Opinión
Ver día anteriorLunes 2 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La ficha
N

o que le fuera a contar su verdadera biografía la reina de las avispas. Incapaz de contársela a sí, ya parece que a alguien más. No. Lo que Raymundo Lima expuso, aunque con algo de calor intimista, fue su ficha oficial, como de Wikipedia, digamos.

Venía de un pueblo del noroeste, donde en su mocedad, allá por 1975, ya rifaban narcos, pistoleros y matazones, pero de bajo perfil. Lo único alto era el calibre de sus fierros, tan familiares en el paisaje como el desierto y los cartones de cerveza junto a cada silla del comedor. Reynaldo Lima entró a la primaria, una de gobierno, con los hijos de los jefes mariguaneros. Guardias armados flanqueaban la entrada de la escuela y las aulas de los cachorros del cada día más temible don Teto.

De familia pobre-pero-honrada, Lima creció viendo en la calle y en el lenguaje la violencia de los prepotentes, que se fueron fortaleciendo en clanes, los expandieron. Y años después reventaron. Los jefes de entonces murieron o comenzaron a poblar las cárceles de alta seguridad.

–Yo quise siempre estudiar –sostuvo Lima casi conmovedor–, y en ese ambiente las escuelas dejaron de servir. Los maestros, o tenían miedo, o se habían radicalizado con la ultraizquierda sindical, o pidieron traslado. La gente no salía más que a lo indispensable, y se reunía los domingos en misa o el servicio. Un par de ejecuciones fueron en el atrio de la parroquia. Pensé mejor irme a la capital del estado desde la secundaria, pero no pude hasta la preparatoria. A los 15 años seguía atrapado en ese pueblo caliente y mortal, imagine. No pertenecíamos a las familias al mando y mi padre hizo lo imposible por evitarme convivir con ellas. Al poco que me fui a la capital, mi papá murió de un infarto y me tuve que poner a trabajar para ayudar a mi mamá, que se quedó con mis hermanas y hermanitos.

Blas escuchaba en espera de alguna sorpresa, algo más que la egolatría de un self made man con ánimo de superación y devoción a la madre.

–En la escuela superior de agronomía, donde logré matricularme, todos eran hijo de ganaderos del PRI; en esos años no había de otra. Con tal de quitarme obstáculos saqué mi credencial del partido y me dejé acarrear algunas veces para vitorear al gobernador y al presidente. No me interesaba la política, sólo los negocios. Fundé mi primera empresa a los 24 años, Agrícola Sumarse, con sólo una oficinita en la capital y el contacto más o menos firme con unos rancheros de mi tierra, que ya no era pueblo, sino próspera pequeña ciudad.

Bajo el nombre de Sumarse serían conocidas todas las empresas de Lima, que se convirtió en uno de los principales magnates del primer cuarto del siglo XXI. Su figura pública fue siempre inquietante. Ambigua desde antes. Para cuando se hizo conocido vivía en Los Ángeles. En los años 90 retornó al país para aprovechar el entonces inminente Tratado de Libre Comercio. Sonará redundante para un hombre exitoso como él, pero Lima tenía fama de olfato infalible y un frío y calculado sentido de la oportunidad. Se estableció en firme, resistió crisis y cambios sexenales, creció y creció como emprendedor hombre del dinero.

Cuando la guerra del gobierno panista contra el crimen organizado alcanzó un límite insoportable, la reina de las avispas (ya conocido entonces con ese nombre clandestino) inició un proceso de negociación con quien pudo. Y con quienes no, se dice que consiguió que alguien les echara plomo. Blas recordó que de Lima se decía, en reportajes y en voz el pueblo, que tenía doble universo económico. Uno abierto, limpio como el sistema solar, en paz con el fisco y las dependencias oficiales que se ofrecieran, fraterno con los banqueros y con anuncios en los medios masivos. Y otro más, mitológico, oscuro, en la antimateria de Jano, o sea en la ruta Islas Caimán-Suiza-Dubai-China. Sería el sereno, pero en el lejano oriente Reynaldo Lima era un inversionista muy apreciado.

Supo aliarse con las policías condales de Arizona, Nuevo México y Texas, con las migras de ambos lados y las corporaciones y tropas federales destacadas en su radio binacional de acción. Se le atribuían, sin comprobación ni mucha insistencia mediática, las eliminaciones físicas de los últimos dos capos que protegió el gobierno, y el establecimiento de una pax comercial abrumadora, en un clima de generalizada derechización consumista de una sociedad de por sí conservadora y proestadunidense.

–Le juré a mi madre en su lecho de muerte que me dedicaría a mejorar la educación del país, pondría mi dinero para las escuelas como un tributo a sus esfuerzos por que yo me recibiera y progresara.

Se le quebró la voz a la reina de las avispas. Blas la vio venir: una lágrima. ¿Y ahora qué? ¿Ponerse comprensivo? ¿Conmoverse? ¿Dejarla pasar?

–Así que como ve, don Blas, tengo un deber sagrado.

Blas veía. Y comenzó, por instinto, a buscar vías de escape. Había que desafanar antes de que fuera demasiado tarde.