Todos los lugares comunes y todos los elogios –sobre los cuales él sin duda habría hecho el más irónico, puntual y acerado comentario– han sido y seguirán siendo dichos ahora que el insustituible Carlos Monsiváis no está entre nosotros físicamente. Todas las tareas que él mejor que nadie desempeñó durante las últimas décadas de nuestra atribulada historia reciente, requieren ahora de un esfuerzo, un talento y un entusiasmo colectivos que serán, quizá, el mejor homenaje posible y la manera más conveniente de encarar una ausencia tan dolorosa como difícil de suplir. Ese es el sentido de los textos incluidos en este número, con el que deseamos decirle hasta siempre a nuestro muy querido Monsi.