Opinión
Ver día anteriorLunes 28 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La cuestión del voto
L

as campañas electorales están aumentando la tradicional desconfianza en candidatos y partidos. Un número creciente de ciudadanos se da cuenta de que el resultado de las elecciones en puerta será irrelevante. Ningún candidato o partido podrá alterar sus realidades y sus esperanzas… salvo para empeorarlas.

No hay en esto novedad. Esta situación caracteriza periódicamente el ánimo público de las últimas décadas y produce habitualmente apatía e indiferencia. La gente abandona las urnas, como acaba de ocurrir en Colombia, para beneficio de candidatos y partidos que apuestan a su voto duro, a los electores que controlan por las buenas o por las malas. Perderían si hubiera una afluencia masiva de votantes.

Una de las reacciones ante esta situación consiste en ridiculizar el proceso electoral mismo, para descalificar a las clases políticas. El mes pasado ganó en Islandia el Partido Mejor, creado poco antes por Jon Gnarr, un conocido cómico que abandonó temprano la escuela y se hizo punk. Entre las promesas de campaña de su partido estuvieron: osos polares para el zoológico, toallas gratuitas en las albercas públicas y un Congreso sin adicción a las drogas.

El voto de protesta, que hizo a Gnarr alcalde de la capital donde vive la tercera parte de los islandeses, no fue un voto a ciegas. Gnarr es anarquista confeso y revela también que no entiende bien en qué se ha metido. Pero que algo sea divertido no significa que carezca de seriedad, dice Gnarr. Además de su inteligencia y su capacidad de expresar el sentimiento actual de la mayoría de la gente (¿por qué debemos pagar lo que nunca nos gastamos?), ganaron votos su actitud moral y su responsabilidad política. Como buen anarquista, contra el prejuicio general, busca traer orden al caos actual y forjar un auténtico estado de derecho.

Entre nosotros, secuestrada la comicidad y el ridículo por los propios candidatos, se ha estado fortaleciendo la reacción que consiste en confiar en las propias fuerzas, en la organización desde abajo. Se trata de basar la lucha por la libertad y la justicia en la autonomía económica y política. Se trata también de reorganizar la sociedad desde su base, desmantelando las obsoletas instituciones del Estado. Para quienes están concentrados en ese empeño, las elecciones son básicamente irrelevantes. No se distraen con ellas, salvo para resistir los hostigamientos y manipulaciones que habitualmente las acompañan.

Hay casos, sin embargo, en que la situación local les causa perplejidad. En Oaxaca, por ejemplo, se han acumulado las razones para despreciar el proceso electoral: las experiencias recientes de fraude sistemático y continuado, el nivel abyecto y cínico que ha alcanzado la campaña del guardaespaldas de Ulises Ruiz y de sus secuaces, la confusa alianza de toda la oposición política, los preparativos evidentes de un nuevo fraude…

Sin embargo, también está en la memoria de la gente la eficacia del voto de castigo, en 2006, cuando a pesar de todas las intimidaciones y manipulaciones el PRI perdió 10 de los 12 distritos electorales y su candidato presidencial cayó al tercer lugar. Aunque Ulises Ruiz revirtió estos resultados en las elecciones locales posteriores comprando candidatos de todos los partidos, muchos piensan que vale de nuevo la pena emplear la trinchera electoral para deshacerse del grupo mafioso que se enquistó en el poder.

Se está extendiendo la movilización para vigilar las elecciones. La gente se da cuenta de que un nuevo fraude podría desatar reacciones de consecuencias imprevisibles, incluyendo formas de guerra civil que ya están apareciendo en pequeña escala. Para impedir el fraude, empero, lo más importante es votar. Y ahora piensan en hacerlo hasta aquellos que mantienen su profunda desconfianza en el aparato institucional y en las elecciones mismas, y que no están dispuestos a depositar su esperanza en algún candidato o partido.

En esta ocasión, en Oaxaca, muchos electores no votarán por la esperanza de un cambio, porque la mayoría sigue pensando que los cambios que interesan sólo pueden provenir de la propia gente, de los ciudadanos, no de sustituciones allá arriba. Votarán para deshacerse de un grupo mafioso y autoritario, cuyos atropellos continuos son ya insoportables. Votarán también para imponer al nuevo gobernador formas de cogobierno con los ciudadanos y los pueblos indios, que ofrezcan condiciones más propicias para la transición política pacífica y democrática que se está tejiendo desde abajo y a la izquierda.

Y así, el 4 de julio podría producirse, en Oaxaca, la paradoja de que el triunfo de la oposición se deba a la afluencia masiva de votantes… que no creen en las elecciones.