Opinión
Ver día anteriorMiércoles 4 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La lidia de toros
U

no de los debates culturales más interesantes de los días recientes ha sido, sin duda, el revuelo que ha causado la prohibición de las corridas de toros en Cataluña.

Los defensores de la faena invocan la pérdida de la identidad española que se da con esta medida promulgada por el parlamento de aquella región. Me parece que exageran quienes enarbolan esa bandera de nacionalismo de matraca. La identidad y la cultura española son más grandes que cualquier corrida.

La tauromaquia es cultura, es cierto, como lo es también el machismo de los talibanes o el de los hombres de todas partes del mundo que han querido ver en las mujeres al sexo vencido, al sexo de segunda. Actos culturales también son las peleas de perros o la trata de niños, o los cultos narcosatánicos y no por ello debemos aceptar su permanencia.

Los usos y costumbres no están exentos, sólo por serlo, de la barbarie o la crueldad. En nombre de los usos y costumbres se lapidan protestantes en San Juan Chamula o se venden niñas en Oaxaca por unos cuantos pesos, y no por ello debemos aceptarlos.

Para el cantante Luis Eduardo Aute prohibir esa tradición cultural es un despropósito, porque la tauromaquia más que una fiesta, asegura, es un rito. ¿Y no es un rito la ablación de las musulmanas donde, como dice Aute de la fiesta brava, la vida, la muerte, el miedo, el placer coinciden, se representan? Defender algo por ser una costumbre arraigada es lo que me parece un despropósito. No es una tragedia para Cataluña ni para España como afirman unos, ni una medida de automarginación o aislamiento la prohibición del Parlamento catalán. Es simplemente decir que la crueldad hacia los animales no va precisamente con la construcción de las sociedades modernas.

Se dice desde hace tiempo que la fiesta brava tiene un gran arraigo popular. Nada parecido a lo que en realidad lo tiene: el futbol, por ejemplo, o la lucha libre, donde los iguales en igualdad de circunstancias nos ofrecen un rito si se quiere verlo así, un espectáculo donde la muerte (hasta el extremo de la muerte súbita) es un símbolo.

Un amigo aficionado a los toros me recuerda que le gustaban a Hemingway y aún le gustan a nuestro poeta Alí Chumacero. Yo le recuerdo que también le gustaban a María Félix, Agustín Lara y seguramente a Federico García Lorca por esa presencia de sangre y faena que se encuentra en su poesía (el toro de la reyerta se sube por las paredes) pero que argumentar eso para mantener la fiesta brava, equivalía confundir las razones o los gustos de unos cuantos con la razón de mantener un espectáculo lleno de crueldad hacia los animales.

Para Hemingway la faena taurina era en efecto el único arte de peligro… Quizá lo fue más hace muchísimo tiempo: como en la Roma de los césares, donde sólo un hombre enfrentaba a la bestia. No había entonces banderillas para desangrarlos, ni lanceros montados a caballo para herirlos con mayor profundidad, ni varios capoteros prestos para auxiliar al caído, ni nadie que les rasurara los cuernos a los toros de lidia.

Hija del teatro o quizá una de las representaciones más antiguas del teatro, la fiesta taurina gana con la prohibición. Su famosa popularidad cuestionada por varios desde hace tiempo, se ha reducido a un grupo fuerte de aficionados pero nada comparado al futbol, como escribí antes. A mí me encantaría sólo recordarla con la Carmen de Bizet.

Tal vez convenga retomar las palabras que escribió Gaspar Melchor de Jovellanos en el remoto siglo XVIII español cuando dijo que la lucha de toros en la península ibérica no había sido jamás una diversión cotidiana, ni muy frecuentada ni de todos los pueblos de España, ni generalmente buscada ni aplaudida. ¿Cómo, por qué, se preguntaba, se había pretendido darle el título de diversión nacional al espectáculo para unos cuantos? ¿No será tiempo de que en México nos preguntemos lo mismo y como el Parlamento catalán distingamos los buenos de los malos usos y costumbres, deshacernos de los fardos que nos alejan de la modernidad?