Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de junio de 2010 Num: 797

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El verdadero patriota argentino
LAURA GARCÍA

La pasión de Concha Urquiza
JAVIER SICILIA

Breve antología
CONCHA URQUIZA

Cine y zapatismo
JUAN PUGA entrevista con ALBERTO CORTÉS

Las güeras, de José Antonio Martínez
INGRID SUCKAER

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Autoconstrucción

Varias de las asignaturas pendientes del teatro mexicano, sobre todo aquellas que tienen que ver con su reticencia crónica a dialogar con su tiempo, podrían resumirse en un solo verbo, reflexivo, activo y esencialmente transgresor: descolocarse. Sacar al teatro de la sala de teatro. Trascender el circuito típico amparado por las instituciones tradicionales para, en el mejor de los casos, subvertirlo y extenderlo y, mediante ello, coadyuvar realmente al “desarrollo de públicos”, concepto tan citado como poco puesto en práctica.

A priori, lo que podría entusiasmar de Autoconstrucción es su presentación en un espacio ajeno al circuito institucional de teatros, como un germen probable de diálogo profundo con otras disciplinas contemporáneas. Aun cuando sus creadores, algunos de ellos pertenecientes al ámbito de las artes plásticas, hayan elegido justamente una galería como sede, con toda la carga de esnobismo que ello conlleva –un esnobismo comprobado en carne propia, valga referir. Kurimanzutto, ubicada en el poniente de la capital, es la galería que alberga el proyecto creado por el director de teatro Antonio Castro, el artista plástico Abraham Cruzvillegas y el compositor Antonio Fernández Ros. El referente principal del proyecto, en palabras textuales de quienes lo crearon, es la idea de autoconstrucción en tanto que problemática social: esto es, intenta forjar un correlato estético acerca de la vida en los asentamientos irregulares urbanos. Sus claves, dicen, pasan por “la improvisación, la transformación y la inestabilidad, cualidades propias” de lo que ellos llaman autoconstrucción.

El dispositivo, creado ex profeso, se compone de un par de instalaciones enfrentadas, cuyo diseño en dos niveles y su realización en madera transmiten la idea de precariedad sin que su estilización la complique o sublime innecesariamente. Allí, dentro de ellas y en el espacio que las separa, se resguardará el quinteto de músicos en vivo (Oleg Gouk, Anna Litvinenkova, Pavel Loaria, Edgar Revilla y Gino Soriano) y deambularán los actores (Alfonso Cárcamo, Mario Eduardo D’León, Pilar Padilla, Katia Tirado) que, además de encarnar las viñetas sueltas de cierta ficción, se relacionarán con una serie de objetos realizados por un grupo de artistas plásticos, entre los que se incluye, of all people, Gabriel Orozco.

Previsiblemente, el dispositivo, el espacio y los objetos se activan a partir de la intervención del elenco; poca autonomía presentan por separado, a excepción quizá de las instalaciones referidas. Lo que sorprende es que los creadores hayan desconfiado de la teatralidad intrínseca de sus elecciones objetuales y, más que incidir en su integración, delegan casi enteramente tal responsabilidad a los actores que, dicho sea de paso, realizan una exploración más bien tímida y atomizada de las mismas, salvo por algunos momentos. La riqueza de las intervenciones musicales y el poderío potencial de los objetos sucumbe a una teatralidad que, además, contradice enteramente las búsquedas propuestas, sobre todo aquella que se adjudica Antonio Castro:  “Renovar las formas de representación de la realidad.”

Poco de renovador y mucho de tradicional se observa en la parte teatral; sus metáforas más que elaborar ilustran, a veces con obviedad, los conceptos fundamentales del espectáculo. Si se abordan las adversidades cotidianas de las mujeres “paracaidistas”, una actriz camina con el peso de unas piedras; si se quiere denunciar que la corrupción somos todos, una activista de izquierda es abusada por su compañero mientras recita algunas tablas marxistas de la ley; si se retrata la precariedad del día a día del lumpenproletariado, uno de sus miembros hace equilibrio sobre una patineta. A lo anterior se suma que las viñetas creadas por Castro y sus actores elaboran con poca fortuna una idea de arrabal muchas veces vista, lo que incluye un duelo de albures, otro de silbidos testosterónicos y la saga de un representante popular abusivo y corrupto. Cuesta trabajo ubicar ya no una tentativa renovadora, sino algo de peculiaridad en el tratamiento de una temática trillada en la mirada de Castro. Al final, uno se queda con la idea de que el dispositivo y el espacio de la representación fueron subutilizados, y que el tratamiento temático tiene mucho de costumbrismo y poco de contemporaneidad, con lo que se confirma que las descolocaciones, para serlo en realidad, debieran detenerse en lo poético antes que en lo meramente físico.