Opinión
Ver día anteriorLunes 12 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
Brazos, manos y piernas desatados
U

n toro de Miura con su montaña de luto en los lomos se relamía al salir por los corrales de Santo Domingo rumbo a la calle de Estafeta y Mercaderes y contemplar a una guapa moza que tenía los ojos relucientes como el infierno imaginado gracias al reflejo de un mar azul. Ese toro en la plaza de toros casi mata al torero Juan José Padilla al que lo corneó con una saña y brutalidad inauditas y al mismo tiempo con mucha ternura pues el diestro salió prácticamente ileso. El toro era la flor y nata de las vaquillas y cuando escuchaba el uno de enero, dos de febrero… ¡España bien! ¡coño! ¡bien! Se enamoraba a pesar de que los asoleados dejaron vacías las localidades, enojados con el ayuntamiento y se fueron a beber marranillas saltapatras. Enamorado el Miura había aprendido a acariciar con sus afilados y largos pitones las tetillas de las vacas que enloquecían con el toro que asustaba a las guapas nórdicas que bebían vino áspero y ajo arriero y España entraba a la manía. Y eso era cornear. El corneo se propagaba por Pamplona hasta Madrid y toda España.

Los toros de Miura iban corriendo por la calle Estafeta antes de llegar al coso torero al ritmo de ¡quiero una vaquilla! que por verónicas nos arrulle y esta no aparecía. El toro se reía de cómo temblaban los mozos sin saber como quitarse a los novatos que cada año aumentan y tornaban su faena más comprometida y peligrosa. Nuestro Miura extrañaba a sus vaquillas que se habían quedado en la ganadería y tenían sueños en los que se vivían abandonadas a la sombra de los olivares. Lloraban y lloraban un llanto que tenía grato sabor por dentro. Mientras los toros en el recorrido a la plaza le salía la raza y primero los mozos y luego los toreros se pusieron a parir hogueras. Si no que se lo pregunten a Juan José Padilla.

Después de la cornalera el de Miura se regresó a contemplar a la guapa nórdica que se tornaba remolona como no queriendo. La guapa tenía la nariz más bella que había visto el Miura. Una nariz que le daba profundidad a sus ojos que se clavaron en el alma del toro y ya no la dejarán vivir en paz. Por no herir el aire que acariciaba a la guapa el de Miura se quedaba quieto y luego se arrancaba a galope a los corredores hasta que un mozo lo avisaba y estropeaba la embestida del encuentro. El aire celoso quería saber el secreto de esa fuerza brutal incontrolada de las pulsiones de vida y muerte que no saben de las embestidas borregunas y cancínas que se esconden en los toros de hoy en día.

La furia roja apareció y el uno de enero, dos de febrero… vibró en el todo el mundo.