas alentadoras, no hay predicciones fáciles, no hay recetas cómodas.

En un tono muy característico mientras aboga por recuperar la política, enseguida afirma que no hay un espacio público, donde ejercerla; cuando dice que es necesario organizarse para enfrentar la asimetría capital-trabajo, concluye que es un asunto global, y que aún no existen los recursos globales para los problemas globales; si en medio de la creciente individualización destaca a los movimientos sociales, concluye que estos no representan mucha alternativa y en el mejor de los casos sirven sólo para postergar un poco el paso del juggernaut capitalista.

La reciente crisis no ha sido, según él, una muestra del fracaso, sino del enorme éxito del capitalismo, que logró “entrenarnos” en la cultura de crédito; aunque ahora ha desaparecido la vieja “normalidad”, aún no hay otra que la sustituya.

A diferencia de por ejemplo Immanuel Wallerstein (¡a él sí le gusta hacer predicciones!) que dice que ahora es el momento e indica en qué dirección tendríamos que empujar, para Bauman esta coyuntura es como cualquiera y no existe ninguna dirección en particular hacia dónde orientar nuestros esfuerzos...

Su análisis nos puede pesar sobre los hombros, pero no hay que quedarse con las manos cruzadas; aquí Bauman nos deja una tarea y una lección. Primero: estudiar la sociedad que emerge de manera desordenada de la globalizada, privatizada e individualizada condición humana y cuestionar su razón y moralidad. Y segundo: los procesos son productos de la decisión de la gente y no hay nada determinado e inevitable (como el Holocausto, determinado por la razón moderna, pero no ineludible).

Una vez hablando de la diferencia entre optimismo y pesimismo, decía que un optimista es el que piensa que este mundo es el mejor de todos los posibles y un pesimista es el que sospecha que el optimista tiene la razón. Pero él –junto a Claus Offe, de quien tomó esta postura– se abstrae de esta disyuntiva, creyendo, a pesar de su análisis negro, que el mundo puede ser otro e incluso mejor.

En este sentido el autor de Modernidad líquida parece encarnar el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad, que pregonaba Antonio Gramsci.

Una mezcla así, es justamente la que necesitamos.

* Periodista polaco