Opinión
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Monsiváis: recuerdos
D

adas las cronologías yo tengo recuerdos tempranos de Carlos Monsiváis. El más antiguo está referido al programa radiofónico Los niños catedráticos transmitido semanalmente por la XEQ, si mal no recuerdo.

Yo lo escuchaba y hacía preguntas porque conocía de trasmano a una de las integrantes, cuyo nombre aún recuerdo: Cocha Escudero, pero el que más respondía a las interrogantes de los también primarios radioescuchas era Carlos Monsiváis. Su afecto a la radio continuó en su adolescencia y temprana juventud; fue entonces que nos conocimos personalmente vía José Antonio Alcaraz y Eduardo Mata, quien entonces ya dirigía orquesta virtualmente, escuchando discos que se conseguían en Margolín, con Walter Gruen de por medio.

Alcaraz era quien mandaba y hacía las negociaciones, también intervenía quien llegó a estudiar clavecín con Wanda Landowska: Enrique Aracil Guarnido, quien pasó un tiempo en silencio como monje cartujo. Es el momento de recordarlo, porque salvo Dúrdica Segota y el compositor e historiador Julio Estrada y el propio Monsiváis, ya no se tiene noción de él.

Desde entonces a Carlos le interesaba todo y ya se le podía consultar lo mismo sobre Henry James (adoraba sus novelas), William Carlos Williams, o acerca de los relatos, que no hemos frecuentado tanto, de Mariano Azuela, ya que lo que habíamos leído entonces era sólo Los de abajo.

Carlos Monsiváis era protestante (cuando nos empezamos a tratar, eso se especificó de antemano) y podía recitar pasajes bíblicos de memoria, cosa que no sucedía con nosotros los chicos católicos, además creo que él tenía memoria fotográfica porque también recitaba pasajes de La Ilíada. Le interesaba escribir sobre música, sobre cualquier tipo de música.

En dos o tres ocasiones me tocó viajar con él, tomaba Coca Cola, no fumaba ni bebía vodka, aunque frecuentaba bares. Después del 68 se convirtió en el imprescindible, aunque ya lo era desde antes. En la novela o recuento sicodélico tipo collage titulado La mafia, de Luis Guillermo Piazza, publicada por Joaquín Mortiz en 1967 y escrito un año antes, Monsiváis es uno de los protagonistas principales junto a Fernando Benítez, José Emilio Pacheco y José Luis Cuevas. En aquel entonces una mafia de aquella índole era una asociación informal, elástica y cambiante. En aquella crónica aparecen menciones a Manuel Felguérez y Francisco Toledo, quien ha sido uno de sus más cercanos amigos. Carlos fue autor de los textos, entre otros, del Nuevo catecismo para indios remisos y Lo que el viento a Juárez.

En una ocasión, que yo recuerdo como muy jocosa, fue auscultado por los lacanianos en un simposio en el que yo también participé. Ambos éramos la voz del otro y a Carlos le tocó clausurar la sesión; él, sin hacer ver que no dejaba títere sin cabeza, no pudo ser cuestionado y no porque se tratara de una ponencia magisterial a lo que se hubiera opuesto de principio, sino porque fue contundente sin acudir a dogma alguno. Se llevó todas las palmas.

A veces procuraba reuniones. Conocía y admiraba la obra del pintor Nahum B. Zenil, quien era (y es ) amigo mío. Me pidió que los reuniera y lo hice. Para mi sorpresa Nahum, acompañado de su compañero Gerardo, que es buen cocinero, llegó armado de recipientes que contenían vegetales, pues eso era lo único que por entonces ellos ingerían, aunque en mi casa habíamos preparado un buen hambigú con tacos de pollo y chiles rellenos. Monsi, los invitados, mi hija Carmen, entonces adolescente, y yo pasamos una velada inolvidable, pero los tacos y, sobre todo, el tequila y el vino no fueron consumidos por los invitados.

Fue implacable. Nos corrigió públicamente y sin empacho alguno en el Museo de Arte Moderno a Enrique Franco Calvo y a mí, por un dato equivocado en un librito nuestro que aceptó presentar.

Pero a la vez recibió una puñalada (palabras suyas) cuando le dije que un supuesto dibujo de Ruelas que me pidió examinar, recibió veredicto en contra sobre la autoría y la explicación, en persona, acerca del dibujo: Es un dibujo hermoso, pero no de Ruelas. Le dolió en serio, pero lo aceptó. Carlos era fetichista, y lo aceptaba de buen grado.

Cuando hicimos la exposición Aire de familia, que con curaduría de Rafael Barajas, El Fisgón se presentó en el Museo de Arte Moderno, no tuvimos dificultades en cuanto a la selección y a la manera de presentarla.

Carlos la disfrutó mucho. Ese fue quizá el antecedente simbólico que tuvo el Museo del Estanquillo. Que nos falta su persona, pues sí, sin duda. Pero no nos falta ni su ejemplo ni su obra.