17 de julio de 2010     Número 34

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


FOTO: Enrique Pérez S. / ANEC

Hidalgo

Maíz y cafetales

María Gabriela Garrett y David Pérez González

La agricultura otomí- tepehua de la Sierra Oriental del estado de Hidalgo se debe entender en parte como una adaptación a un medio ambiente que impone varios retos. La limitada presencia de terrenos planos y la fluctuación de al menos dos tipos de climas montañosos con sus respectivas vegetaciones –densos pinos en sus partes altas y selva tropical en las bajas y una diferencia de más de mil metros sobre el nivel del mar entre Tenango de Doria y Huehuetla– nos muestran la importancia que tiene la posibilidad de manipulación de la tierra, cualesquiera que sean sus cualidades.

Compartiendo la matriz agrícola mesoamericana, la milpa se integra principalmente por maíz, frijol y chile, ocupando el primero una posición privilegiada en la atención del agricultor, debido a la íntima relación que comparte el ciclo de siembra y cosecha con el ciclo ritual. En menor medida, podemos encontrar chayote, calabaza, caña y algunas especies frutales como plátano o papaya. En fechas recientes –desde finales del siglo XIX– se ha difundido la introducción del café como alternativa productiva, llegando incluso a superar la superficie cultivada del sustento alimenticio por excelencia, el maíz.

Así, al recorrer el viajero la carretera que sale del municipio de Metepec, adentrándose en la Sierra Oriental, pasando por los municipios de Tenango de Doria y San Bartolo Tutotepec y culminando en Huehuetla, observará que sus cerros dejan ver las cicatrices de la acción humana, rectángulos de tierra sembrada con maíz, cafetales que crecen a la sombra de naranjos y platanares y salpicaduras de caña de azúcar, y entre ellos se reflejan con el sol las láminas de techos dispersos que ocultan los rostros de una vida dura.

El maíz y el café son los principales productos que crecen en la región. Cada uno tiene sus tiempos y sus cuidados. En la comunidad de San Antonio el Grande el maíz se siembra dos veces al año: en febrero, cuando la tierra todavía no está tan seca, y a finales de junio, justo al concluir la fiesta patronal, “después de bañar a los santos para que llueva”, dicen.

El maíz que se siembra por estos rumbos es criollo. Si la semilla es grande y apta para el cultivo, entonces la separan del resto. Para preparar tamales o echar tortilla separan el grano roto del fino. Antes el maíz daba dos o tres mazorcas, ahora apenas da una o a veces dos y la tierra se agota luego: “ya sembrar es una decepción, uno tiene un pedazo de monte, tarda uno en desmontar y a veces hasta pide ayuda, luego uno tiene que esperar a que la tierra esté buena para sembrar y luego no llueve o lleve mucho y no se da la cosecha. Tanto que trabaja uno, por eso usted ve tanto monte porque ya la gente no quiere trabajar”.

Por otro lado, existe un lazo indisociable entre el hombre y el entorno natural explicitado en las actividades agrícolas. Por ello, abundan los símbolos relacionados con las especies vegetales, celebrando sus frutos y su morada: la Santa Tierra. Predominan montes y cuevas donde habitan los espíritus de las semillas de toda especie, a los cuales se ofrenda “en persona” –al representarlas en figuras de papel recortado— a quienes serán destinatarias de las oblaciones dirigidas por un “hombre sabio”. “Se ofrece lo que se quiere pedir”, nos dice una señora; “pedimos siempre a la Madre Tierra, al Sol, a la Sirena, a las Semillas para que se acuerden de nosotros”.

Y también se genera un círculo vicioso: mientras la gente se va porque su campo no da, la naturaleza castiga porque “ya no se acuerdan de ella”.

Los campesinos otomíes y tepehuas saben leer su medio y los riesgos que conlleva descuidar las fuerzas de la naturaleza que tienen un temperamento humano. Por ello deben siempre negociar con los dueños –deidades poderosas que rigen un lugar o elemento– para cuidar su milpa y su café; deben hacer los rituales propicios para evitar su enojo. A veces obtienen el sustento y hasta sobra para la venta, pero cuando la naturaleza se encapricha –como cuando se echó a perder el café con las heladas de enero y febrero–, la gente debe buscar alternativas de subsistencia, como contratarse de jornaleros en las tierras de los ricos o salirse de la comunidad para buscar trabajo en la Ciudad de México o en Estados Unidos.

Así, la milpa es medio y fin para el campesino de la región. Medio, porque permite la consecución de un ciclo de desarrollo homólogo entre hombre y tierra mediante un trabajo recíproco; fin, porque al tratar con deferencia a la tierra y sus semillas, actualiza el potencial de fertilidad y crecimiento de cada planta propiciando eventos positivos tanto para su milpa como para su comunidad.

Investigadores asociados del INAH-Museo Nacional de Antropología, Subdirección de Etnografía


Hidalgo

"Flor sobre el agua"

Teresita de Jesús Oñate Ocaña

Xochiatipan, flor sobre el agua en referencia a una zona de lirios acuáticos que se localiza cerca de la cabecera municipal, es uno de los municipios más marginados de Hidalgo, con una fuerte presencia indígena nahua.

Casi un centenar de comunidades macehuales –como ellos se nombran– sobreviven con dificultad en medio de esta tierra huasteca, contradictoriamente vigorosa y pródiga. Para hacerlo han tenido que aprender a ser necios, obstinados. Sólo el que ha tumbado montaña, para después sembrar milpa, sabe lo obstinada que puede ser la vegetación. El macehual debe ser más necio que la misma necedad verde para que, volviendo una y otra vez a rozar y escardar, le arranque a la tierra lo necesario para vivir.

La tierra generosa, por varios siglos, les ha permitido vivir a base del maíz. El maíz, junto con el frijol, ha ido tejiendo su historia, sus mitos, sus leyendas, los ha ido haciendo y formando como pueblo, como hijos del maíz. El entorno físico, con las dificultades y situaciones que les plantea como pueblo, ha ido forjando en ellos toda su riqueza y sabiduría, su deseo de permanecer en colectivo, de trabajar, de celebrar, de ser comunidad.

En Xochiatipan cada milpa indígena nahua, la milpa tradicional, permite la recreación de una increíble variedad de especies animales y vegetales. Esto, en parte por los métodos tradicionales de labranza, por el no uso de químicos agrícolas y por la utilización de semillas criollas con elevada variabilidad genética.

El maíz en Xochiatipan es de varios colores: amarillo (costic), blanco (chipahuac) y negro (yahuitl). Además se siembra el chaparro, el tardío y el alto. El maíz se siembra en varias fechas al año; el que se siembra en enero es el tonalzintli o maíz de tiempo de seca. Si la milpa se siembra en junio para el inicio del temporal, se llama xopalmil. El maíz que se siembra en octubre o noviembre es el huajzintli. También se acostumbra que unos siembren para el día de la Santa Cruz y otros en septiembre, o en la fiesta de Xantolo o en cualquier viernes de cuaresma.

Así, casi durante todo el año vemos maíz en diferentes etapas de desarrollo. Esto –que es una gran alegría para los niños y para la familia en general– ayuda a afrontar riesgos, pues como siembran en varias fechas, si alguna milpa no se da porque no llovió o porque llovió demasiado, seguramente algún otro pedazo sí se les dará. Para ellos es importante contar con elotes tiernos, maíz y frijol fresco para la fiesta de Xantolo, así que programan sus fechas de siembra para lograrlo.

Siembran el frijol asociado con el maíz o solo. También tienen diferentes variedades de frijol: de guía (chichimecatl), de mata (pitzaetl) y otros que se conocen con nombres nahuas como el frijol bayo (etecolotl), el frijol grande y ancho (epatlach), el frijol cuajetl, el frijol arroz o frijol de cucaracha (chopepejetl) y el frijol “nescafé”. Otras leguminosas como la lenteja de árbol son también sembradas en asociación con el maíz, aunque algunas son arbustos como el waxi.

Al pie de la milpa, formando barreras que dividen un pedazo de otro, encontramos gran variedad de árboles frutales como el chalahuijtle, mango criollo, papaya criolla, cuatzapotl, tepetzapotl, ojuxtli, pemuche, aguacate criollo, pahua, guayaba, xalxocotl, anona (cuca), anona silvestre (tepecuca). En cuanto a plátanos, la variedad es la regla: nelcuaxilotl, sancuaxilotl, manzanilla, roatano, macho y otros más de todos tamaños, colores y sabores.

Sucede algo similar con los árboles maderables o para construcción que se encuentran generalmente en las orillas o marcando linderos como el cedro tiocuahuitl, pioche, otate, chaca, ocuilocuahuitl, xiloxochitlcuahuitl, palo de rosa, quebrache, etcétera.

En las milpas encontramos gran variedad de plantas comestibles como el chayote (cuatlacayotl) espinoso, liso, grande, mediano y pequeño como un aguacate criollo; el cebollín; el tomatillo; chiltototl, chile piquín, amaranto (huactli), melón, sandía, jícama, calabaza (ayoctli), cuecuetlaxochitl. Y una gran variedad de camotes y tubérculos: tlalcamojtli, tlalcamojtli costic, camojtli, tlalcamojtli chipahuac, yuca cuacamojtli, quequexquetl, acaxilotl, cuatzapato, etcétera.

También en la milpa, en pequeños espacios se reproducen especias y hierbas medicinales y aromáticas como: hierbabuena, cilantro, epazote, mesis (iljiaquilitl), ruda, zempoalxochitl, oloxochitl, epatlapazotl, zopiloxonacatl, piste, aquexcuahuitl, etcétera. Y un buen número de quelites y hierbas con usos y propiedades alimenticias y medicinales que durante las épocas de escarda se acostumbra consumir o bien se conservan algunas matas para utilizarse cuando se requieran, como mozotl, ezmecatl, cacahuaxochitl, xoloquilitl, nelquilitl, mazaquilitl, trébol, etcétera.

De algunos árboles que también crecen alrededor de las milpas se acostumbra consumir sus flores o sus hojas tiernas como la flor del izote, flor de pemuche, brotes tiernos del cuacamojtli, semillas del ojuxtli, semillas del chalahuijtle, la flor del quebrache, la vaina olorosa del waxi, etcétera.

Aunque se siembran en pedazos aparte y en reducidas extensiones, encontramos café, cafecillo cuacafe, cacahuate criollo. Algunas familias conservan todavía semillas de algodón, del que hay dos tipos y siguen sembrándolo. Y desde luego no pueden faltar los cítricos como lima, limón, naranja, naranja cimarrona y más. Los dueños de la tierra siembran limas y cuando el árbol ha crecido suficiente, se le injerta limón, naranja o mandarina “de clase”, porque, por el tipo de suelo, sólo las raíces de la lima prosperan.

No mencionaremos con detalle la gran variedad de flores, hierbas, arbustos, enredaderas y árboles silvestres que se encuentran en las orillas de las milpas, por las veredas, junto a los arroyos o como protección de los manantiales.

Todas las especies que enlistamos se pueden encontrar en un espacio menor a una hectárea, dando ejemplo de la riqueza genética que los indígenas nahuas poseen, conocen y conservan en las comunidades de la Huasteca hidalguense. “Ciertamente conforme el progreso y la migración avanzan, se empiezan a utilizar químicos que han hecho que se pierda la riqueza” mencionada, señala Toño, quien es catequista y campesino indígena de la comunidad de Chiapa, Xochiatipan, Hidalgo. La milpa descrita aquí es la suya.

Este escrito fue realizado en 1992 y forma parte del documento con el que la autora recibió el grado de maestra de Desarrollo Rural en la UAM Xochimilco. Los recorridos en las milpas fueron hechos entre 1990 y 1992.


Oaxaca


FOTO: Lourdes Edith Rudiño

Defendiendo la vida

Carlos Beas Torres

Las chahuiteras son la riqueza agrícola del Istmo de Tehuantepec. Aquí llamamos chahuites a las ricas tierras de humedad ubicadas en las márgenes de los numerosos ríos y arroyos que forman parte de la cuenca alta de los ríos Coatzacoalcos y Papaloapan. Estas tierras son ricas pues producen hasta tres cosechas de maíz al año y hay parcelas donde se obtienen hasta siete toneladas de este grano por hectárea.

Durante siglos, las comunidades indígenas de la región obtuvieron una amplia gama de alimentos de la milpa que se cultivaba en esas tierras de aluvión. A pesar de las condiciones adversas de vida, la desnutrición y las enfermedades no eran un problema grave para los pueblos. Así lo recuerdan los ancianos mixes.

Además de maíz, se obtenían en estas parcelas una gran variedad de alimentos, como son los quintoniles, verdolagas, chiltepin, cebollines, miltomate, chile y frijol ejotero; todos estos productos eran parte central de la dieta de las familias campesinas, cuyos excedentes además eran fácilmente vendidos en los mercados de la región.

Sin embargo, hace unos 40 años los extensionistas del gobierno empezaron a promover el uso de agroquímicos y, si bien en estas tierras no son necesarios los fertilizantes, poco a poco los campesinos fueron adquiriendo y utilizando principalmente herbicidas, con lo cual la milpa desapareció casi totalmente y con ello una gran cantidad de alimentos. La dieta de la población regional se empobreció y aparecieron y se desarrollaron enfermedades que no existían. La modernidad atentaba en contra de la milpa y en contra de la calidad de vida de las familias campesinas.

Ante esa situación, la Unión de Comunidades Indígenas de la Zona Norte del Istmo (UCIZONI), desde hace más de 20 años ha venido impulsando un conjunto de acciones en defensa de la milpa. Por un lado, para evitar el uso de herbicidas, se ha recomendado el uso de la pica-pica mansa o nescafé, con lo cual se evita la aparición de hierbas y zacatales que ahogan al maíz. En cinco ejidos de la región se ha logrado recuperar más de 350 hectáreas de milpa con este método.

Sin embargo, la recuperación de la milpa es difícil pues requiere de mucha inversión en mano de obra, ya que la limpieza se debe hacer con tarpala y el precio de venta del maíz criollo se ha venido abajo con la entrada de maíces amarillos provenientes de Sinaloa o de Estados Unidos. Es por ello que UCIZONI también ha generado programas de estímulos a la producción de maíz y de comercialización directa del grano, con lo cual ha obligado a los grandes acaparadores a mejorar las ofertas de compra.

En la defensa de la milpa, son las mujeres las que están en primer lugar, pues como dice doña Mine, del pueblo de Mogoñe, “de la milpa sacamos todo el alimento, ahí está nuestra comida del día y no necesitamos dinero para tenerla”. Son las mujeres indígenas las principales reproductoras de la cultura tradicional, y en ese importante papel, para ellas la milpa ocupa un lugar central de su atención.

Una de las principales demandas de UCIZONI es el apoyo a los productores de granos básicos, apoyo que necesariamente pasa por políticas públicas y programas que promuevan el empleo rural, la soberanía alimentaria y el financiamiento para los grupos de mujeres que cuidan la milpa y venden directamente en los mercados locales alimentos baratos y sanos.

La milpa es una tradición pero también ahí se encuentra el futuro de nuestros pueblos. La defensa de la milpa es la defensa misma de la vida.

Unión de Comunidades Indígenas de la Zona Norte del Istmo (UCIZONI)


Puebla


ILUSTRACIÓN: Vintage Printable

Nació un yelotl

Lourdes Baez Cubero

Cuando nace un niño en Naupan, municipio nahua de la Sierra Norte de Puebla, la manera de expresar el sexo del recién nacido es diciendo: “nació un yelotl, “elote”, para referirse a un varón, o si es niña: “nació un tamalle, “tamal”. Esto ilustra de manera clara el entramado de relaciones que los nahuas han tejido, a lo largo de varios siglos y hasta la fecha, entre el hombre y el maíz. Vínculo que no se suscribe al plano metafórico, sino se ha configurado en una relación de sustancial identidad que los articula además del plano alimenticio, en el mitológico, en el ritual, en el lenguaje y en la conducta. Es en función de esta semilla que se piensa el proceso evolutivo de todos los seres que habitan el universo.

En virtud de su origen divino, el maíz representa la totalidad de lo que el hombre necesita. Gracias a esta planta el hombre vive, se mueve y es lo que le da fuerza para trabajar. Es innegable el aporte energético del maíz, que no se sustituye por ningún otro alimento. El vínculo de coesencia que existe entre ambos tiene lugar por medio de “la circularidad del flujo de energía cósmica”, que va de la divinidad a las formas de vida “intermedias”, es decir, del maíz, y de éstas al hombre, para retornar de nuevo a la divinidad, según lo expresa Alessandro Lupo (en su artículo “El maíz es más vivo que nosotros. Ideología y alimentación en la Sierra de Puebla”, en Scripta Ethnologica, Vol. XVII, Bs.As., 1995), quien trabaja entre los nahuas de Cuetzalan, Sierra Norte de Puebla.

Así, el maíz se convierte en el vínculo verdadero entre el hombre y las divinidades ya que éstas le transmiten su energía por medio del consumo de la planta. El hombre debe iniciar su proceso de incorporación al mundo social sólo a partir de poseer y consumir el grano, por ello es fundamental para la integración de la persona. Esta noción ya estaba presente entre los antiguos nahuas, quienes al referirse al cuerpo humano en toda su integridad lo nombraban Tonacayo, que significa “nuestro conjunto de carne”, que era como denominaban también a los frutos que la tierra otorgaba a los hombres, particularmente al maíz, el alimento por excelencia de los hombres. Así lo señala Alfredo López Austin, en su libro Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas, (IIA–UNAM, 2 Vols., México, 1984).

Al maíz se le atribuyen cualidades humanas: hace varios años los dueños de una milpa en Naupan, situada a orillas de la carretera, decidieron vender el terreno porque en ese lugar su maíz no crecía y no deseaban seguir arriesgando su dinero en la siembra ni tampoco perjudicar al espíritu de la planta. Esto lo atribuían a que junto a su milpa había un poste de luz. La familia decía que el maíz, al igual que los hombres, debía dormir de noche; si había luz todo el tiempo, no descansaba y por tanto no crecía como debía ser.

Es en el plano ritual donde la asociación simbólica entre el hombre y el maíz es más evidente. Esta correspondencia deriva de un origen común: la tierra, ente también animado y antropomorfizado que posee las mismas cualidades y defectos que los hombres. En su seno se origina la vida del hombre, animales y plantas, y es también su receptáculo cuando concluye su ciclo terrenal. Las siguientes palabras pronunciadas por una ritualista nahua ilustran certeramente esta afirmación: “La tierra es en ésta que comemos y sembramos cualquier cosa para sobrevivir, y otra vez ella nos come”. Esta frase coloca en el centro del problema la noción de ciclicidad en la existencia de hombres, animales y plantas.

Tanto el ciclo de vida de los hombres, como el de las plantas, en particular del maíz, contempla etapas cruciales que se enfatizan mediante celebraciones rituales; en ambos ciclos tienen lugar procesos de gestación, nacimiento, desarrollo y muerte. En Naupan esta correlación se confirma con la participación en los dos ciclos de un personaje crucial: la “abuelita”, o tocitzin, como es nombrada en náhuatl. Esta especialista ritual es la encargada de dirigir, paso a paso, cada etapa de ambos ciclos hasta completarlos, cerrarlos ritualmente. En rituales de nacimiento debe ser ella la que entrega a la tierra la primera ofrenda del recién nacido a base de maíz: tamales, para solicitar la protección de sus “dueños” y para reiterar su condición como ser humano llegado recientemente al mundo de los hombres.

En el plano cosmológico, a la principal divinidad, Cristo, los nahuas lo identifican con el Sol y la tortilla. Esta equiparación se enfatizaba, hasta hace algunos años, con el término Totecotzi, “Nuestro venerable señor”. Esta asociación Cristo–Sol–tortilla tiene su lógica porque Cristo, en calidad de sol, es el que hace crecer al maíz sobre la tierra irradiando su calor sobre la milpa, mientras que durante su recorrido como sol nocturno, identificado con el fuego doméstico, permite que el maíz se cueza en el comal en la forma de tortilla.

Con estos sucintos ejemplos, se subrayó el papel que detenta el maíz en el pensamiento nahua, que no se suscribe sólo al nivel de su valor alimenticio, sino al nivel ontológico, pues la articulación existente entre hombre y maíz ha configurado una real identificación en el plano identitario y cosmovisional.

Investigadora del INAH-Museo Nacional de Antropología