Opinión
Ver día anteriorDomingo 25 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fuego
L

a planicie en llamas. El título original del primer largometraje de Guillermo Arriaga, The burning plain (presentado en México como Fuego, título de una cinta de la cineasta hindú Deepa Mehta) alude de modo transparente a nociones de falta moral y de castigo, de culpa y redención, profundamente ancladas en la tradición judeocristiana. En un relato laberíntico, engañosamente complejo, el guionista de Amores perros, 21 gramos y Babel, y de la estupenda cinta Los tres entierros de Melquíades Estrada, refiere de nueva cuenta las ironías de un azar que reúne a diversos personajes, sin conexión aparente entre sí, en un mismo drama sentimental marcado por un hecho trágico.

En Fuego, los personajes son, de entrada, enigmas, piezas sueltas de un rompecabezas que el espectador deberá armar pacientemente. Una mujer (Charlize Theron), gerente eficaz y gélida de un restaurante de lujo en Portland, se flagela moralmente en la promiscuidad sexual por una culpa incierta; en un territorio distante, Nuevo México, otra mujer (Kim Basinger), descubre también a través de la culpa un entusiasmo tardío en la pasión adúltera. Otros dos personajes femeninos, una adolescente y una niña de 12 años, asisten al desarrollo de este doble drama de la frustración sexual y de la transgresión conyugal. La joven adolescente es el ángel exterminador que disemina un fuego purificador; la niña, una figura inocente que opera la redención final.

Entre las acciones hay distancias de 20 años, geografías distintas, personajes misteriosos que paulatinamente revelan su identidad verdadera, misma que el espectador ha venido suponiendo conforme avanza el relato. El sistema narrativo de Arriaga suscita la participación del público, desdeña el relato lineal y la certidumbre cronológica. En esa apuesta se juega el director el éxito comercial y el riesgo de parecer un manipulador artificioso. En el panorama del cine hollywoodense actual, tan atento a las fórmulas fáciles de entretenimiento y a cultivar la pasividad de los espectadores, los relatos corales, asincrónicos y entreverados de Arriaga son, pese a su reiteración, una sorpresa renovada. Para dotarlos de interés y vida se acude a un reparto sólido y a la solvencia de estupendos camarógrafos.

Desafortunadamente, la temática convencional, cargada de clichés y situaciones previsibles, y de un sustrato moralista que literalmente destina la carne y el placer a la hoguera, está muy por debajo del ímpetu de innovación formal y narrativa. Con una hija que vigila y castiga la conducta moral de su madre, y otra con la autoridad de perdonar viejos pecados maternos, y con figuras masculinas decorativas, a la vez generosas e impotentes, el cuadro general arroja estereotipos de perversidad y de bondad dignos de una telenovela: madres desobligadas que en el abandono carnal llevan la penitencia y padres emasculados que apenas aspiran a la condición de fantasmas.

Si la forma busca desmentir la facilidad hollywoodense, el contenido la confirma cabalmente. Los conflictos, en el territorio de la moral sexual o de las relaciones interraciales, son desactivados justo antes de alcanzar una crispación indebida. Esta mecánica de contención y de asepsia ideológica, presente ya en Babel, busca explorar y remover las entrañas del ámbito doméstico, pero cuida de no agitarlo demasiado, a fin de colocar de nuevo las piezas en un orden social aceptable.

De modo curioso, la cinta de Guillermo Arriaga figura hoy en cartelera a lado de una película independiente que también tiene como figura dramática central el fuego. Se trata de Gasolina, cinta guatemalteca de Julio Hernández Cordón, de muy bajo presupuesto y actores no profesionales. En este último relato de modestia extrema –verboso y minimalista– no hay espacio para concesión alguna. Es el opuesto exacto de un melodrama de fuegos purificadores. Gasolina, crónica de una juventud sin ilusiones, presenta en sus formidables últimas escenas la sobriedad desapasionada que el moderno Hollywood de Guillermo Arriaga aún no puede permitirse.