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El clero, interlocutor para superar un efecto puntual de intolerancia en la isla, afirma

El diálogo gobierno-Iglesia cubana puede impregnar el futuro del socialismo: sociólogo Aurelio Alonso

El profesor e investigador participa en La Habana en un encuentro con el enviado del Vaticano

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Imagen de archivo del subdirector de la revista de la Casa de las AméricasFoto cortesía de Aurelio Alonso
Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 16 de junio de 2010, p. 26

La Habana, 15 de junio. Si el diálogo entre la Iglesia católica y el gobierno de Cuba se regulariza, será un escalón constructivo en el plano de la cultura política, que debe impregnar el futuro de nuestro socialismo, dijo a La Jornada el sociólogo Aurelio Alonso, subdirector de la revista de la Casa de las Américas.

Profesor e investigador universitario, integrante del Consejo de Redacción de la polémica revista de los años 60 Pensamiento Crítico, estudioso durante décadas del fenómeno religioso en la isla caribeña y autor, entre otras obras, de Iglesia y política en Cuba revolucionaria (Editorial Ciencias Sociales, 1997), Alonso será ponente durante la Semana Social Católica, que inaugurará aquí este miércoles el secretario del Vaticano para las Relaciones con los Estados, Dominique Mamberti, quien llegó esta noche a esta capital de Cuba.

Alonso examinó para este diario la nueva relación entre la Iglesia católica y el gobierno; coincidió con el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, en que es consenso nacional la demanda de cambios necesarios con prontitud en Cuba y agregó que la necesidad de reformas responde a urgencias efectivas.

–El cardenal Ortega dice que la Iglesia católica no tiene una alianza con el gobierno, sino que es interlocutora; el director de la revista Palabra Nueva, Orlando Márquez, dice que la Iglesia quiere acompañar una etapa de renovación en el país, y por otro lado el clero medió en el caso de las Damas de Blanco y los opositores presos. ¿Cómo describe estos hechos?

–Valoro la iniciativa de la Iglesia, a través de la persona del cardenal Ortega, de propiciar una superación de la tensión creada con las Damas de Blanco, y a la vez valoro la sobria sensatez de las autoridades cubanas en proveer una respuesta positiva a la intervención de la Iglesia. Creo que el arzobispo define con acierto su papel como interlocutor, en lugar de aceptar el concepto de alianza, porque no se trata de un arreglo o asociación entre partidos o fuerzas políticas, sino de una mediación desde la institución religiosa para superar un efecto puntual de intolerancia.

La Iglesia ha jugado aquí un papel que, lejos de exceder la esfera de acción que le corresponde en la sociedad, contribuye a que las instancias de decisión política rectifiquen, sin que quede implicada concesión alguna a posiciones de principios, al adoptar posturas más flexibles y afines a la sociedad de entendimiento hacia la cual debemos avanzar. Si la atmósfera creada por este paso se regulariza, me atrevería a afirmar incluso que signa un escalón constructivo en el plano de la cultura política que debe impregnar el futuro de nuestro socialismo.

–Hasta donde conozco, la entrevista del cardenal Ortega y el arzobispo Dionisio García con el presidente Raúl Castro, hace un mes, es la primera ocasión que el gobierno surgido de la revolución cubana se abre a discutir la situación nacional con una entidad que está fuera de las instituciones oficiales o de las organizaciones sociales afines. Si es así, ¿qué significado tiene?

–Es posible que tengas razón, pero yo no me atrevería a afirmar que es la primera vez que el gobierno se abre a discutir la situación nacional con una entidad que está fuera de las instituciones oficiales. Tenemos ya más de medio siglo vivido y habría que rastrear muchos momentos de esta historia, menos lineal de lo que se le pinta, y que dista mucho de haber sido tocada suficientemente por el rigor del bisturí de la historiografía crítica, lo cual nos debería proporcionar un mejor dominio de las veces en que se ha abierto, como de las veces en que se ha cerrado, y las relaciones entre unas y otras. De todos modos, subrayo en esta ocasión puntual el significado cultural que podría comportar el hecho, más allá de su efecto inmediato.

–El cardenal Jaime Ortega considera que se está abriendo una nueva etapa en la relación de la Iglesia católica con el gobierno. ¿Comparte la opinión?

–Lo importante no es como yo lo vea sino cómo lo ve el cardenal, cómo lo ve la Iglesia católica y, por supuesto, cómo lo ve el gobierno. Se trata de los investidos de facultades de decisión, ya sea para la sustentación de propuestas con el respaldo institucional, o para la implementación de políticas. Mi respuesta, más simple y menos importante, sería: Yo lo veo con esperanza.

–El cardenal dice en Palabra Nueva que hay un consenso nacional para cambios necesarios con prontitud; Márquez habla de que en la etapa de renovación haya convivencia de las diferencias. ¿La Iglesia católica está ampliando también su agenda hacia la situación nacional?

–El consenso existente a favor de la realización de cambios necesarios con prontitud no se limita a las iglesias, o a comunidades religiosas, sino que abarca a la mayoría de la población. Creo justo calificarlo como un consenso nacional. La necesidad de reformas responde a urgencias efectivas, pero más que por la prontitud, las considero determinadas por la profundidad y por la coherencia, por el balance y la previsión, por la disposición permanente a la rectificación, por la implementación creciente, informada y ordenada de la participación popular en los procesos de toma de decisiones. Aun al margen de este episodio que nos motiva ahora a la reflexión, estimo que desde la Iglesia también ha madurado una voz, o más exactamente sería decir voces calificadas para aportar seriamente a las transformaciones por venir.

–¿Esa nueva relación con la Iglesia católica se vincula con los proyectos que está enunciando el gobierno, como la actualización del modelo económico y el sexto congreso del Partido Comunista?

–No quisiera adelantarme a la realidad, Gerardo. Ésta es la pregunta para la bola de cristal. La Iglesia católica siempre es portadora de un proyecto social. Un proyecto que se vincula con las coordenadas de una doctrina social muy estructurada. En el plano más universal. Y que se materializa a través de una institucionalidad muy ramificada. Pero tampoco se puede pensar que las definiciones doctrinales se tengan que convertir en obstáculo para la adopción de patrones realistas.

La Iglesia católica también es depositaria de una profunda sabiduría social. En fin, solamente me atrevo a afirmar que hoy nos encontramos en un momento promisorio en estas relaciones. Y también que es una responsabilidad de todos, instituciones e individuos, hacerlo germinar y evitar por los medios a nuestro alcance que pueda malograrse.