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El adiós

Murió muy joven, tenía el pensamiento de un adolescente airado, dice Miguel Barnet

En Cuba es recordado como el gran aguafiestas de los políticos de México

Juventud Rebelde y los noticieros de radio y televisión ignoraron la muerte de Monsiváis

Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 21 de junio de 2010, p. 8

La habana, 20 de junio. Carlos Monsiváis es poco conocido en Cuba, pero aquí dejó amigos que hoy lo recordaron con emoción, con un encendido reconocimiento a su obra y una prudente evocación de las diferencias que hicieron del ensayista mexicano un crítico del gobierno de la isla.

Era el gran aguafiestas de México, dijo a La Jornada Miguel Barnet, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y uno de los amigos contemporáneos de Monsiváis en la isla. Era el aguafiestas para todos los políticos, para todas las administraciones de turno. Creo que lo que tenía en el pulso era un rayo láser, porque todo lo que tocaba lo descomponía.

Reynaldo González revivió, conmovido, la que quizás haya sido la última visita del autor de Días de guardar a Cuba, en algún momento entre 1982 y 1985: “Nos fuimos por La Rampa (la zona comercial más conocida de la capital), a caminar lo que él llamaba los antros habaneros, aunque aquí ya no había antros…

Estuvo muy cerca de nuestro espíritu y de nuestro ser, valoró el poeta Pablo Armando Fernández. Tenía la fuerza que uno siente y emana de toda la historia de la cultura popular mexicana, opinó el ensayista y editor Ambrosio Fornet.

Barnet, González, Fernández y Fornet tienen, entre otros reconocimientos, el Premio Nacional de Literatura.

Como muchos intelectuales de su generación, Monsiváis simpatizó con la revolución cubana y en 1967 fue jurado de cuento del Premio Casa de las Américas. Años más tarde tomó distancia de Cuba y fue elevando el tono de su crítica.

Barnet lo conoció cuando el Premio Casa de las América. Volvió a encontrarlo en distintas partes, hasta la que sería su última conversación, a principios de este año, en la ciudad de México. Era un hombre de una profunda lucidez, de una gran honestidad y con una visión del mundo hipercrítica, como debe ser, dijo el autor de Cimarrón.

“Era un gran transgresor. Me gustaba su actitud, un poco, si se quiere, provocadora y hasta subversiva, particularmente con los temas políticos. En la crítica artística y literaria creo que nos da una gran lección: la de que no podemos hacer concesiones, que tenemos que ver todos los fenómenos artísticos con un espejo cóncavo, analizar todos los lados. Y otra lección es que yo, como escritor y poeta aficionado a la antropología, creo que México tuvo en Carlos Monsiváis a un sociólogo empírico, un antropólogo de pies a cabeza.

“La zona urbana de la cultura popular mexicana, y léase de todo el continente, tiene un modelo formidable en los estudios de Monsiváis. Aun en las críticas más acerbas se traslucía una ternura hacia las capas populares, hacia esa suerte de lisura charra de los mexicanos, el funky, los bajos fondos, los antros...

“Visité algunos antros con él y nos reíamos mucho. Él escribía sobre Celia Montalbán y yo sobre Rita Montaner. Tengo una carta muy bella en la que él hace un elogio de mi libro La canción de Rachel –base de la película La bella del Alhambra–, porque él sentía mucha afición por esa obra.

Tuvo con Cuba una relación difícil, pero en el fondo amorosa, porque era un hombre de izquierda. Murió muy joven, no porque tuviera 72 años, sino porque su pensamiento era lozano y robusto, el pensamiento de un adolescente airado.

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En el Palacio de Bellas Artes, pese a la resistencia de las autoridades, el pueblo pudo hacer guardias en torno al féretro del cronistaFoto Cristina Rodríguez

Barnet añadió que se asustó al saber del deceso de Monsiváis. “Lo sentí profundamente, porque, aunque tengo dos años menos que él, ya es mi generación la que se está despidiendo, por una razón u otra. Fue la generación que estuvo marcada por la revolución cubana, por el boom, que fue un negocio mercantil, y por el destape sexual de los años 60. Todas esas cosas tanto a Carlos como a mí nos han tocado mucho. Por eso siempre, a pesar de sus diferencias con Cuba o con la revolución, que no eran de principios, lo siento como un contemporáneo y como alguien cercano.”

Reynaldo González desconocía la muerte de Monsiváis esta mañana. Enterado por La Jornada, quiso tomarse unos minutos para escribir este comentario:

“En mi memoria mantendré siempre un espacio privilegiado para mi amistad con Carlos Monsiváis, rincón de afecto, admiración, complicidad y disfrute. Por años, pese a circunstancias que pusieron a prueba nuestros vínculos, no flaquearon las entrecruzadas líneas que nos unían. Su sentido del humor, que tamizaba sus páginas y su conversación, una ironía aguda y respondona como arma defensiva, se extendía para las mejores degustaciones. En México, La Habana o España, cada rencuentro era una fiesta pulsada por la inteligencia y el afecto.

“Si descuartizábamos una película, un libro o el insumergible melodrama de nuestra cultura latinoamericana, bajo su aserto ‘se sufre pero se aprende’ coincidíamos en conocimientos y experiencias. Eran muchas las cosas que creíamos y de las que descreíamos. Echaré de menos esos encuentros, lamentaré no tenerlo para comentar, aplaudir o negar, incluso para disentir sobre los mil asuntos que ahora, por su ausencia, quedarán como asignaturas pendientes. Me quedan sus libros, un diálogo que no cesa.”

Pablo Armando Fernández también conoció a Monsiváis en aquel viaje de 1967. La amistad prendió y se cultivó, con visitas a la casa del poeta, quien recuerda al mexicano como un “excelente crítico y un escritor pleno, con gran dominio verbal.

Los seres humanos cambian de opinión y de sentimientos y lo hacen familiarmente, dijo Fernández, aludiendo a las posiciones políticas de Monsiváis sobre Cuba. Pero eso, cuando se trata de la obra artística no se puede tomar en cuenta. El estuvo muy cerca de nuestro espíritu y de nuestro ser.

Sin la cercanía de los anteriores, Fornet coincidió con Monsiváis en congresos en España y en México. “Lo que me asombraba y me admiraba de su obra era esa capacidad para unir la alta cultura, representada por su capacidad de reflexión, con la cultura popular como tema recurrente, pero siempre enriquecido.

Ya no lograba pensar en identidad cultural mexicana sin pensar en Rulfo y en Monsiváis, para poner dos extremos. Y la obra de Monsiváis yo la había acabado de incorporar como parte de esa reflexión permanente, como la de Octavio Paz. Monsiváis tenía la fuerza que uno siente que emana de toda la historia de la cultura popular mexicana. Es una obra imprescindible, no sólo para la cultura mexicana, desde distintos ángulos, sino para la propia cultura latinoamericana.

El diario Juventud Rebelde, el único de circulación nacional los domingos, y los noticieros de radio y televisión del fin de semana, ignoraron la muerte de Monsiváis.