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Resguardará el vasto archivo del escritor; permanecía empolvado en Withingston

Abren centro dedicado a Anthony Burgess en Manchester, ciudad que lo desheredó

Se busca estimular el estudio por el hombre y su obra, en gran parte inexplorada, así como su difícil relación con esa urbe

Relatos inéditos y manuscritos de música abundan en su acervo

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Imágenes de Anthony Burgess, quien además de escribir novelas –como La naranja mecánica, llevada al cine por Stanley Kubrick–, compuso tres sinfonías. Su música para piano sonará hoy, durante la apertura de la Casa de Máquinas de Cambridge Street, en el centro de Manchester
The Independent
Periódico La Jornada
Miércoles 16 de junio de 2010, p. a12

Londres, 15 de junio. Le tenemos reservadas tres tumbas, señor Burgess, rezaba una carta anónima entregada en el hotel Midland, donde Anthony Burgess se alojó en una rara visita a Manchester: Una para su cuerpo, otra para sus libros y otra para su ego.

A Burgess, según su biógrafo Andrew Biswell, le encantó ese ingenioso mensaje de odio. Le parecía característico de la respuesta de la gente de Manchester a lo que él tenía que decir. Tal vez eso esté cambiando ahora.

Ojalá que sí, porque esta semana un centro de artes consagrado a Anthony Burgess abrirá sus puertas en la Casa de Máquinas de Cambridge Street, en el centro de esa ciudad.

Por una parte será un nuevo proyecto cultural de avanzada, que contará con biblioteca, café/bar y espacio para actos literarios, musicales y fílmicos. Por la otra, albergará el archivo del autor, vasta y en gran parte inexplorada colección de escritos, música y parafernalia burgessiana, propiedad de la Fundación Internacional Anthony Burguess, que hasta ahora había estado acumulando polvo en una casa del suburbio de Withington.

La intención es que la apertura del centro estimule el estudio de Burgess y dé nuevo impulso al interés por el hombre, su obra y su difícil relación con Manchester. Si bien el gesto es de una escala mucho menor que la gran sala de conciertos y galería que lleva el nombre de Malcolm Lowry, Burgess viene a ser el hijo pródigo, en comparación con ese artista que vivió cerca de la ciudad y plasmó en cada cuadro sus raíces de la clase trabajadora del norte de Inglaterra.

“Burgess murió en 1993, y apenas ahora la gente se vuelve hacia sus libros –observa Biswell–. Es duro ver que la obra completa de este autor está bajo el agua. Uno o dos de sus libros llevan más de 40 años sin ser reditados. En otros lugares es distinto: Francia, Alemania, Italia. En Sudamérica lo leen traducido al español. En Norteamérica hay más libros suyos en catálogo que aquí.”

Nuevos estudios sobre Burgess podrían arrojar luz sobre algunos de los muchos mitos en torno a este autor que él, si no los creó, sin duda los propagó. Está la afirmación de que lo echaron de la galería de arte Whitworth –cuando ni siquiera tenía edad para usar pantalones largos– por asalto indecente a una escultura modernista. Y también la versión de que en 1959 le diagnosticaron un tumor cerebral fatal y le dieron un año de vida. “No hay pruebas científicas de eso –comenta Biswell–. Pero es una buena anécdota, y la contó tantas veces, que aparece en todos sus obituarios. Es lo que todo el mundo sabe sobre él, aparte de que escribió A Clockwork Orange (La naranja mecánica).”

Esa novela es probablemente la principal razón por la que la gente sabe de Burgess, aunque él no la consideraba su mejor obra y terminó entristecido por el furor que causó la película que Stanley Kubrick filmó basado en ella en 1971.

“Cuando la cinta apareció, Burgess la comentó en forma favorable –recuerda Biswell–. Luego lo acusaron de haber creado una especie de monstruo de Frankestein, porque personas que cometieron varios crímenes dijeron haberse inspirado en el filme o haber sido influidos en alguna forma por esa historia. Recibió ataques de ambos lados del Atlántico. Con el tiempo se resintió con Kubrick por haberle dado cuerda a ese monstruo mecánico y concluyó que la cinta era un travestismo de su novela.”

La naranja mecánica, verdadera distopía de culto, se inspiró en las bandas callejeras del Moss Side, donde Burgess creció entre las décadas de 1920 y 1930. Nació con el nombre de John Burgess Wilson en 1917, en el seno de una familia católica de ascendencia irlandesa y escocesa, y al año siguiente su madre y su hermana murieron en la pandemia de influenza. La tragedia de perder a su madre causó un profundo impacto en su vida y obra. Fue criado por una tía y luego por su madrastra. Asistió a la escuela en Rusholme y estudió en la Universidad de Manchester. En 1956, cuando publicó Time for a Tiger, comenzó a usar el seudónimo Anthony Burgess.

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Rompió con la ciudad, o más bien ésta con él, cuando la abandonó por el ambiente más glamoroso de Malaya (hoy Malasia) y Brunei como maestro en su juventud, y más tarde, como exiliado por razones de impuestos, en Malta, Italia, Estados Unidos y finalmente Mónaco, donde está sepultado.

Su actitud hacia Manchester era ambivalente. Aunque alguna vez expresó que como muestra de planificación urbana, o más bien no planificación, me parece terrible, también se mantuvo orgulloso de sus raíces de la clase trabajadora del norte, por mucho que se hubiera distanciado geográfica y socialmente de ellas.

Alan Roughley, profesor de inglés y director de la Fundación Internacional Anthony Burgess, conoció al escritor en un simposio sobre James Joyce y se hicieron amigos. La fundación se constituyó de manera póstuma con la viuda de Burgess, Liana, quien murió en 2007.

Según Roughley, al escritor se le guarda rencor por volver la espalda al Reino Unido cuando más conocido era. Antes de que partiera al extranjero, la BBC lo consideraba quizá su experto invitado más confiable, por la rapidez con que asimilaba conocimientos e ideas, que le permitía volverse especialista en cualquier tema literalmente de la noche a la mañana. “Fue uno de los primeros todólogos de la televisión inglesa –relata Roughley–. Un día hablaba de música, al otro de Chaucer y al siguiente de periodismo. Los televidentes estaban sobrexpuestos a él, que no era precisamente el hombre más humilde.”

Pese a su pontificación sobre otros temas y personas, la mayor parte de la producción de Burgess permanece inédita. Will Carr, coordinador de actos del nuevo centro, sostiene que Burgess es mucho más que el autor de A Clockwork Orange: Era erudito y provocador, escritor, poeta, dramaturgo, compositor, lingüista, traductor y crítico.

“El problema con Anthony –expresa Roughley– es que escribió mucho: unas 30 novelas, entre ellas biografías de ficción, novelas escritas en verso, novelas históricas y un número considerable de novelas de ciencia ficción.”

Burgess no comenzó a asumirse como escritor hasta la década de 1950. Habría preferido ser recordado como compositor y decía que su mayor momento creativo llegó en 1975, al escuchar una de sus tres sinfonías ejecutada por una orquesta completa.

Biswell considera que alguna música de Burgess es muy buena, pero no tanto como pensaba el autor. De sus otras obras literarias, Earthly Powers (Poderes terrenales) fue candidata al premio Booker en 1980, y sus libros biográficos sobre Shakespeare, Marlowe y Keats fueron bien recibidos.

Roughley tiene ahora a cuatro estudiantes de doctorado en filosofía trabajando sobre Burgess en Liverpool y Manchester, y la fundación trata de obtener fondos para becar a otros. Para ellos el archivo está lleno de tesoros: varios relatos inéditos, manuscritos de música, la biblioteca de Burgess y los primeros borradores de La naranja mecánica. También están sus máquinas de escribir, un soberbio sillón estampado y una colección de máscaras talladas y pintadas, así como de esculturas recabadas en sus viajes.

La gema bien podría ser el libro de recetas personal de Burgess, el cual, según Will Carr, ha sido muy elogiado. El centro abrirá la noche de este miércoles 16, y para la ocasión se tocará música para piano del autor. El bar, confirma Carr, servirá vodka, leche y ultraviolencia.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya