Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de julio de 2010 Num: 800

Portada

Presentación

“El resto es silencio”
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Un gato de trapo para Carlos
RICARDO YÁÑEZ

Días de guardar con Carlos Monsiváis
MIGUEL HUEZO MIXCO

Respiren aliviados los malditos
JORGE MOCH

1966, el año cero de Carlos Monsiváis
HERMANN BELLINGHAUSEN

Carlos Monsiváis: conciencia y compromiso
JESÚS RAMÍREZ CUEVAS

Sobre Pedro Infante....
ENRIQUETA CABRERA entrevista con CARLOS MONSIVÁIS

Querido Carlos
LUCINDA RUÍZ

Famas póstumas de Carlos Monsiváis
MARGARITA PEÑA

Melancolía de las conversaciones pendientes
ALEJANDRO BRITO

Columnas:
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Foto: archivo La Jornada

Famas póstumas de Carlos Monsiváis

Margarita Peña

Del “Para documentar nuestro optimismo” al “Por mi madre, bohemios”, apotegmas acuñados por Carlos Monsiváis, hay la distancia que va del desengaño y el escepticismo vertido en sarcasmos de un Quevedo del siglo XVII y su “Epístola satírica censoria”, a la poesía mexicana y las atmósferas románticas prejuaristas (Acuña, Othón, Manuel M. Flores y otros poetas-bohemios del siglo XIX). Monsiváis, en el siglo XX, fue cronista, brújula y oráculo. Entre 1957 y 2010 inundó con cataratas de denuncias y mandobles satíricos, los mentideros –equivalentes a los mentideros madrileños del XVII– de Ciudad de México: suplementos culturales, espacios televisivos y, sobre todo, la tribuna periodística, además de libros y revistas. El pulso de la realidad mexicana entre el avilacamachismo de la infancia, el alemanismo de la adolescencia y el calderonismo de hoy, se dio en Carlos mediante la observación alerta, la reflexión social apoyada en una ética interior –iracunda, irreductible, emparentada con la de Lutero en sus noventa y cinco tesis antipapales de 1517– que lo llevó a impugnar ferozmente pero con estilo (se ha reparado en la sofisticación de su prosa) no sólo al clero católico y sus ritos, sino más lejos, al orden –desorden– social reinante. De muy joven asistía a la iglesia –¿presbiteriana, pentecostal?– de Portales (yo frecuentaba la presbiteriana del Centro), en donde seguramente debió participar en los ejercicios de manejo ultrarrápido de Biblia que se practicaban para localizar capítulos y versículos. Pero no se quedó ahí, en lo superficial. Conocía bien los Salmos, lectura insuperable, y seguramente los libros de Daniel, Elías, Miqueas, Oseas, Habacuc y otros profetas, flamígeros como él mismo. Sabía mucho de la historia de México; seguía la línea del pragmatismo protestante que hace del trabajo arduo un mandamiento; agotaba la literatura norteamericana contemporánea. Sus comentarios, en nuestro primer año de carrera en Filosofía y Letras, me llevaron a leer a John dos Passos, como Rulfo me conduciría a los italianos Calvino y Pavese. A Monsiváis nada se le escapaba.

La infancia en la iglesia evangélica –anatematizadora de los “romanistas”– lo moldeó como crítico acérrimo del catolicismo, con un espíritu lúdico y burlón. Para prueba, las regocijantes fotos en el patio de su casa con disfraz de obispo, el nombre de uno de sus mimados gatos: Fray Gatolomé de las Bardas, evocación burlesca del eminente fraile protector de los indios. Por lo demás, incapaz de someterse a dogmas e inquisiciones del signo que fueran, se liberaría del yugo de la comunidad religiosa, admiraría el casi laicismo juarista y de ello nacería, quizá, su gusto por la literatura mexicana del XIX. Profesaría un liberalismo que redundaría en la militancia social, sobradamente probada durante el movimiento estudiantil del ‘68, la incursión de los halcones en el ‘71 y tantas coyunturas más... Mente austera y temeraria, la de Monsiváis, confiada y certera en el análisis. Valorador de lo estético con el deseo de poseer –y compartir– lo que para él era bello –ahí queda el Museo del Estanquillo–; deseoso de relacionarse con gente de estratos diversos, de fraternizar con los demás. Dueño de una palabra aguda, exacta y hábil para trastocar la realidad mediante la metáfora. Sin duda, una presencia emblemática en este México nuestro.

Cuando Lope de Vega murió, en 1835, en Madrid fue la apoteosis y Pérez de Montalbán recogió y publicó sus Famas póstumas. Algo similar sucede ahora. ¿Quién recogerá las famas póstumas de Carlos Monsiváis?