Editorial
Ver día anteriorMartes 20 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sida: socializar tratamientos
L

a Conferencia Internacional de Sida, que se realiza en Viena desde el domingo pasado y a la que asisten cerca de 25 mil personas, da pie para reflexionar sobre la situación de esta enfermedad y las acciones adoptadas para enfrentarla.

Por principio de cuentas, en las tres décadas transcurridas desde la aparición de la epidemia de sida, las estrategias de prevención y curación han sido a todas luces insuficientes: en el primero de esos ámbitos, hay en el mundo enormes núcleos de población que permanecen al margen de las campañas de información para evitar el contagio de VIH; en el segundo, a pesar de todos los esfuerzos realizados hasta ahora por la comunidad científica internacional, no ha sido posible desarrollar una vacuna contra el virus.

Ciertamente, ha sido posible contener la epidemia o, cuando menos, frenar el ritmo de su desarrollo mediante programas de educación sexual y salud reproductiva, así como con el reparto masivo de condones. Si no se ha hecho más en este terreno, la carencia no necesariamente es financiera sino, sobre todo, ideológica y política: el poder de corrientes conservadoras y de irracionalismos religiosos ha obstaculizado gravemente los esfuerzos de difusión y concientización orientados a propiciar prácticas de sexo seguro y se ha constituido en una condición favorable para la propagación del VIH.

Por el lado de la investigación y el desarrollo farmacológico y terapéutico, la aparición de antirretrovirales y protocolos de nueva generación ha hecho posible elevar la calidad de vida de los seropositivos y pacientes de sida y ha extendido su esperanza de vida de unos pocos años a varias décadas. En la reunión de Viena, el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH (Onusida) presentó un protocolo denominado Tratamiento 2.0 que, de adoptarse, podría evitar en los próximos 15 años diez millones de muertes y un millón de contagios, a condición de que existan fármacos disponibles y se incrementen, para ello, los fondos disponibles para tratar la enfermedad.

En el momento actual, sin embargo, el elevado precio de los antirretrovirales ha convertido la pervivencia del sida en un asunto de clase y de origen: mientras que en las naciones ricas la mayor parte de los infectados disponen de las dosis requeridas de esos medicamentos, en naciones pobres de Asia, África y América Latina los tratamientos aún distan mucho, pese a los avances, de estar al alcance de todos los enfermos. Esa desigualdad aberrante se agrava en la circunstancia de penuria por la que atraviesan las finanzas mundiales en los últimos dos años. Desde el inicio de la crisis, un informe del Banco Mundial y de Onusida alertaba sobre la posibilidad de que la crisis económica en curso lleve a la parálisis a los programas de prevención y tratamiento en 22 países de África, el Caribe, Europa, Asia y el Pacífico. Sin llegar a tanto, los fondos correspondientes sufrieron, entre 2008 y 2009, una ligera contracción en cifras absolutas, que en términos relativos (por el aumento de población y las nuevas infecciones) representa un grave retroceso.

Algo que debiera resultar claro a estas alturas es que para erradicar el sida y otras enfermedades es preciso primero superar la visión de la salud y la enfermedad como una oportunidad de negocio. Resulta imperativo encontrar mecanismos para socializar el conocimiento y las patentes cuya propiedad se concentra actualmente en unas cuantas transnacionales farmacéuticas, sin que ello desaliente la investigación y el desarrollo de nuevos medicamentos.

En el terreno ideológico, es necesario aislar los fundamentalismos morales y religiosos que han venido actuando, en forma objetiva, como aliados del VIH y motores de su propagación. Nunca será excesiva la insistencia y la reiteración: en tanto no exista una vacuna contra ese virus, la vigencia de los derechos reproductivos, las prácticas de sexo seguro y la estricta profilaxis médica siguen siendo las únicas formas eficaces para contener la epidemia.