Opinión
Ver día anteriorMiércoles 21 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Sakineh Mohammadi Ashtiani
S

akineh Mohammadi Ashtiani es el nombre de una mujer iraní de 43 años. Su fotografía se puede observar en muchos periódicos. Las razones por las que se habla de ella no son buenas. Son funestas. Hace pocos días fue condenada a morir lapidada. Morir por apedreamiento, de acuerdo con algunas de las reglas más turbias del régimen iraní exige una muerte lenta. Salvo la cabeza, se entierra todo el cuerpo de la víctima; a partir de esa maniobra los ejecutores lanzan piedras de tamaño mediano contra la cabeza: las pequeñas no destrozan el cráneo y las grandes producen el final demasiado rápido.

Por ahora, escribo el 19 de julio, las autoridades iraníes han anunciado la suspensión temporal de la lapidación sin aclarar cuál será el futuro de Sakineh. De acuerdo con la prensa, con tal de acallar los reclamos internacionales, podría ser ahorcada o ejecutada por otro medio –o lapidada posteriormente. Leo en el periódico: Después de la llegada a la presidencia de Mahmud Ahmadineyad, en 2005, el nuevo clima alentó que volvieran a aplicarse las sentencias de lapidación. Ante la barbarie es obligatorio recordar lo que sucedió en las últimas elecciones en Irán; ante la impunidad es también obligatorio rememorar cómo fue, durante las últimas elecciones, asesinada Neda por la milicia de Ahmadineyad (en YouTube se pueden observar dos videos sobre Neda, For Neda).

No se sabe cuántas personas han sido lapidadas en los últimos años. Lo que sí se sabe es que Irán, junto con China, son las naciones líderes, de acuerdo con Amnistía Internacional y a Human Rights Watch en aplicar la pena de muerte. Leo otra vez en la prensa: “Irán encabeza a los países islámicos que justifican que la sharia y el papel de la familia son más importantes que los derechos humanos definidos por Occidente sin atender al sexo, la religión o el origen; además, a diferencia de los países occidentales, en Irán la legislación nacional prevalece sobre la internacional.

Aunque la información difiere, junto con Sakineh, hay entre 11 y 24 personas aguardando en el corredor de la lapidación. De acuerdo con los expertos no es posible conocer el número exacto de las víctimas que fallecen por esa vía, no sólo porque el gobierno no lo publicita, sino porque los familiares de la víctima prefieren mantener silencio por vergüenza y por temor.

El caso de Sakineh es de suma importancia. Si la presión internacional difiere su ejecución sus compañeros de infortunio podrían también ser perdonados. En este contexto, aunque son de gran valor las firmas contra la ejecución de la premio Nobel Shirin Ebadi, de artistas como Sting, Caetano Veloso, Michael Douglas o del ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, así como de otras personalidades, el pronunciamiento de los amigos de Ahmadineyad es urgente. Hugo Chávez, Lula Da Silva y Recep Tayyip Erdogan han mostrado en fechas muy recientes su simpatía hacia el régimen iraní. Bien harían en hablar con las autoridades de ese país; de no ser eso factible, cualquier manifiesto de los amigos del líder iraní contra el apedreamiento sería esencial.

La historia de Sakineh es similar a la de otras mujeres. Su crimen, de acuerdo con las autoridades iraníes, fue haber mantenido una relación ilícita contra el presunto asesino de su marido. Sakineh ha negado reiteradamente esa acusación; sus hijos también afirman que es inocente. Observar su rostro y leer las razones por las cuáles se le culpa son razón suficiente para comprometerse. Por fortuna, diversas organizaciones de derechos humanos se han movilizado para salvar su vida (http://freesakineh.org).

Sin ningún afán histriónico invito –y me invito– al lector a imaginar la escena, a intentar trasladarse al sitio donde podría ser enterrada, salvo la cabeza, el cuerpo de la víctima. Lo insto a instalarse en la celda con la sentenciada que aguarda la ejecución por apedreamiento y lo conmino a mirar a los familiares. Lo comulgo a pensar en la secuencia de la lapidación, desde el traslado de la prisión hasta el sitio del crimen; desde la historia familiar hasta la historia de los verdugos. Lo invito a compartir los gritos, el dolor, la sangre que corre, el rostro destrozado, la boca macerada, las órbitas vacías, las suplicas, la muerte, la muerte lenta, la muerte que tarda tanto en llegar. Incapaz de ponerme en el lugar del otro concluyo: Ser la apedreada rebasa los límites del lenguaje y del mal.

He escrito en más de una ocasión la cita siguiente. En Los hermanos Karamazov, Dostoievski dijo: Todos somos culpables de todo, y de todo ante todos y yo más que todos. Esa frase plantea el problema de la responsabilidad y de la culpabilidad. Habla también del silencio y de la ignorancia. La barbarie de la ignorancia sólo encuentra parangón en la barbarie del silencio. La frontera entre ambas es muy tenue. Aborrezco más el silencio que la ignorancia. El ser humano suele escudarse en su ignorancia y suele refugiarse en escondites diseñados ad hoc: no sabía. Ninguna persona informada puede decir que no sabía acerca de Sakineh. Sus fotos recorren el mundo.