Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de julio de 2010 Num: 800

Portada

Presentación

“El resto es silencio”
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Un gato de trapo para Carlos
RICARDO YÁÑEZ

Días de guardar con Carlos Monsiváis
MIGUEL HUEZO MIXCO

Respiren aliviados los malditos
JORGE MOCH

1966, el año cero de Carlos Monsiváis
HERMANN BELLINGHAUSEN

Carlos Monsiváis: conciencia y compromiso
JESÚS RAMÍREZ CUEVAS

Sobre Pedro Infante....
ENRIQUETA CABRERA entrevista con CARLOS MONSIVÁIS

Querido Carlos
LUCINDA RUÍZ

Famas póstumas de Carlos Monsiváis
MARGARITA PEÑA

Melancolía de las conversaciones pendientes
ALEJANDRO BRITO

Columnas:
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Foto: Barry Domínguez

Un gato de trapo para Carlos

Ricardo Yáñez

Conocí a la persona Carlos Monsiváis tiempo después de haber sido presentado a la persona Carlos Monsiváis y bastante después de, sin distinguirlo demasiado de otros colaboradores, venirme alimentando del suplemento La Cultura en México (devoción algo metafísica –la distancia entre Guadalajara y “México” era entonces en verdad grande– si es que no, dada mi pobreza formativa, llanamente fetichista), al que vivía más como una totalidad que como una reunión de plumas.

Ignoro cómo es que cierta mañana tirando ya a pm conversamos frente a frente, sendas cubas libres en mano (ni él tomaba, se afirma, ni yo gusto del ron, la cocacola, las bebidas frías; quede pues el enigma de esa imagen):

–Mira, Ricardo –escuché en esa voz a la que adjudicaré registro de barítono (alguna vez lo oí cantar, y muy bien, algo de comedia musical: vaya si me sorprendió)–, es mejor que no nos hagamos: tú tienes todo lo que se necesita para fracasar en la vida; eres…

Y allí el rosario de mis defectos, por mí tan conocidos que casi ni atención le puse y que la de todos modos no prolongada, aunque vista de fuera sí alarmante lista, haya quedado en la estratosfera de mi memoria. Eso si exceptuamos que  desconcertantemente pasó por este adjetivo:

–…hosco… –no se me olvidó.

Breve paréntesis. ¿Quién conoce o cree haber conocido a Monsiváis? Así no falte quien o quienes digan lo contrario, pues ¿no nos la hemos pasado todos estos días leyendo sobre él lo que en nuestro fuero interno ya, la parte por el todo o la percepción holística, imaginamos o imaginábamos saber? Y ¿no como que a la vez queda en cada uno de los escritores de por estos días la sensación de que nunca en verdad ninguno lo conocimos? Carezco, a pesar de sugerirlas, de respuestas.

Quizá apresure conclusiones: quiero decir que yo lo conocí o vine a descubrir algo que no imaginaba en él, al caerme el veinte, años después y en modo alguno pocos, de que tenía razón: hosco en más que buena medida soy –y puede, espero que no, que el defecto tienda con la edad a subrayarse. ¿Profecía cumplida? A lo mejor. Pero mejor sigamos con lo que él siguió.

–Lo que tú tienes que hacer es escribir.

Con todo el respeto que le tenía y con el, permítaseme así decirlo, absoluto que le debo ahora, apunto que puesto que mi programa de vida –era el principio de la segunda mitad de los setenta– no incluía el tener éxito en nada, y como lo de hosco no me había convencido (¡hosco yo!, cuando que, y todavía y sin mucha dificultad se me puede calificar de gregario), sin por ello ser con él desconsiderado no se puede decir que le haya hecho yo caso.

Mi primer libro propiamente dicho (hay antecedentes en los que Monsiváis se basaba para hablarme de ese modo, claro) data de 1985 –y acaso en más de la mitad esté constituido por esos que denominé antecedentes. Y el siguiente, de finales del ‘94.

A partir del ‘95 tuve la sensación de que si no escribía, si no dedicaba tiempo mental y real a la escritura y peor (lo que siempre me ha atraído mucho menos), si no publicaba, me hundiría. En mis talleres explico que el éxito sólo interesa en el sentido de encontrarle o darle buena salida, origen de la otra palabra, al trabajo que uno hace; pero –y a pesar de que sé o creo saber que el buen trabajo la encuentra solo– en lo personal no me olvido, ya no, de un probable público lector, a la manera en que imposible les resultará a los teatreros no considerar al suyo, a su público, a la hora de realizar(se) en el oficio: ensayos, memorización, análisis, presentación o temporada.

Conocí pues a Monsiváis cuando, no sin una fuerte dosis de tropezones, de topes contra la pared, magullones, angustias –pero también de la no infrecuente solidaridad de muchas personas, señaladamente algunas de lo que entonces se denominaba “su grupo”–, vine a asumir que en efecto él había sabido a tiempo algo de mí que yo mismo ignoraba, ignorancia, contumacia quizá, en la que medio persisto. Sólo que recordando ésa y otras tan escasas como contundentes lecciones de humanidad que en nuestra esporádica, casi inexistente relación, recibí –y sin que esto a mi ver le reste un ápice al aprecio que le tuve, que le tengo– pareciera que comienzo apenas a valorarlas.

A estas alturas difícilmente nadie me creerá que alrededor de los veintidós años, luego de más o menos uno de escribir con cierta intensidad (de la cual nacería Divertimiento, mi no reconocido, aunque le guarde necesario afecto, primer libro), decidí dejar de escribir, algo que sin rubor ni remordimiento ninguno, y sí muy contento, cumplí por cerca o más de un lustro. Tal decisión continuó no obstante que en 1971, un día después del tristemente célebre Jueves de Corpus, me entregaron en la UNAM el primer premio de poesía de la revista Punto de Partida (entonces, me parece, eran tres premios por género).

Tímida, muy tímidamente, luego de aquella plática con Monsiváis, se diría que inconscientemente fue cambiando mi actitud. ¿Me dio una orden? Puede ser. ¿La cumpliré? Siento que debo, pero prometer es deuda y a mí, quizá porque mi padre siempre andaba endeudado y finalmente perdió toda su poca fortuna, no me va el prometer.

Sólo repetiré que gracias a él, aunque no sólo, sino a muchas otras personas del ese entonces su “grupo” y otras más o menos afines a Monsiváis o al grupo, de quienes deudor seré por siempre, volví a escribir, y hasta osé y oso practicar el periodismo, al que creo que de otro modo jamás hubiese llegado. Y que lo agradezco. ¿Qué más, con mis defectos, entre ellos el ya remarcado de la hosquedad, podría haber hecho?

Bueno, nunca sabré quién era Monsiváis. Sé, por él, algunas –no sólo la mencionada– cosas de mí. Todas, puesto que se volvieron autoconocimiento, dignas, muy dignas, me parece, de ser agradecidas.

No se me ocurrió, pero lo más seguro es que ni me hubiera atrevido, poner junto a su ataúd o cerca de la urna funeraria un gato de tela de los que mi hija hace. Quizá un día agarre valor o le pido a alguien que por mí lo agarre y se lo lleve a la tía María en la Portales.

–¿Nunca le regalaste nada? –me pregunta Lilia, mi esposa.–

–Sólo mis libros –contesto.

–Libros… Libros él tenía muchísimos.